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Historia

Cuando fin de año era tradición francesa

Durante décadas, la tradición y los orígenes reales de la celebración de las fechas navideñas en estas semanas han centrado distintas polémicas y ha alimentado conversaciones

Árbol de Navidad colocado junto a la escultura del Oso y Madroño, en la Puerta del Sol.
Árbol de Navidad colocado junto a la escultura del Oso y Madroño, en la Puerta del SollarazonLa Razón

«¿Has leído “El País” de hoy?», preguntó Manuel. «No, soy monárquico y liberal, no quiero saber nada de republicanos socialistas», contestó su amigo algo enfurruñado. «Tiene un artículo muy crítico con las uvas de la Puerta del Sol», dijo el primero. «¿De este año?”, inquirió el amigo. «Sí, mira, 1 de enero de 1915», contestó apurando lo que parecía un café con leche y azúcar. El Café del Prado tenía forma triangular, en la esquina entre la calle León y la del Prado, cerca del Ateneo de Madrid. Manuel iba allí cada tarde. Le gustaba ese ambiente de mesas cercanas, el bullicio de la charla política, y ese techo de angelitos elaborando café. Los habituales del lugar decían que por allí habían pasado Bécquer y Menéndez Pelayo, nada más y nada menos. Así que decidió ir con su hijo Pepito. El niño tenía unos diez años. «¿Qué hay, Dionisio?», dijo Manuel al camarero, un hombre embutido en un delantal blanco. «Mucho mal, y mal repartido –contestó el susodicho–. ¿Y este niño? Qué carita. ¿Por qué eres tan mono?». «Mono será Vd., señor. ¿Por qué es tan calvo?», dijo Pepito poco antes de recibir un buen pescozón. «A ver, Manuel –retomó el amigo–, cuéntame eso que dice “El País” sobre las uvas de la Puerta del Sol».

«Dice que es una costumbre francesa». «Eso es un cuento chino –apuntó el amigo–. La gente en Madrid ya lo hacía en 1892 por lo menos. Lo leí en La Iberia. ¿Te acuerdas de ese periódico? También El Imparcial contaba que dos años después, en 1894, ya se aglomeraba el personal en la Puerta del Sol». «Pues “El País” dice que es una fiesta grosera contraria a la tradición española», dijo Manuel torciendo la cabeza. «Hombre –dijo el amigo–, entonces Nochevieja se llamaba Día del Año, Víspera de Año Nuevo o del Año Saliente, pero era distinta. Mis padres se reunían con los vecinos y representaban Motes para damas y galanes». «¿Qué es un galán?», preguntó Pepito. «Calla, niño. Mi padre repetía uno que decía: Por trovar vuestras maldades, digo en versos las verdades, que merecéis que yo diga, que vestís mujer y amiga».

Dionisio se acercó. «Perdonen que me entrometa, señores. Aquí viene un cliente que insiste en que la costumbre de las uvas procede de un exceso de producción de la misma». «Otro cuento chino», sentenció el amigo. «La gente comía uvas en esa celebración desde mucho antes porque era muy barata, mucho más que un vino achampanado». «Creo que al principio comían solo tres, ¿no?», metió baza Manuel. «Bueno –contestó el interpelado recostándose en la silla de madera, que crujió dando solemnidad al relato-. Sí y no. Comían tres porque simbolizaban alegría, salud y dinero. ¿Para qué más? Pero como nos damos al exceso en Navidad, se impuso el comer las doce uvas». Mientras, Pepito daba lametazos al turrón de azúcar y miraba por la ventana. «Yo estoy esperando a los Reyes Magos», soltó con una sonrisa.

En rebeldía

«Es que antes lo que se celebraba era la noche de Reyes. Era tal el gentío que salía por todo Madrid, de calle en calle, bebiendo y gritando, que el alcalde, José Abascal, puso en 1882 una multa de cinco pesetas al que anduviera por la noche», señaló Dionisio, que seguía la conversación mientras limpiaba la mesa. «En rebeldía, la gente empezó a reunirse en la Puerta del Sol, donde está el ministerio de la Gobernación, para tomar las uvas el 31 al son de las campanadas. Aquí, en el café, yo doy las campanadas haciendo sonar la bandeja con un cucharón –descubrió Dionisio–. Luego servimos anís y coñac gratis». Los dos amigos abrieron los ojos. Se lo habían perdido. Ambos se quedaron en casa con sus respectivas familias. «Bueno, ¿y qué más dice “El País”?». «Cuenta que cerraron todas las calles adyacentes a la Puerta del Sol porque no cabía un alma más. La gente cantaba por igual al Niño Dios y al Dios Baco. Tocaban sonajas, carracas, panderos y pitos». «¡Papá, ha dicho pandero y pito!», exclamó Pepito riéndose. «Dice “El País” que no es fiesta para mujeres decentes, a las que tocan y retocan, sino para “profesionales” Ya sabe. Ah, y el chiste del día: “Joven, es usted una gachí que da la hora”». Todos rieron menos Pepito, que se metió un dedo en la nariz. «¡Quita, guarro!», gritó el padre. «Además hubo carrozas adornadas con uvas, ocupadas por bellísimas mozas», soltó Manuel guiñando un ojo. «Espera, que te leo la crónica de “El País”: “predominan la gente de bronce, las mozas del partido, los profesionales de la borrachera”». «Somos juerguistas, Manuel, y convertimos cualquier fiesta en tradición. Ya verás». «Puede ser, amigo, puede ser», exclamó Manuel cerrando aquella conversación para hablar de la tregua de Navidad en la Gran Guerra.