El festival se inaugura con la entrega a Edward Norton del premio a toda su trayectoria.

Son ya muchos años de un buen festival, con asistencia masiva de criticos suizos, del norte de Italia, de Francia y yo, claro. El sello de identidad de Locarno es la Piazza Grande, con premio del publico a las películas proyectada ahí que son las que tienen posibilidad de estrenarse en nuestras paupérrimas salas. Claro que los suizos son muy exagerados y la tal Piazza no es tan grande. La Castellana de Madrid o el Paseo de Gràcia de Barcelona son más anchas. Con una media de 7.000 personas como público se han proyectado películas de Barbet Schroeder, Philippe Le Guay, Lee Chung, Jonathan Demme y Antoine Fuqua, entre otros.

El Concurso Internacional, con jurado y premio, fallará al película ganadora, que se llevará 90.000 francos suizos, y que se debaten entre jóvenes prometedores -no lo creo- y firmas asentadas entre las que cabe destacar Otar Iosseliani, Andrezj Zulawski, el de la famosa y erótica “Mujer pública”, Ryusuke Hamaguchi, Chantal Akerman -que en 1975 cuando empezó aburrió a todos los espectadores que la padecieron con “Jeane Dielman, 23 Quai de comerce, Bruxelles”,. Quizá ya ha aprendido.

Me parece absurda la retrospectiva dedicada a Sam Peckinpah porque sus pelí se pueden encoentrar en al videoteca de cualquier hogar hoy en un

mundo que es digital. El festival otorgará dos leopardos de honor a Michael Cimino y a Marco Bellocchio, mientras que Edward Norton, que se mostró un tanto esquivo, hasta antipático, como deseando hacer efímero el momento, recigió el galardó a toda su trayectoria y proncunió una clase magistral en la que recordó sus inicios, su amistad con Brando y De Niro, la influencia que ha dejado en el Inárritu (“es un director tan español. Y no me recuerden que el mexicano, que ya lo sé”, dojo como queriendo arrancar alguna sonrisa) y lo que significa para él la profesión de actor.