«Mug»: Una cara nueva
Director: Margorzata Szumowska. Guión: Michal Englert y M. Szumowska. Intérpretes: Mateusz Kosciukiewicz, Agnieszka Podsiadlik, Malgorzata Gorol. Polonia, 2018. Duración: 91 min. Drama.
Películas como «Plan diabólico», «Ojos sin rostro» o «La piel que habito» utilizaban la cirugía plástica como motivo temático en el marco del cine fantástico. Todas ellas contaban, desde registros muy distintos –el thriller paranoico, en el caso del filme de Frankenheimer; el melodrama gótico, en el de Franju y Almodóvar–, qué le ocurría a la identidad cuando se enfrentaba a su disolución en ácido sulfúrico; cuando el Yo se convierte en una Otredad que, de repente, nos define, se erige en nueva autoimagen. «Mug» ofrece una variación realista sobre el tema: Jacek, que recibe el primer trasplante de cara de toda Polonia, no solo tiene que adaptarse a una apariencia distinta que deforma un rostro bien parecido y un futuro luminoso sino también al rechazo casi unánime –con excepción de su hermana– de la comunidad que le servía de refugio. Si en «Body», su anterior película, Malgorzata Szumowska utilizaba el cuerpo como metáfora de una sociedad que se siente incómoda en su propia piel, en «Mug» se sirve de la mutación de un rostro para abrir la caja de Pandora de los prejuicios de esa misma sociedad, que, por un lado, entiende el físico como
un mero bien de consumo –como demuestra la extravagante escena inicial, la apertura de la temporada de rebajas de un hipermercado que premia a los compradores que van en ropa interior– y que, por otro, es incapaz de ser coherente con la generosidad y la bonhomía que se le supone según sus recalcitrantes valores católicos, sazonados con inoportunos comentarios racistas. A veces Szumowska muestra esa hipocresía de un modo un tanto tosco, subrayando la repentina villanía de los que antes eran amigos y cordiales vecinos de este afable obrero de la construcción y fan «metalero», pero, en un registro alegórico, funciona bien como análisis forense de una sociedad enferma.
Que el vía crucis del personaje, un auténtico mártir, esté presidido por la estatua gigante de un Jesucristo que es, en realidad, la causa de su desgracia es la más ácida ironía dramática de un filme que, en definitiva, acaba conmoviendo al espectador describiendo el martirio que supone que tener una cara nueva te obliga a nacer otra vez, contra viento y marea.