Crítica de "Emilia Pérez": cambiar de cuerpo es cambiar de alma ★★★★
Director: Jacques Audiard. Guion: J. Audiard basado libremente en la novela de Boris Razon. Intérpretes: Zoe Saldaña, Karla Sofía Gascón, Selena Gomez, Edgar Ramírez. Francia, 2024. Duración: 132 min. Thriller musical.
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Piensas de inmediato en los culebrones latinoamericanos, aquellos que subrayaban con un zoom desenfocado y un latigazo musical la revelación de un hijo secreto, de un adulterio hemofílico o de una enfermedad terminal, y se regodeaban en la dilatación temporal de la emoción, siempre gestionada a partir de lo inverosímil del relato. “Emilia Pérez” pertenece a esas narrativas, incluso podríamos decir que no acaba de explotarlas en toda su verdad caricaturesca, y que tal vez ahí resida su problema, que su imagen se rinde a lo que cierto público puede esperar de una película de autor, sobre todo de un autor como Jacques Audiard, que, no es moco de pavo, ha ganado ya dos Palmas de Oro.
Es decir, “Emilia Pérez” finge tener algo profundo que decir sobre lo trans o sobre un país que el narcotráfico ha convertido en una alfombra roja de cadáveres, pero la cuestión es que solo lo finge, acomodándose en su estilo camp como si lo que importara en realidad fuera delatar la máscara de un artificio, y entender que, en el año 2024, existimos en función de nuestras contradicciones, y es imposible ser tan cínico como para no tomarse en serio lo que supone que un relato busque su identidad.
Porque más allá de que su protagonista, un capo del narcotráfico que cambia de sexo y se redime de su pasado, sea una mujer trans, es la propia película que, juguetona, transiciona sin cesar. Es un melodrama en estado puro, o lo que es lo mismo, un drama que le hace los honores a su sufijo, y se entrega a ser un musical operístico, más atento al realismo chocante de las letras que a las derivas oníricas de sus ocasionales cantantes, y que, mientras tanto, está dispuesto a transformarse en cualquier cosa: ahora un thriller narco, un poco más tarde un vodevil amoroso, luego una película social, y así, vuelta a empezar, siempre deslizándose sobre el delgado filo que separa lo sublime de lo ridículo.
Si, con honrosos desvíos, el cine de Audiard siempre ha explorado los claroscuros de la masculinidad, “Emilia Pérez” no es una excepción. La película imagina la conversión de El Manitas en Emilia (Karla Sofía Gascón en un memorable papel doble) como una fantasía de redención -cambiar el cuerpo es cambiar el alma, como dice una de las canciones- que, obviamente, está predestinada al fracaso, pero que hace posible la formación de una comunidad de mujeres -en la que destacan una magnífica Zoe Saldaña, factótum en la sombra de la existencia de Emilia, y Selena Gómez, algo más incómoda en su rol de viuda- que funciona como refugio para las víctimas de un país atravesado por una violencia descarnadamente masculina.
Audiard parece sugerir que nada puede borrar toda una biografía, por mucho que la culpa se empeñe en hacer su trabajo, y Emilia es la demostración de ello. Sus celos, su ambición, sus ansias de control permanecen en su nueva identidad, y eso es lo que le da profundidad como contradictoria heroína melodramática. Si Audiard se hubiera atrevido a llevar a la película más lejos, si lo mucho que cree en sus personajes le hubiera dado alas para alejarla más de lo real, tal vez nos habría ahorrado una parte final demasiado convencional, pero lo que queda no es poco: una película de alma popular y cuerpo voluptuoso, hecha con una emoción desbordante.
Lo mejor:
Las actrices, en especial Gascón, y su falta de prejuicios a la hora de transitar por todo tipo de géneros populares.
Lo peor:
Habríamos agradecido unos cuantos gramos más de delirio culebronesco.