Matar a Hitler por enésima vez
La Berlinale no se escapa de proyectar, como casi en cada edición, un filme sobre el führer, en esta ocasión la fallida «13 minutos», de Hirschbiegel
Sergi Sánchez.- La Berlinale no se escapa de proyectar, como casi en cada edición, un filme sobre el führer, en esta ocasión la fallida «13 minutos», de Hirschbiegel
Cuando el Nuevo Cine Alemán empezó a reivindicar la necesidad de mirar al pasado, y de admitir que buena parte del pueblo de a pie había sido cómplice del nazismo y había invertido casi dos décadas en negar la evidencia, no tenía ni idea de la caja de Pandora que estaba a punto de abrir. No hay Berlinale que se libre de uno o más títulos que hablen de Hitler, la resistencia, el sentimiento de culpa nacional y/o el Holocausto. En esta 65ª edición, Oliver Hirschbiegel, que convirtió la ira del Führer de Bruno Ganz en motivo de parodia viral, presentaba, fuera de concurso, «13 Minutes», centrada en la figura de Georg Elser, «el hombre que pudo cambiar el curso de la historia». ¿Cómo? Elser construyó una bomba casera que colocó en un local de Múnich donde Hitler estaba soltando el discurso de aniversario del golpe de Estado de 1923 para la vieja guardia del Partido Nacional Socialista. Lamentablemente, la bomba explotó con trece minutos de retraso, suficientes para que Hitler hubiera abandonado el local. Hubo ocho víctimas, ningún cargo relevante. La película de Hirschbiegel, que, es presumible, quiere repetir el éxito internacional de «El hundimiento», comete el error de arrancar con esta secuencia, de modo que el resto del metraje va y vuelve en forma de «flashbacks» que interrumpen los interrogatorios y las torturas a las que el jefe de la Gestapo y el de la Policía Criminal someten a Elser.
Y es un error, porque lo más interesante del filme ya ha ocurrido. Para un público internacional, que no tiene por qué conocer los detalles del atentado, habría funcionado mejor una estructura narrativa lineal. Para Hirschbiegel, lo importante es el proceso por el cual Elser, carpintero simpatizante del Partido Comunista, llega a atreverse, en solitario, a atentar contra Hitler. Aniquilado el suspense, nos queda comprobar cómo el nazismo se cuela entre las grietas de la vida de una comunidad rural.
Las mujeres Kanun
En ese sentido, «13 Minutes» es lo que podría denominarse un «anti-Heimat film» o, lo que es lo mismo, una película que subvierte los mitos y clichés del género patriótico que dominó las pantallas alemanas desde el advenimiento del nacionalsocialismo hasta principios de los sesenta. El problema es que no nos dice nada nuevo sobre el tema, aparte de particularizar la Historia en un héroe de la Resistencia que, en un contexto hostil, intentó sobrevivir a su paupérrima situación familiar y a un tórrido «affaire» amoroso con una mujer casada y maltratada.
Los que crean que Europa es un continente civilizado tendrán que ver la italiana «Vergine giurata», de la debutante Laura Bispuri. No lo es en las montañas de Albania, en la comunidad de los Kanun, cuya tradición ordena que las mujeres sean esposas y esclavas. Sólo los hombres pueden llevar un rifle, sólo ellos pueden beber y fumar, sólo ellos pueden ser libres. Y Hana (Alba Rohrwacher), que ha sido adoptada por su tío después de escapar a su destino, quiere ser libre. Para ello tiene que convertirse en hombre y renunciar a su sexualidad. Hana se transforma en Mark. Pero tras unos años de celibato, su cuerpo decide por ella, y viaja a Italia, a casa de su hermanastra, que huyó de casa para vivir su vida, con el fin de reencontrarse con su verdadero yo. «Vergine giurata» abusa de una cierta tendencia del cine contemporáneo al hermetismo y la opacidad. Los planos largos y silenciosos, que intentan dar espacio al misterio de un personaje que tiene que reconciliarse con su condición femenina, se contradicen con el planteamiento del conflicto, que es obvio desde el primer momento. ¿Por qué Bispuri ha optado por una estructura parecida a la de «13 Minutes», de viaje de ida y vuelta al pasado, si la película habría ganado varios puntos con la exposición lineal de su trama? Afirma la directora que era el único modo de crear un crescendo emocional, de revelar todas las capas de tiempo que conviven en esa identidad incómoda con su cuerpo. Lo que puede resultar lógico en teoría no funciona en la práctica, porque la conflictiva relación de Mark/Hana con su cuerpo tiene que desarrollarse en presente, debe ser táctil y orgánica, debe ser la prueba de una evolución que ahora queda interrumpida, con una languidez irritante, por una estructura narrativa que fragmenta su descubrimiento. Alba Rohrwacher se pasea por la película como un fantasma en busca de cobijo, pero aporta escasa emoción al personaje, que no se corresponde en absoluto con la vitalidad de su versión adolescente.
Claro que hay vida en Berlín después de Coixet
Buenas noticias para los que piensan que hay vida después de Coixet. En la sección Forum, hipersensible a las nuevas tendencias del audiovisual, se abrazan dos películas españolas realizadas al margen de los corrillos del Goya. Por un lado, está «Sueñan los androides», de Ion de Sosa, meditación «low cost» del relato que dio pie a «Blade Runner», con un Torremolinos que es pura ciencia ficción apocalíptica y un uso de las imágenes domésticas que la convierte casi en una de la excelente «El futuro» (no por casualidad su director, Luis López Carrasco, ejerce aquí de productor). Por otro está «El complejo de dinero», de Juan Rodrigáñez, única película española que opta al premio a la mejor ópera prima, oblicuo retrato familiar que, según su autor, responde a «la oportunidad de trabajar con máscaras, interpretar un teatro de verano, poner distancia con una situación que ciertamente define nuestro día a día».