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Drácula, un vampiro de folletín

Bram Stoker está de gran actualidad editorial. A la reciente edición de sus cuentos completos se añade ahora la precuela del original, con el propio escritor irlandés como personaje y su misteriosa niñera
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Bram Stoker está de gran actualidad editorial. A la reciente edición de sus cuentos completos se añade ahora la precuela del original, con el propio escritor irlandés como personaje y su misteriosa niñera.
A muchos les sorprenderá saber que la creación del que sería uno de los personajes literarios más importantes de la historia, Drácula, en 1897, no reportó apenas dinero a su autor, Bram Stoker, al que, además, los críticos desdeñaron desde el comienzo. Y eso pese a que «con su publicación no albergaba más esperanza que el entretenimiento de un público ávido de historias de folletín y, con suerte, el ingreso extra de un dinero que necesitaba», explica Antonio Sanz Egea en el reciente volumen de «Cuentos completos de Stoker» (Páginas de Espuma; traducción de Jon Bilbao). Para el que se convertiría en el vampiro más famoso, el escritor irlandés no eligió una narrativa convencional a la hora de afrontar su larguísimo relato, sino el género epistolar para materializar lo que es, sobre todo, la historia de una obsesión desorbitada. Así, Drácula contrata los servicios de una agencia inmobiliaria de Londres en busca de la yugular femenina que le obsesiona desde que vio una fotografía de su dueña. Se trata de Mina Harker, a la que su prometido Jonathan le envía las cartas que configurarán la médula de la novela y que reflejan las andanzas de este joven abogado inglés por los montes Cárpatos de Transilvania, donde ha acudido para cerrar unas ventas con el que llaman Conde Drácula.
Murciélago todopoderoso
Un individuo cuyas características tuvo claras Stoker muy pronto: podía transformarse en lobo y en murciélago, reptar por las paredes, controlar las tormentas y crear masas de niebla para esconderse entre ellas. Pero, claro está, el también autor de «El invitado de Drácula y otros relatos inquietantes», que su viuda publicó en 1914, dos años después de la muerte de su marido, no partía de la nada, y las fuentes e inspiraciones de las que se nutrió son variadas. En realidad, el vampiro literario nació décadas atrás, cuando algunos escritores se basaron en leyendas extraídas del folclore del este europeo para pergeñar hombres sedientos de sangre humana, como hicieron John Polidori, secretario de Lord Byron, en «El vampiro» (1816). Otro cuento, del alemán E. T. A. Hoffman, titulado «Vampirismo» (1921), insistiría en la temática pero desde el punto de vista de una mujer, y luego, vendrían «La muerta enamorada» (1836), del francés Théophile Gautier, que usaría la primera persona de su protagonista para contar otra tanda de desvelos sangrientos, y «Varney el vampiro o El festín de sangre», del inglés Malcolm Rymer, que la dio a conocer por entregas entre los años 1845 y 1847.
Tales antecedentes en tres idiomas diferentes serían clave para que Stoker ideara la atmósfera misteriosa, poética y ambigua que le elogiaría Oscar Wilde –cuya novia de juventud acabaría siendo la esposa de Stoker–, para quien no había dudas de que «Drácula» era la mejor historia de terror de todos los tiempos. Por su parte, Sanz Egea sumaría también una obra bien curiosa como lectura, «Transylvanian Superstitions», de Emily Gerald, «que le sirvió de punto de partida en la historia. En cuanto al trasfondo gótico y de terror, “Drácula” es un compendio de historias de fantasmas que recuerdan a las pantomimas infantiles que veía con sus padres en Dublín, a las lecturas de “Carmilla”, de Sheridan Le Fanu, o el “Libro de los hombres lobo”, de Sabine Baring-Gould».
