David Hockney se queda colgado (de un ascensor)
El artista británico iba de camino a inaugurar una exposición sobre Van Gogh cuando el ascensor dejó de funcionar
El artista británico iba de camino a inaugurar una exposición sobre Van Gogh cuando el ascensor dejó de funcionar
David Hockney, el Beatle del Pop Art británico. El hombre que ha descargado su identidad en sus gafas de colores, que son algo así como el monóculo de su inteligencia. El único tipo del mundo que ha nacido con el oído absoluto en la mirada, que en su caso es un caleidoscopio de paisajes y piscinas diversas. En la grisácea Inglaterra del pre-thatcherismo él trajo una gama inesperada de vivas tonalidades. Un arco de luz que a muchos les empujó a ubicar la ciudad de Los Ángeles en un arrabal de Liverpool. Consigo traía dos vicios: el impulso adictivo de la nicotina y una querencia hacia los maestros de la pintura que le animó a convertir el Ipad en un pincel electrónico y los algoritmos de Google, en una de las paletas de la posmodernidad.
Este anciano, que arrastra el inusual mérito de mantener a los ochenta tacos el rostro imberbe de su adolescencia, es el artista vivo más caro del planeta. Un título, y una de las distinciones más ilustres de nuestra sociedad del consumo, que no supone ningún seguro contra posibles incidentes o desagradables imprevistos (por si alguien no lo sabía). No impidió, de hecho, que el artista, junto a la toga de su fama, se quedara colgado hace un par de días en el interior de un ascensor de Amsterdam acompañado de varias personas. Una fosa colgante de la que fue rescatado por una brigada de bomberos, que lo sacó de allí a hombros como si se tratara de un trofeo o la propia Marilyn Monroe.
El creador, que es un inglés raro, un inglés que dispone de sentido del humor, presumió de entereza y al salir cambió el vaso de whisky que le ofrecían, que es una bebida cardiovascular muy apropiada para rebajar las palpitaciones de los sofocos y los ahogos, por una tacita de té (de Yoskshire, para más precisión), lo que demuestra el pulso que baraja el chico. Hockney pertenece a esa clase social, que solo da Gran Bretaña, que apenas ha sacado los pies de las casas de dos plantas, y reconoció, con su sonrisa de estilográfica, que nunca se había quedado atrapado en un elevador.
Eso sí, reconoció también que por la cabeza de los presentes se cruzó la ocurrencia de emular a John McClane en la «Jungla de cristal». Todos manejaron la idea de levantar el techo y salir de allí ascendiendo por los cables, Hockney incluido, que es una cosa muy cinematográfica y espectacular, y que todos deseamos probar alguna vez en la vida. La propuesta quedó en agua de borrajas, no por falta de emprendimiento, sino por la llegada de los servicios de emergencia.
El episodio solo ha dejado claro un asunto: la dependencia del pintor por el tabaco. Donde otros pedirían una botella de oxígeno, el exigió humo. Pero aquí, el que ha salido malparado es el de siempre, o sea, Van Gogh. Hockney se dirigía a inaugurar una exposición del pelirrojo cuando se quedó atrapado. Después del incidente, él centró toda la atención y a Van Gogh nadie le hizo ni caso. En fin, como siempre. Si es que hay historias que no tienen arreglo...