Historia

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¿Cómo murió Alejandro Magno?

A pesar de la vigencia que tiene la hipótesis del envenenamiento, lo más probable es que el general contrajera una fiebre mismática.

Mosaico de Alejandro en la batalla de Issos, una de las grandes victorias de su campaña contra los persas
Mosaico de Alejandro en la batalla de Issos, una de las grandes victorias de su campaña contra los persaslarazon

A pesar de la vigencia que tiene la hipótesis del envenenamiento, lo más probable es que el general contrajera una fiebre mismática.

La prematura muerte de Alejandro III de Macedonia, más conocido como Alejandro Magno (356-323 a. C.), apenas cumplidos los treinta y tres años, sigue constituyendo hoy uno de los mitos de la Historia universal. Existen razones fundadas para pensar que su fallecimiento no se debió al envenenamiento, como algunos historiadores han pretendido hacer creer. Entre otras cosas, porque la ciencia de los venenos sólo podía basarse en meras conjeturas en una época en la que no se practicaban autopsias.

En cuanto a su incorruptibilidad, la cual ha llegado a afirmarse no debe perderse de vista que para los biógrafos del conquistador, como para todos sus contemporáneos, los monarcas debían gozar entonces de semejante privilegio. El cadáver de un soberano no podía ser pasto de los gusanos, como el del último de sus súbditos.

Pero volviendo al más que improbable emponzoñamiento de Alejandro Magno, debemos advertir al lector que los rumores fueron propalados por la propia madre del difunto monarca, Olimpia de Epiro, para estigmatizar la memoria del general Antípatro, el cual mandaba en Macedonia y gobernaba Grecia mientras el conquistador libraba encarnizadas batallas en el interior de Asia.

Herida en su orgullo de madre, Olimpia de Epiro pretendió dañar también el prestigio de Casandro de Macedonia, hijo de Antípatro, a quien sucedió en el trono. El doctor Foissac manifestó incluso que Olimpia esparció al viento las cenizas de Iolas, hermano de Casandro, a quien acusaba de verter el veneno que mató a su amado hijo. Llegó a decirse, para colmo de maledicencias, que el general Antípatro, celoso de las victorias del joven Alejandro, se puso de acuerdo nada menos que con el impar Aristóteles, que tantos conocimientos brindó al monarca, encargándose el propio filósofo de preparar el brebaje letal. Verlo para creerlo.

Hablando de leyendas, añadamos que existía en la Arcadia, cerca de un lugar llamado Nonacres, un manantial muy frío que surtía de agua a la Estigia, llamada así en la mitología griega.

De acuerdo con una versión popular publicada en la «Revista española» de ambos mundos en 1853, el agua de ese manantial estaba desprovista de olor y sabor, constituyendo un veneno mortal que atravesaba el vidrio y hasta el metal, y con cuanta mayor razón las vísceras de un cuerpo humano como el de Alejandro Magno, por muy rey que fuera. Según esa leyenda, el agua solo podía transportarse en el interior del casco de un caballo; precisamente el medio empleado por Casandro, de acuerdo con las habladurías, para hacerla llegar a sus hermanos Filipo e Iolas, mayordomos del rey. Como las responsabilidades de Filipo e Iolas en la Corte les obligaban a probar antes los alimentos y bebidas, sirvieron primero el agua demasiado caliente. Al rechazarla Alejandro, añadieron entonces el agua fría y venenosa.

Bebamos ahora, nunca mejor dicho, de la gran fuente documental: el propio «Diario de Alejandro Magno». En el primero de sus últimos días en el mundo de los vivos, se hace constar que Alejandro volvió a casa de Medio, uno de sus efebos predilectos, y empezó a sentir ya entonces los primeros accesos de fiebre.

Al día siguiente, llevado en su litera, permaneció acostado hasta la noche. Reunió a los jefes, fijó la ruta de navegación, y ordenó a la Infantería que estuviese preparada. Transportado en litera hasta orillas del Éufrates, lo atravesó en barco, tomó luego un baño y descansó. Durante los últimos diez días, la fiebre aumentó hasta límites insoportables para el ser humano. De ello dan cumplida cuenta los boletines diarios de la enfermedad de Alejandro proporcionados por Arrio, según los diarios de Ptolomeo y de Aristóbulo.

El relato de Plutarco, basado en el Diario del monarca, nos sirve para completar el de Arrio y confirmar que el soberano falleció víctima de las altas fiebres en el plazo de diez días. Es probable que nuestro protagonista perdiese la vida así a consecuencia de la fiebre y no del veneno, teniendo en cuenta que acababa de atravesar una comarca pantanosa, durante su paseo por las marismas que formaban el Éufrates. Para colmo de males, los remedios médicos contra la fiebre –baños fríos, principalmente– resultaron ineficaces por completo. No sería descabellado deducir que Alejandro pudo haber sucumbido en realidad a una fiebre miasmática que progresó de forma acelerada por sus excesos con el alcohol, tal y como manifestaba Efipo en su obra sobre la sepultura de Alejandro y de Hefestión. Alejandro Magno, en efecto, bebía también a lo grande.