Todas las obras citadas, y algunas otras, serían caldo de estudio para el sobrino-bisnieto del escritor, Dacre Calder Stoker, un hombre nacido en Canadá, en 1958, y que destacó en el pentatlón moderno –Bram Stoker se distinguió en su natal Dublín por ser un deportista potentísimo, pese a que pasó sus primeros siete años de vida enfermo en casa, algunos dicen que por una dolencia psicológica– antes de consagrarse a la difusión de la propiedad intelectual de su tío-bisabuelo. Todo ello derivó en la secuela «Drácula, el no m­uerto», que Dacre publicó en 2009 en colaboración con Ian Holt, y en la que convirtió en personaje a la condesa húngara Erzsébet Báthory, que vivió entre los siglos XVI y XVII y en la que se había fijado Bram Stoker para elaborar el perfil de su propio conde.
De hecho, el mismísimo Bram Stoker también aparecía en el texto, junto a otros iconos del terror londinense como Jack el Destripador, con el fin de urdir una trama en la que se daba continuación, funesta, a los personajes originales. Para ello, los autores habían estudiado los apuntes dejados por el escritor nacido en una pequeña localidad costera cercana a Dublín, Clonfart, en 1847, intentando llevar a cabo ideas que al final habían quedado desechadas. La primera de ellas, el título, que iba a llevar al principio ese añadido de «el no muerto». Pues bien, Dacre se juntó con el escritor J. D. Barker, desde que lo conociera en la gala del Premio Bram Stoker 2014, en el que fue finalista este especialista norteamericano en historias de horror, para emprender la tarea de escribir una precuela que al final ha dado como resultado «Drácula. El origen (editorial Planeta; traducción de Julio Hermoso)».
El desafío radicaba en buscar las escenas que Stoker descartó para la versión final de su obra; de hecho, se tiene constancia de un centenar de páginas que el autor dejó fuera y que, curiosamente, sí estaban en una edición islandesa de 1901 reescrita a cuatro manos: por el mismo Stoker y el editor y traductor Valdimar Ásmundsson; en esta versión, más corta y oscura, se varió el argumento, se añadieron personajes y se enfatizó el tono sensual. Se tituló «Makt Myrkranna» («Los poderes de la oscuridad»), y contó con un prefacio de Bram Stoker, pero el texto permaneció perdido hasta que, en 2014, fue descubierto por el investigador Hans Corneel de Roos y pudo publicarse, a su vez, con un prefacio de Dacre. Esto se añadía a otro gran descubrimiento, sucedido en 1980, el de la versión original de «Drácula» (se dice que lo encontró un granjero mientras limpiaba un granero), y que compró el recientemente desaparecido Paul Allen, en 2002. De hecho, Dacre y Barker tuvieron que viajar hasta Seattle para poder consultar –previo permiso del cofundador de Microsoft y tras firmar un contrato de confidencialidad, en una sala aislada y vigilados por dos guardias– este manuscrito que estaba lleno de notas al margen, tachaduras, esquemas y dibujos que se referían a personajes y sucesos pertenecientes a ese centenar de páginas suprimidas.
Por solo doce páginas
Asimismo, la parte eliminada de la novela de la que se tenía constancia desde siempre era un capítulo de la misma que Florence Stoker incluiría en la edición citada de los cuentos póstumos de su marido, presentado como «El invitado de Drácula», integrado, claro está, en los «Cuentos completos» de Páginas de Espuma, y que no se incluyó, según una nota inicial, por la excesiva extensión de «Drácula», si bien solo hubiera significado añadirle poco más de una docena de páginas. Así, inspirándose en todos estos materiales dispersos, Barker y Dacre Stoker construyeron un argumento en que cobra protagonismo la infancia del propio narrador y su niñera, Ellen Crone, cuyo comportamiento misterioso –responsable de la insólita curación de la enfermedad que tuvo en la vida real el pequeño Abraham– llevará a los hermanos Stoker a indagar sobre ella, tantos años desaparecida. Y su rastro, quince años más tarde desde que la vieran por última vez, les conducirá al del propio Conde Drácula a partir de una estructura novelesca en tres partes, compuesta por varias voces narrativas, más una amalgama de diarios personales y cartas de los personajes, además de recortes de prensa y telegramas; todo lo cual hace vívido el ambiente dublinés de la época a través de sus edificios y calles más importantes, y, sobre todo, el misterio que encierra Ellen y su relación con, ciertamente, un personaje doblemente inmortal: un «no muerto» por su condición fantástica y vivo eternamente en la literatura y la cultura popular.