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Scorsese/DiCaprio: ¿tándem maldito?

Los grandes perdedores
larazon

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Pregunta de Trivial: ¿quién le arrebató el Oscar a Martin Scorsese en 1991 por la extraordinaria «Uno de los nuestros»? Respuesta acertada, aunque parezca cachondeo: Kevin Costner con «Bailando con lobos»... Kevin Costner, un buen chico, un actor simpático, el eterno guardaespaldas de aquella pobre cantante ya muerta y un cineasta cuya cima fue el entretenido, correcto, western susodicho. Lo que vino después (la un tanto bochornosa «Waterworld», aunque no aparecía en los créditos, «Mensajero del futuro», la más acertada «Open Range», su último trabajo tras la cámara, ya de 2003), es casi polvo y olvido. Desde 1991 Scorsese, sin embargo, seguía en racha; inaccesible al desaliento, poco le importaba a este menudo realizador de orígenes italianos perder el premio y los dos anteriores varapalos, porque ni con la magistral «Toro salvaje» en 1981 (el triunfador fue Robert Redford gracias a «Gente corriente», hay ídem para todo) ni la más discutible «La última tentación de Cristo» (1989) obtuvo el beneplácito de la Academia. Es más: tras «La edad de la inocencia», esa exquisitez envenenada, opta de nuevo al galardón con «Gangs of New York» en 2003, extraña, genesiaca, notabilísima narración sobre la Gran Manzana desde las propias, mafiosas y sucias catacumbas de la ciudad. Lástima que apareciera (es un decir, porque en EE UU sigue sin poder poner un pie) Polanski con la sólida y abrumadora «El pianista» y terminara ganando la terna. Faltaba poco, sin embargo, para que Scorsese consiguiera la foto que plasmase el momento, la mano aferrada, los nudillos blancos de apretar, a su único Oscar hasta la presente; fue con «Infiltrados» en 2007. Lo de «Hugo», una preciosidad de 2012, tuvo también delito.
Alguien podría pensar que Hollywood peca, ahora y siempre, de racanería con el brillante septuagenario. Y para mí que es cierto. Muy probablemente porque la filmografía de Scorsese está sembrada de obras maestras indiscutibles pero en muchas ocasiones violentas, por las que pululan, ordenan y mandan capos sin escrúpulos, divertidos o perversos personajes amorales y con unos códigos del honor bastante dudosos. La propia y no menos compacta y brutal «El lobo de Wall Street», con esos enormes pasotes de drogas y esos muchachos que aún a día de hoy no han dirimido sus salvajes pecados, resulta un buen ejemplo de ello frente a la excelente, arriesgadísima e inmaculada cinta de Cuarón. Scorsese siempre prefiere la carne sin importarle el corte antes que la ingravidez.
El caso de DiCaprio quizá resulte incluso peor: candidato en cuatro ocasiones («¿A quién ama Gilbert Grape?», 1993, como secundario; «El aviador», 2004; «Diamantes de sangre», 2006; y por su papelón en «El lobo...»), parece que el tándem con Scorsese le ha hecho especial daño. Cierto: al principio DiCaprio resultaba blando, poco hecho; sin embargo, Martin ha logrado extraer lo mejor de este hoy gran, muy gran intérprete. Pero la Meca es así, amigos: dénle a un antipático vaquero con sida (o sea, a un actor con cerca de treinta quilos menos) y el éxito lo tiene asegurado. No es por quitarle méritos a un entregado McConaughey que tras este trabajo ya no será el mismo guapo papanatas que antes, sino de correr con varios puntos de ventaja desde la propia línea de salida. DiCaprio, adelgaza, o engorda, ya.