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«Stars Wars»: el regreso del mayor fenómeno cultural de nuestro tiempo

Nada volvió a ser lo mismo en el cine y en el mundo de la cultura desde la aparición de «La guerra de las galaxias». Aquella saga creada por Lucas se ha convertido en todo un fenómeno que agrada tanto a capas populares como académicas. Lo «freak» es, hoy, no saber nada de «Star Wars».
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«La guerra de las galaxias» nunca descansa. El tráiler del «spin off» que cuenta el robo de la Estrella de la Muerte y la edición en DVD y Blu-ray de «El despertar de la fuerza» vuelven a ponerlo en el candelero. LA RAZÓN quiere acercar a sus lectores este universo que traspasa fronteras con la entrega de un parchís de «Star Wars».
Si el lenguaje moldea a las sociedades, como les gusta pensar, por supuesto, a los lingüistas, pocas cosas demuestran mejor la influencia de un fenómeno cultural que su incidencia en nuestro lenguaje cotidiano, en las frases hechas que nos decimos, la mayor parte de las veces sin pensar siquiera en ellas. Frases como, por ejemplo, «Que la Fuerza te acompañe» o «Yo soy tu padre», que, bien lo sabemos, proceden de la saga de «Star Wars», que iniciara su andadura allá por el año 1976 y sigue hoy, en pleno siglo XXI, nutriendo nuestros sueños y provocando el entusiasmo de millones de seguidores en todo el mundo. Un mundo que, como su lenguaje, ha cambiado, precisamente, bajo la influencia constante, poderosa e inesperada de una serie cinematográfica surgida de las entrañas mismas del Hollywood más popular y aparentemente intrascendente, así como de un género, la ciencia ficción fantástica y juvenil, que raramente evade los márgenes de su propio universo de freaks y seguidores entregados.
Sin embargo, las aventuras galácticas imaginadas un día por George Lucas como un espectáculo para todos los públicos, inspirado en los cómics de «Flash Gordon», los viejos seriales, las películas de capa y espada –samuráis incluidos– y las leyendas artúricas, escaparon rápida y decididamente de las pantallas para instalarse en el mundo real, incidiendo con vigor inesperado en nuestras vidas cotidianas, para convertirse en influencia constante y conspicua a lo largo ya de cuatro décadas y varias generaciones. El mundo cambió radicalmente con la llegada de Luke Skywalker, Han Solo, la princesa (hoy general) Leia, los robots C3PO y R2D2 y el archivillano por excelencia: Darth Vader. De repente, estos personajes de ficción, con su carga arquetípica dispuesta a introducirse en el imaginario colectivo, conectando con fuentes tan profundas como atemporales, cobraron vida propia, convirtiéndose en modernos héroes y semidioses de una mitología contemporánea, rabiosamente actual al tiempo que eterna. El resultado de esta invasión galáctica iría mucho más lejos que aquella primera avalancha de imitaciones que inundaron las pantallas de los últimos años 70 y primeros 80 del siglo pasado, traduciéndose ya entonces en la aparición y consolidación de una serie de elementos que poco antes habían sido prácticamente marginales para nuestra sociedad, e incluso para el propio Hollywood. Elementos que transformaron tan repentina como profundamente no solo el «show bussiness» sino la vida cotidiana. Primero fue el «merchandising», eso que Lucas se reservó sabiamente para sí mismo como única prebenda y que le convertiría en uno de los hombres más ricos del mundo. Muñecos, juguetes, camisetas, accesorios de todo tipo y condición, extendieron el imperio de las galaxias –y el de Lucas– hasta llegar a lugares donde el ser humano no había pisado jamás. Objetos que siempre se habían considerado propios solo de niños y adolescentes, se convirtieron y son ahora auténticas piezas de coleccionismo, «objets d’art», que decoran nuestras casas, escaparates, calles y hasta museos, alcanzando a menudo precios astronómicos en subasta. Aparte de lo meramente anecdótico, quedó para siempre el hecho de que una película ya no era sólo lo que se proyectaba en pantalla y los beneficios que producía en taquilla, sino el resorte, la excusa, para transformarse en fuente de ingresos e influencia constante, inabarcable y renovable a través de la explotación del «merchandising», el cómic, los videojuegos, la televisión o los juegos rol, de los que el filme original acabaría por convertirse en elemento casi secundario.
Si «Star Wars» fue pionera en la era moderna de los efectos especiales, cambiando para siempre la industria cinematográfica y la sensibilidad de los espectadores, no lo fue menos para la industria actual del entretenimiento multi y transmediático, que hace de toda superproducción de Hollywood un fenómeno sociocultural y económico no sólo viral sino hasta vital. El universo de Lucas lo invadió todo: de las discotecas más chic, gracias a las versiones pop de la no sólo inolvidable sino imposible de olvidar banda sonora compuesta por John Williams, hasta las grandes salas de conciertos con su versión para orquesta sinfónica, en parangón con cualquier clásico de la historia de la música. Las librerías y tiendas de cómic se vieron y se siguen viendo inundadas por incontables e interminables adaptaciones, secuelas, precuelas y series alternativas basadas en el universo «Star Wars», que se multiplica, divide y subdivide en infinitas sagas y aventuras, que se convierten también en populares series de animación para televisión. Y tras el éxito, tan sorprendente como merecido, de aquella «Guerra de las galaxias», cada una de las entregas posteriores se convertiría en renovado fenómeno sociológico, creando nuevos personajes –Yoda, Jabba el Hutt, Annakin e incluso, aunque odiado, el inefable Jar Jar Binks, por citar algunos–, nuevas expectativas y, sobre todo, haciendo una labor evangélica que convertía a los primeros espectadores de la saga, niños o adolescentes en 1976, en los padres, tíos y abuelos de nuevas generaciones aleccionadas implacablemente en el culto a «Star Wars», transformado en «religión» del nuevo milenio.
- Un universo audiovisual
El habla común, el universo audiovisual y mediático, con Internet creciendo imparable a la par y al tiempo que «Star Wars», la literatura popular, pero también estudios académicos, ensayos sesudos y hasta cursos y asignaturas especializados en la disección y análisis de la saga; la industria del entretenimiento, pero también la textil, la alimentaria –sí, las hamburguesas y pizzas de franquicia también son alimento–, la musical, la deportiva, la cosmética y perfumista, todas y muchas más están hoy colonizadas por el fantástico mundo espacial que antaño fuera propiedad de Lucas, convirtiendo a sus protagonistas, personajes y criaturas de ficción en iconos más populares y queridos que las más famosas estrellas de la pantalla, el deporte, la cultura o la política. Están en nuestras conversaciones diarias, en referencias y guiños constantes de todo tipo de series y programas televisivos, en nuestras casas, componiendo un nuevo Belén para Navidad, colonizando Legoland o decorando las paredes del salón en versión Warhol, como antes lo estuvieran Marilyn o Mao. Están en nuestro «macmenú», en nuestras galletas para el desayuno, en los refrescos de moda o las no menos warholianas latas de sopa Campbell. Se han convertido en parte del mobiliario cotidiano del siglo XXI, en parte de nosotros mismos.
Pero dos cosas, quizá menos tangibles, pero mucho más inquietantes y de calado aún más profundo y duradero, hacen de «Star Wars» una fuerza sociocultural casi mágica, cuyo alcance aún estamos lejos de poder entender o sopesar objetivamente. De un lado, esa mitología devenida mística, que Joseph Campbell creyó ver de inmediato en Star Wars y empaquetó para la Nueva Era, se ha convertido en auténtica religión organizada, culto a la Fuerza, en la que el código de los Caballeros Jedi y toda su parafernalia, tomada a partes desiguales del misticismo medieval, el bushido, el budismo zen y el taoísmo, goza de la misma consideración –si no más– que cualquier religión oficial y es seguida con fervor militante, genuinamente místico, por miles de personas en todo el mundo. De otro, «Star Wars» ha acabado definitivamente con el «freak»: procedente del universo marginal y marginado de la ciencia ficción, la fantasía adolescente, el cómic y la Serie B, la saga creada por Lucas ha pasado a ser cultura general, popular y académica al tiempo. Fenómeno de masas aceptado, alabado y refrendado por las minorías selectas a la vez que por el público de la aldea global y el espectador medio. «Star Wars» ha sacado definitivamente al «freak» de su ghetto o de su armario, como se quiera. Hoy, ser «freak» es no saber o, por lo menos, no querer saber nada de «Star Wars». Como si tal cosa fuera posible.

