Dos mujeres frente a lo intangible del éxito
Clara Sánchez y Ángeles González Sinde, ganadora y finalista del Planeta
Cuando uno se sorprende hablando de fracasos con la flamante ganadora del premio mejor dotado económicamente de este país no le queda más remedio que admitir que la vida es una paradoja mucho mayor que la que pueda concebir cualquier escritor. Y si no cómo se explica este empujón mediático y económico que supone el Planeta para alguien como Clara Sánchez acabe de parir una disección del éxito aparente (una modelo cotizada y casada con un pintor a la que todo el mundo quiere, incluidos los dueños de la agencia en la que trabaja). «A mis veintiséis años tenía dinero en fondos de inversión, una moto, un Mercedes, un 4x4 y un chalé en una de las zonas más exclusivas y caras, a diez kilómetros de Madrid, rodeada de futbolistas y famosos. A los 16 años firmé mi primer contrato como modelo y a los 17, antes de abandonar el instituto, cancelé la hipoteca del piso de mis padres». Así se presenta Patricia, la voz que narra y protagoniza «El cielo ha vuelto». «Todo éxito lleva aparejado una decepción. Es una especie de droga, porque a todos nos atenaza la sombra del fracaso», subraya Sánchez.
Una Ulises del siglo XXI
A pesar de que para ambas, su protagonista y la escritora, las manecillas del reloj corren en direcciones inversas: la modelo siente que con cada año sus posibilidades de volver a subir a la pasarela disminuyen pues hay muchas jóvenes empujando, mientras que a una novelista la experiencia no hace más que agrandar el oficio y también la materia prima con la que modelar sus relatos: «A pesar de eso yo la entiendo muy bien, porque ambas compartimos una profesión en la que se hace necesario el reconocimiento del público. Si no hay lectores, no hay libro». Sánchez corrió a escribir después de ver en la portada de una revista los ojos de una modelo que decían muchas más cosas que ninguna otra que hubiera contemplado antes. Y no dudó ni por un momento en convertirla en un particular Ulises del siglo XXI, que debía atravesar toda una odisea personal para comprender que nada de lo que la rodeaba brillaba tanto como le parecía («cuando vuelve a casa ya es una persona totalmente diferente, sale de su estado de inocencia y se convierte en alguien capaz de adaptarse a su nuevo entorno, asegura). La escritora admite que no tiene ningún prejuicio contra una profesión que levanta tantos recelos: «Somos nosotros quienes las invisibilizamos porque creemos que son solo imagen. No son seres vacíos; en cuanto que hay carne, detrás hay huesos y sufrimientos». También con este fogonazo de éxito Clara Sánchez prefiere no deslumbrarse y asegura que, aunque lo paladee, «cada uno es como es y no puede cambiar tan fácilmente yo me sigo sintiendo vulnerable». A pesar de que guarde en su casa el Premio Nadal, el Alfaguara... de que haya vendido más de un millón de ejemplares en veinte países distintos. «Creo que he tenido éxito en el extranjero porque, aunque tengo que armar una historia para transmitir mis pensamientos, no he escrito nunca sobre algo que no haya sentido o pensado. Esa autenticidad es lo que creo que ha llegado a tantas personas de diferentes nacionalidades, reflexiona sobre su obra.
Es más que probable que este reconocimiento dispare aún más sus ventas, como se viene confirmando con el ganador de cada año, pero para ella, lo importante del reconocimiento (tanto moral como económico) es que «me dará libertad, tranquilidad, no preocuparme por el qué dirán», asegura sincera.
La tesis de la novela no solo abarca el éxito profesional, sino también el personal. Patricia, a pesar de ser una mujer piropeada por donde va, suspira por su marido, un pintor de medio pelo que parece no acabar de despuntar ni en lo artístico, ni tampoco en las relaciones personales: «El amor puede resultar un tanto vampírico y también bastante adictivo, con todo lo bueno y malo que eso tiene. A veces hay que luchar mucho para alcanzar la independencia sentimental. Desde luego, no es una novela contra el amor, que es el motor que lo mueve absolutamente todo, pero sí que es un libro en el que la protagonista busca una cierta desintoxicación sentimental», aporta la autora.
Cuando recibió el galardón, más femenino que nunca, no solo porque la finalista también lo sea, sino porque había muchas autoras en la selección de las diez finalistas, se acordó de Ana María Matute, que compartía mesa con ella en la noche del fallo: «Hay veces que tenemos demasiados complejos, me acordé de ella porque se lo merece, igual que tiene valía suficiente para el Nobel, aunque se lo acaben dando a Alice Munro», dice valiente.