Javier Ors

Domingo Villar: "Creo que estamos “escarallando” el mundo"

Foto: Gonzalo Pérez
Foto: Gonzalo Pérezlarazon

Domingo Villar ha regresado de diez años de silencio. Él lo toma con humor: «La incapacidad convertida en leyenda. Si no he escrito un libro antes es porque no he tenido un manuscrito que me gustase». Nadie lo aguardaba cuando, de repente, ha irrumpido con ese novelón que es «El último barco» (Siruela), uno de los libros del año y, desde luego, del verano. Novela negra sin renunciar a la literatura. Su título ha convertido a la costa gallega en un destino turístico. Donde antes solo iban cuatro, ahora van cientos. Su detective Leo Caldas, con esta historia de setecientas páginas, va camino de entrar en ese parnaso donde ya aguardan otros grandes inspectores del género negro. El escritor, que recuerda Galicia, pero vive en la capital, nos habla de su relación con su protagonista, un tipo fumador y muy afinado.

¿Qué hace un gallego en Madrid?

Echar de menos su tierra. Cuando siento un poco de morriña, la combato escribiendo sobre ella. Cada vez que pongo a mis personajes a caminar por la orilla de la ría, estoy, de alguna manera, allí con ellos.

¿De qué hablaría con Leo Caldas en un bar?

Probablemente de vino, porque es algo que nos une. Los dos somos hijos de bodeguero. De eso, de vendimias y de los ratos pasados a la sombra de las vides.

¿Cómo fue el encuentro con él?

Azaroso, como todos los importantes. Vázquez Montalbán y Camilleri me enseñaron que se podía mirar a la sociedad a través de un investigador. Yo, que estaba lejos de mi tierra, pretendí recordar la mía a través de Caldas. Luego le he ido conociendo y cada vez me cae mejor. Me gusta porque es un policía compasivo.

¿Algo que le irrite de él?

A veces pone demasiadas trabas entre él mismo y la felicidad. En ocasiones la vida es simple y él tiende a complicarla, a buscar tres pies al gato.

¿Es típico de detectives?

Un poco, pero no es condición sine qua non. No obstante, Caldas está empeñado en cerrar las puertas que le pueden conducir a momentos de esparcimiento. Es un poco melancólico.

¿Es por que ha visto mucho de la vida?

Porque creció sin madre. No ha tenido fortuna con el amor y no se le dan bien las relaciones sociales y eso lo condena al silencio involuntario.

¿Tan importante es el amor?

Es el motor que más nos hace avanzar y el que más daño hace cuando gripa.

¿Qué no le gusta de la sociedad?

Que es posible que estemos «escarallando» (cargando) el mundo y que no paremos a tiempo. Y que cada vez hay más gente y cada vez se necesita menos para hacer las cosas. Una gran parte de la población va a ser observadora de la otra.

Por cierto, como gallego, dicen que ya no hay pulpo suficiente para atender tanta demanda gastronómica.

El pulpo gallego fue más fino y pequeño. Desde hace tiempo, gran parte del que se consume en Galicia viene de otros mares, donde son más grandes y más adecuadas para tomar «a feira».

¿Leo Caldas es más de pulpo, vieiras o percebes?

Si el bolsillo se lo permite, de percebes, pero ante las otras alternativas no llorará.

¿Y usted?

Si las vieiras las hace mi madre, las prefiero por delante de otra cosa, si no, los percebes.

Diez años para un libro. O los tiempos van muy deprisa o usted se lo toma con calma.

Las dos cosas. Vivimos tiempos tumultuosos. Todo se mueve con demasiado vértigo, pero los oficios artesanos van mal con las prisas y el literario no deja de ser un oficio artesano.

En su novela aparece un «libro de idiotas

Es una forma filosófica de entender el mundo: registrar a todos los idiotas que tiene. El problema es que cuantos más años pasan, cada vez tiene más páginas.