Esperando el «spin off»

Los fans de la saga más famosa de la historia de la ciencia ficción sintieron el jueves un cosquilleo en el estómago ante las primeras imágenes de «Rogue One: Una historia de Star Wars», el «spin off» que produce Disney y que revela nuevos aspectos de varios personajes de la saga. La cinta podrá verse en pantalla este mismo año, el mes de diciembre. La película desarrolla una trama que ya estaba apuntada en el filme fundacional de 1977: cómo los rebeldes consiguieron hacerse con los planos de la Estrella de la Muerte. El aspecto más controvertido de la cinta es la presencia de una mujer en el papel protagonista, Jyn Erso, con la actriz Felicity Jones (en la imagen) dándole vida. Esto ha dividido a los fans entre quienes prefererían que el papel principal se le hubiera encomendado a un hombre ya conocido de la saga y quienes abogan por aire fresco en el universo de «Star Wars». Con todo, el tráiler que lanzó Disney el jueves ya se ha convertido en toda una sensación y vuelve a poner a «La guerra de las galaxias» en el punto de mira cuando, además, está a punto de salir en DVD y Blu-Ray el último capítulo: «El despertar de la fuerza». Será el 20 de abril. Disney ha aprovechado para poner en circulación una hora de imágenes inéditas en torno a «El despertar de la fuerza». A buen seguro, el lanzamiento agrandará las cifras astronómicas del estreno más exitoso de la historia.