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«Mary Poppins» baila contra el desahucio

La niñera mágica que nos cautivó en 1964 regresa con una secuela, protagonizada por Emily Blunt y dirigida por Rob Marshall, con nuevas canciones y números musicales respetuosos con el original.
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La niñera mágica que nos cautivó en 1964 regresa con una secuela, protagonizada por Emily Blunt y dirigida por Rob Marshall, con nuevas canciones y números musicales respetuosos con el original.
Sí, decididamente es un gran año para las empleadas del hogar: niñeras, «nannies», sirvientas... En primer lugar fue (y será en los Oscar, ya lo verán) la inconmensurable Cleo de «Roma», la cinta de Alfonso Cuarón, que es tanto un retrato del México de su infancia como un emotivo homenaje a su cuidadora, una humilde joven de corazón ancho y alma pura llamada Liboria Rodríguez en la realidad. Y ahora, traspasando los límites de lo real, adentrándonos en el terreno de la fantasía, llega, como siempre precedida por el viento que agita las hojas de otoño, ella, la «nanny» por excelencia, la mujer que todos (adultos y niños) quisieramos conjurar cuando las cosas nos van de cráneo: Mary Poppins.
Exactamente 55 años después de aquella aparición primera con el rostro de Julie Andrews, la niñera mágica regresa sin una arruga de más, con el paraguas impoluto y el mensaje intacto: «Todo es posible... hasta lo imposible». Y si no lo creen es porque han perdido el candor de antaño, de cuando no superaban un palmo del suelo.
Era cuestión de tiempo en estos días en que Disney está, con desigual fortuna, revisitando y actualizando uno a uno sus clásicos, que se fijara en la más encantadora de las empleadas del hogar. Y, visto lo visto, a pesar del sabor añejo, tan victoriano, de la primera cinta, han dado en el clavo: Mary Poppins también pueden encajar en el siglo XXI. Es más, la necesitamos ahora más que nunca. «Vivimos en una época en que la gente necesita tener esperanza. Todos podrían incluir a una Mary Poppins en sus vidas en este momentos», asegura el productor John DeLuca. «La idea de tener esperanzas en momentos difíciles nos pareció muy contemporánea», añade Rob Marshall, el director: «La película cuenta cómo se puede salir de una mala situación y encontrar la alegría en una época complicada. Es fundamental ver las cosas desde un ángulo diferente, y Mary Poppins lo sabe y ayuda a que los niños lo comprendan».
Llega la crisis
Pero, ¿qué ha pasado en la calle del Cerezo número 17? Para empezar, han trascurrido un buen puñado de años, 25, y nos situamos en la Gran Depresión de los años 30, que está azotando Londres sin piedad. Los niños Michael y Jane Banks, que en su infancia vivieron maravillosas aventuras con la niñera mágica, son ahora mayores. Michael acaba de perder a su mujer, tiene que bregar solo con sus tres hijos y está a punto de ser echado de casa con toda su familia al no poder pagar la hipoteca. Corren malos tiempos. «Los niños viven en un hogar sin madre, así que en la casa reina una sensación de soledad y tristeza, a imagen y semejanza de lo que ocurre en el exterior», explica Marshall. Y desgraciadamente todo parece ir a peor. No hay milagros que valgan. ¿O sí? Evidentemente, ahí es donde entra Mary Poppins, aunque su magia quede oculta para los mayores mientras que son los niños quienes aprenden una lección de por vida.
Rob Marshall se antojaba la persona idónea para revivir al mito. Director de musicales tan exitosos como «Chicago» y «Nine», en su ADN fílmico ya había muchas motas de magia: «''Mary Poppins'' fue la primera película que vi de niño y marcó el inicio de mi pasión por el cine de aventuras y fantasía y por los musicales. Cuando me propusieron este proyecto me dio bastante miedo. ¿Cómo se hace una secuela de una cinta tan icónica? Al mismo tiempo me entusiasmó la idea. No había tenido nunca la oportunidad de crear un musical original para el cine». Sus otras obras procedían de Broadway, donde comenzó su carrera. Lo primero que hizo Marshall y su guionista David Magee fue leer los siete libros que Pamela Lyndon Travers dedicó a este personaje a partir de 1934. No obstante, con ese material, crearon una historia nueva, con una ambientación distinta (la Depresión), aunque salpicando el texto de numerosos «marypoppismos», como lo llaman, frases que resumen la filosofía de la niñera, y que para Marshall es «básicamente recuperar al niño que llevamos dentro y tener esperanzas en momentos complicados, algo que me parece muy oportuno teniendo en cuenta el clima actual que impera en el mundo».
El gran acierto de «El regreso de Mary Poppins» es no sucumbir a la tentación de actualizar, forzándolo o distorsionándolo, el mensaje de la cinta original. Tampoco considerar de entrada obsoleta su estética victoriana, evitando guiños al siglo XXI. La cinta de Rob Marshall es respetuosamente «vintage», un musical de la vieja escuela que, sin embargo, no huele a apolillado. El equipo ha desarrollado toda una batería de nuevas coreografías y canciones. No hay ni un solo tema de la película de 1964 que se haya rescatado. Pero la esencia es la misma, también en lo musical. «Las películas que me han marcado fueron ''Sonrisas y lágrimas'', ''My Fair Lady'', ''Oliver''...», explica el director. Por eso, la música de Marc Shaiman y Scott Wittman, ambos ganadores del Tony, se incardina en esa tradición de manera orgánica. «No nos alejamos demasiado del tono de la primera película –señalan–. Sientes que estás en el mundo de Mary Poppins pero al mismo tiempo es nuevo y fresco».
A la altura de Andrews
Pero, sin duda, el gran reto de «El regreso de Mary Poppins» era encontrar a una intérprete capaz de situarse a la altura de Julie Andrews en el papel protagonista. Emily Blunt fue la elegida. «Es un personaje muy reservado y estricto por fuera, pero por dentro resulta entrañable y cariñosa –señala Marshall–. Emily supo interpretar todos esos matices con precisión y sofisticación». La londinense ve de este modo a la niñera: «No hay nada manipulador en su generosidad. No espera nada a cambio; lo convierte todo en un viaje de autodescubrimiento para el espectador, para la familia de los Banks. Y después desaparece. Creo que esa es la mejor forma de empatía, reconocer lo que la gente necesita y dárselo sin esperar nada a cambio».
Su «look» no difiere en lo sustancial del personaje de 1964 y, al igual que entonces, tiene un aliado especial. Si en la original era el deshollinador interpretado por Dick Van Dyke, ahora es un farolero, Jack, quien ayuda a Mary Poppins en su cometido. En los años 30 aún existían en Londres numerosas personas dedicadas a esta actividad, e incluso en la actualidad siguen existiendo en la metrópoli británica 2.500 farolas de gas. Lin-Manuel Miranda, cantante, ganador del Tony y del Grammy, presta su apariencia y su voz a este curioso tipo. Además de los tres niños que centran las atenciones de la «nanny», en la cinta aparecen tres cameos más que notables: el primero es el de Maryl Streep, que da vida a una prima excéntrica de Mary Poppins; el segundo, la inolvidable Angela Lansbury, la «señora de los globos» en esta película; y el tercero, cómo no, Dick Van Dyke, que interpreta al dueño del banco en el que trabaja Michael Banks.

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