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Crítica de "Babygirl": el poder del deseo femenino ★★★★✩

Dirección y guion: Halina Reijn. Intérpretes: Nicole Kidman, Harris Dickinson, Antonio Banderas, Sophie Wilde, Esther McGregor. Estados Unidos, 2024. Duración: 114 minutos. Drama erótico.
Crítica de "Babygirl": el poder del deseo femenino ★★★★✩
Un fotograma de "Babygirl"Imdb
Sergi Sánchez
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

Barcelona Creada:

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“Follar”. Con ese infinitivo, como una materia en bruto que hay que conjugar, clausuraba Nicole Kidman “Eyes Wide Shut”, la película póstuma de Kubrick y su gran lanzamiento como actriz respetable. No lo sabíamos en 1999, pero el verbo en cuestión iba a convertirse en una especie de alegórico mantra, traducible en una necesidad de reivindicar el deseo femenino como subjetividad excéntrica, no normativa, que Kidman exploraría desde diferentes perspectivas, a cuál más insólita y arriesgada (“Dogville”, “Reencarnación”, “El chico del periódico”, “Stoker”, “La seducción”), que ahora sublima en este “Babygirl”. 
Es fácil entender la singular película de Halina Reijn como la subversión de un modelo de thriller erótico muy masculinizado -desde “Atracción fatal” hasta “Instinto básico”, pasando por “Acoso”- donde la mujer era a la vez agresivo fetiche sexual y villana de la función. En ese sentido, la relectura del género que hace “Babygirl” se produce, por un lado, a la sombra de la era #metoo y las políticas del consentimiento, y por otro, con el único objetivo de investigar en la manera en que poder y placer femenino se alían o discuten para que el deseo se despliegue desde un lugar que quiere permanecer fuera del sistema, o lo que es lo mismo, como una anomalía en las estructuras jerárquicas heteropatriarcales. Por eso, Romy (Kidman) no tarda en admitir que no se considera una persona “normal”, y Reijn apoya esa “anormalidad”, retratando sus fantasías de sumisión sin juzgarlas.
Romy, alta ejecutiva en una empresa de robótica, no alcanza el orgasmo en su matrimonio, y esa carencia la impulsa a iniciar una relación sadomasoquista con Samuel, un joven becario (Harris Dickinson), tan apuesto como enigmático. En el terreno sexual, los roles se invierten, y mandar y obedecer, en la esfera privada, se convierten en verbos que pervierten las relaciones profesionales que sustentan el capitalismo corporativo. 
Las escenas sexuales entre Romy y Samuel, sean explícitas o sugeridas, están filmadas con una gran honestidad, desde el momento en que el espectador es consciente de que ambos personajes están improvisando un papel que les resulta novedoso, y eso conlleva una cierta torpeza en los gestos y en el cuerpo, pero es el cuerpo el que manda, y la directora de “Bodies, bodies, bodies” no es ni mucho menos ajena a sus impulsos, que son contradictorios y autodestructivos.
Es admirable que “Babygirl” parezca divertirse metiéndose en charcos de los que le costará salir indemne. Establecida la pasión fatal entre una mujer madura en una posición de poder y su subordinado, un hombre más joven, en su tercio final la película parece disparar sus dardos envenenados en diversas direcciones. Es a las problemáticas relaciones entre el feminismo y el capitalismo a las que Reijn no acaba de encontrar respuestas convincentes. ¿Ser feminista significa reproducir las estrategias de poder patriarcales del capitalismo en nombre de una sororidad solidaria? ¿O, por el contrario, habría que hacer estallar estas estrategias, y, por tanto, acabar con el capitalismo? ¿No es el capitalismo uno de los enemigos más ancestrales del deseo femenino? El final de la película, que no tiene nada de tranquilizador, podría sugerir que Kidman está dispuesta a continuar su revolución. Pero ¿no sería su revolución un acto en exceso solitario?
  • Lo mejor: Una espléndida Kidman, ganadora de la Copa Volpi en Venecia, y su aproximación, nada pacata, a la representación del deseo femenino.
  • Lo peor: En el tercio final no acaba de mojarse sobre cómo el feminismo tiene que resolver sus conflictos con el capitalismo.

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