«Conversación en La Catedral»: cuando Vargas Llosa se preguntó “en qué momento se había jodido el Perú”
Hace cincuenta años, el autor publicó uno de sus libros más representativos.
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Hace cincuenta años, el autor publicó uno de sus libros más representativos.
Mario Vargas Llosa sabe lo que significa ser ciudadano del mundo implicado en la sociedad, incluso desde la vertiente política y con mucha actividad de tinte periodístico. Para tantos y tantos lectores, parece un hombre incombustible e infatigable, prolífico y polifacético; todo un «obrero literario», como lo llamó Carlos Barral en sus memorias, recordando un verano en que el autor peruano, en la casa de Calafell del editor, trabajaba «ocho horas diarias en la redacción de “La casa verde”», novela que aparecería en 1966 y obtendría el Premio de la Crítica.
Autor de una obra ingente, en número y géneros literarios –aparte de narrativa, ha firmado nueve obras teatrales, por ejemplo–, Vargas Llosa se abrió a la celebridad artística gracias al premio Biblioteca Breve, comandado por Barral, recibido por «La ciudad y los perros» (1962), también galardón de la Crítica. Un inicio despampanante porque, además de estar asociado a importantes galardones, fue acompañado por el llamado «boom» latinoamericano.
Vargas Llosa fue el primer autor que descolló desde América Latina en España, el que abrió la senda para que el mundo editorial acogiera a autores mayores que él, como Cortázar o García Márquez. Barcelona era por entonces, para los literatos, lo que había sido París para los poetas modernistas, y Vargas Llosa aprovechó esa relación de forma primorosa. Disciplina, tesón, curiosidad infinita, tales son las cualidades con las que aquel veinteañero llegó a la capital francesa desde Lima, en 1959, se puso a leer toda una noche «Madame Bovary» y se entregó a emular a Flaubert en su dedicación imparable. En ese año había publicado el libro de cuentos «Los jefes» y le esperaba una década gloriosa, con las obras mencionadas más el relato largo «Los cachorros» y «Conversación en La Catedral», un título tan paradigmático que fue usado por su gran amigo, el escritor uruguayo Ruben Loza Aguerrebere, en su libro de charlas con Borges y Vargas Llosa «Conversación con las Catedrales» (Funambulista, 2014), haciendo un guiño a este título de 1969. Ya han pasado, pues, cincuenta años, y aún se mantiene como de las referencias inexcusables de la narrativa en español de la contemporaneidad.
Un inicio icónico
El inicio de la historia no puede ser más directo y franco: «Desde la puerta de “La Crónica” [diario siempre ligado al gobierno de turno] Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?». A partir de esa preocupación, los dos personajes principales, el pesimista Santiago Zavala o Zavalita, joven de familia pudiente, que estudia en una universidad que es núcleo de la propaganda comunista que enfrentaba a la dictadura, y el zambo Ambrosio, que había sido el chófer –y algo más íntimo– con su padre, se desarrolla una conversación que dura cuatro horas, pero en la que van teniendo voz otros personajes secundarios.
El contexto en que sucede todo es el «ochenio» dictatorial del general Manuel A. Odría (años cuarenta y cincuenta), y la charla se mantiene a mediados de los sesenta en el modesto bar La Catedral, en alusión a la gran altura de su techo y a la forma de portón de iglesia de su entrada. El resultado de tal conversación fue esta novela de la que el propio autor habló en estos términos: que ninguna otra le había dado más trabajo, entre revisiones y reescrituras. «Si tuviera que salvar del fuego una sola de las que he escrito, salvaría esta», sentenció.