Burt Reynolds, el hombre con atributos
El actor, productor y también director, uno de los rostros cinematográficos más populares de los setenta y ochenta, falleció a los 82 años en Florida. Estuvo nominado al Oscar por «Boogie Nights»
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El actor, productor y también director, uno de los rostros cinematográficos más populares de los setenta y ochenta, falleció a los 82 años en Florida. Estuvo nominado al Oscar por «Boogie Nights».
Murió Burt Reynolds. En el hospital. Acompañado de su familia. Tenía 82 años y en 2010 los cirujanos le habían revisado el corazón. Entonces su agente explicó que el viejo galán funcionaría durante muchos más años. Había sobrevivido a la peor maldición, la del «sex symbol». Objeto de deseo, postal erótica, juguete macho para el onanismo generacional. Nunca favorecido por la crítica y los jurados. La intelligentsia lo tenía por un galán simpático, peludo y blando. Algo así como un peluche recio y endeble. Pero suyos fueron los setenta. En compañía de Clint Eastwood y pocos más. A diferencia del guapo nervudo, no firmó un invierno digno de Howard Hawks. No dirigió películas del calibre de «Sin perdón», «Byrd» o «Los puentes de Madison». No protagonizó la penúltima vuelta, delante y detrás de la cámara, con la del titán Eastwood. En su plenitud lidio con el encasillamiento que imponían la taquilla y los productores. Supo madurar con suprema dignidad. Ahí está su admirable trabajo en cintas de legítimo y justificado culto, como «Boogie Nights», en la que por cierto acabó ladrándose con su director, Paul Thomas Anderson. Aquellos trabajos sirvieron para recordar a los estetas, los listos y los puros su impecable madera de actgor. La que habría irrigado con nuevos y potentes trabajos. Como esa cinta que rodaba junto a Leonardo DiCaprio y que no pudo rematar.
Burt Reynolds había nacido en 1936 en Lansing, capital del estado de Michigan. Hijo de un policía, veterano del ejército, creció en distintas ciudades hasta que la familia se asentó en Palm Beach, Florida. En el instituto destacó como jugador de fútbol americano. Parecía nacido para protagonizar la NFL. Las lesiones, principalmente de rodilla, truncaron la carrera del joven atleta. Un profesor de la facultad resolvió ofrecerle un papel en una obra de Shakespeare que dirigía. Nace entonces su definitiva vocación. Viaja a Nueva York, obtiene papelitos en el teatro, prueba el veneno de Broadway, recibe clases de interpretación y, como cualquier actor que se precie, simultanea la pasión con los trabajos alimenticios. Camarero, mozo de cocina... lo que se tercie. Hasta que salta a la televisión y enamora a todos con sus apariciones nocturnas.
Inicios en la televisión
Llegan sus primeras series, las películas de bajo presupuesto, y todo cambia con «Deliverance». Un clásico de John Boorman, el potente y polifacético director de como «Point blank», «Excalibur», «La selva esmeralda» y «El sastre de Panamá». La película, coprotagonizada junto a John Voight, alcanzaría con el tiempo metal de clásico. A partir de aquellos inolvidables banjos que pulsaba Eric Weissberg. Pero estamos en 1972 y Weissberg acabaría medio loco tratando de seguir al genio de Bob Dylan en la grabación de «Blood on the tracks». Voight todavía conocería algunos años buenos. Reynolds marchaba ya directo al estrellato mundial. De esa racha, encadenados, son sus grandes pelotazos en taquilla. Thrillers como «White lightning», de 1973, o «Lucky lady», dirigida por Stanley Donen y que Reynolds borda en compañía de Gene Hackman y Liza Minnelli. Por cierto que el nombre de Reynolds aparecería citado en los créditos de una cinta de Tarantino, que usaba música de una de las películas que el actor interpretó en los sesenta. Los nombres de ambos estaban destinados a repetir juntos en 2019. En mayo había firmado para actuar en «Once upon a time in the Hollwood», la película en la que también está previsto que aparezcan clásicos del cine tarantiniano como duros Michael Madsen y Tim Roth y mitos como Al Pacino y Kurt Russell. Ni que decir tiene en los papeles principales figuran DiCaprio y Brad Pitt. Un trabajo sobre el Hollywood de finales de los sesenta, los asesinatos de la familia Manson, el western en retirada y el duro afán de amoldarse a los nuevos tiempos por parte unos actores ya vapuleados.
Nada más trascender la noticia de su muerte el planeta del cine corrió a rendirle tributo. Así uno de sus grandes amigos, Sylvester Stallone, alabó su sentido del humor y recordó cuánto había disfrutado de su compañía. «Burt Reynolds fue uno de mis héroes», escribió por su parte Arnold Schwarzenegger. «Era un pionero. Mostró la forma para pasar de ser un atleta a ser el actor mejor pagado, y siempre me inspiró. También tenía un gran sentido del humor. Mira sus actuaciones del «Tonight show». Mis pensamientos están con su familia». El ex gobernador de California se refería así a los «late night» donde el actor fue rey en los setenta. Entrevistas amables, rápidas, locuaces y poco preparadas, en la que demostró una y mil veces su infinita capacidad de seducción, su carisma intacto al halago, su vena ligeramente bufonesca, su pillería de tipo guapo y listo y su facilidad para reírse del estereotipo luminoso y algo fácil que, eso sí, pagaba espléndidamente sus nóminas.
Que estábamos ante un actor cuya grandeza trasciende épocas lo demuestra, entre mil, el mensaje de Lena Dunhman: «Burt Reynolds, eras la gloriosa definición según el diccionario de un hombre dorado. Gracias por compartir tu brillo». Y así todos, de Kevin Smith a Mark Wahlberg y de Ricky Gervais, que comentó que toda su carrera pareciera haber sido diseñada con un tono ligeramente irónico, elegante y gamberro, a Elija Wood, llorando la muerte del hombre que mejor sonrió tras un bigote después del inevitable, e inimitable, Clark Gable. «Los locos de Cannonball», «Los caraduras»... Posiblemente sean muchas las cintas de Reynolds que, andando el tiempo, parezcan más productos de simpáticas circunstancias que obras con verdadero tuétano. A nadie le cabe duda, y lo sabía, de que los saltos en los paradigmas estéticos lo encasquillaron en un rol, el del tipo atractivo, masculino y jeta, que fue su perdición a partir de los ochenta. Se las arregló para sobrevivir con apariciones en la televisión, su antigua casa hasta que llegó Hollywood.
La muerte lo ha encontrado rodeado de afecto y honores. Puede que Tarantino y otros grandes lamenten ahora no haberle dado más carrete cuando todavía era posible.