Con genio, pero noble; por Antonio del Real
Mi debut en el mundo del cine fue con «El poderoso influjo de la luna» (1980). Conseguí reunir a un elenco de actores de esos que no se consiguen con frecuencia. Además, cobraron el cincuenta por ciento, precisamente por deferencia a que yo empezaba. Todos me decían: «¿Pero cómo has podido reunir a Marsillach y Alfredo Landa para hacer de protagonistas». Yo creo que alguno aún se lo está preguntando. Funcionó estupendamente. Imagínate un reparto con los hermanos Gutiérrez Caba, Agustín González, Concha Cuetos y tantos otros grandes. Lo único que falló fue el productor. Después volvimos a coincidir en «El río que nos lleva» (1988), una película que nos dio tantas satisfacciones. Me tomaron por loco cuando me decidí por él: «¿Cómo va a interpretar un papel en una película que no es una comedia?». Con Alfredo me fui a Cannes, a la Quincena de Realizadores. Estaba tan ilusionado por conocer a Gregory Peck... Y allí estaba, junto a Jane Fonda, por dos razones: presentaban «Gringo viejo» y en nuestra película participaba su hijo Tony. Recuerdo cuando le vimos en La Croissette. Fue una imagen única. En 1994 llegó nuestra tercera colaboración, «¡Por fin solos!», una cinta muy divertida que sirvió para que estrecháramos nuestra amistad. Su final, como el de tantos compañeros, me da una pena inmensa, es como si estuviéramos sufriendo en la profesión un maldito exterminio. Gamero, Gallardo, Landa y tantísimos otros...
Era un hombre con muchísimo carácter, de ahí que durante una temporada nos dejáramos de hablar, pero fue pasajero y no me sucedió a mi solo. Prefiero recordarle como a un navarro noble, un todoterreno capaz de dar un puñetazo en la mesa. Durante una época fue un actor injustamente tratado, pero el tiempo ha demostrado que el público devoraba sus películas.