El canon de papel en la era del e-book
El futuro también será darwiniano. El mundo digital impondrá un canon, una selección cultural. Y, cuando la era analógica sólo sea un vestigio del pasado que evoquen aquellos que todavía conserven la memoria con lucidez, en las casas pervivirá una biblioteca esencial de obras impresas en papel. Unos anaqueles en los que el hombre podrá leer, sin necesidad de encender ninguna pantalla electrónica, los nombres de Homero, Eurípides y Esquilo; de Cervantes, Shakespeare o Moliére; de Melville, Tolstói o Clarín. Señalar cuáles serán esas «afinidades electivas» que las próximas generaciones imprimirán es, a la vez, un desafío y una provocación. «No sé decirle ni diez, porque dependerá también del momento de la cultura y de cada lector. Pero no tengo duda sobre dos: "La Biblia", porque es una acumulación de sabiduría; y, "El Quijote", porque es de una gran densidad humana y porque es un libro de referencia; es un emblema». Miguel Ángel Garrido, filólogo y profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, es prudente a la hora de enumerar esos títulos privilegiados que sobrevivirán al corte que impondrá el «e-book».
Más libros que lectores
Pero él mismo dirige el congreso «La biblioteca de Occidente en el contexto hispánico», organizado por la Universidad Internacional de La Rioja, el CSIC y Cilingua, que abordará este asunto. Comienza el próximo lunes y en él participará José-Carlos Mainer, catedrático de Literatura de la Universidad de Za-ragoza. «Esta cuestión del canon, de selección estable de lecturas, es una idea vieja. La otra cara que tienen es que varían con las sensibilidades, los gustos y, periódicamente, se alteran», comenta Mainer. Harold Bloom propuso uno. Resultó polémico. Pero, en el fondo, ponía de relieve un gran problema: la proliferación de referencias. Se requería poner una base. «En estos momentos, con internet, la clave no es que se pierdan sólo las referencias, es que nadie es un lector pasivo. Todo el mundo escribe. La red ha multiplicado la posibilidad de escribir libros y puede llegar el momento en que haya más títulos que lectores. Aunque estos problemas –añade Mainer– suelen resolverse por sí solos. Los avances tecnológicos crean una impresión de apocalipsis, pero luego todo se incorpora».
Goethe, Byron y Dostoievsky; pero también, Quevedo, Calderón, o Gracián. Miguel Ángel Garrido, que ya ha publicado un canon de cien obras –que puede consultarse en la página web de este diario–, aporta cuáles son las claves para seleccionar estos libros: «Se debe tener en cuenta la densisdad estética y humana, que interese destacarla sobre el común. Creo que a lo largo de los siglos existe un consenso sobre lo que merecen la pena. Pero lo que yo me pregunto exactamente es qué vamos a salvar, qué biblioteca de al menos cien ejemplares debe tener en su casa una familia. Aunque, a lo mejor, dentro de cincuenta o cien años, cuando todo el mundo hable chino, puede que cambie. Pero esto es un reto», comenta Garrido.
En cada época ha habido una lengua predominante. Y eso ha propiciado que una obra o un determinado autor se tenga más en cuenta que algunos libros escritos en un idioma diferente. «El inglés, con su influencia como lengua vehicular, es el mismo caso del latín. Se impone una literatura y los países que lo tienen como lengua propia afianzan su poder –sostiene Mainer–. El español no tendrá mal lugar en el futuro. En cambio, el francés y el italiano, que han sido tan importantes, han perdido influencia. Esto es importante y preocupante». José Manuel Sánchez-Ron, de la Real Academia Española, también participará en estas jornadas. Determinará qué libros científicos deberían conservarse entre tapas. «En el ciberespacio lo que predomina es la información. Hay algunos focos en que la gente selecciona obras, aunque están centrados en la actualidad. Me refiero a los blogs. Pero creo que hoy es necesario que en cualquier campo, la poesía, la novela, las ciencias, que se llegara a algún canon». Al preguntarle por el motivo, el científico asegura que ahora «se consume información» y que los títulos que merecería incluir en una lista suelen ser de mucha enjundia y extensión. Más de lo que muchas personas están acostumbradas hoy a leer. Por eso, Para él es «necesario» en un «tiempo de sobreabundancia de información en el que las tendecias van por el mundo de los tuits y la información efímera y superficial».
El filtro de lo digital dividirá la galaxia Gutenberg. La escindirá entre las lecturas que pervivirán en tinta impresa y las que se publicarán en tinta electrónica. «El papel es la aristocracia del libro. No creo que vayamos a ver a corto ni a medio plazo la desaparición del libro en papel. Es un objeto que cuenta con mucha tradición cultural y es muy perfecto tecnológicamente. El tamaño tampoco es excepcional y el precio no es prohibitivo. Hay mucha creación que vivirá y morirá. Y, con esa extensión de internet, habrá títulos que vivirán en la nube, porque no tiene sentido que se conserven en ningún otro sitio. La perduración de un libro, que por sí sobrevive al individuo, estará reservado para los que lo merezcan, los que requieran el rito de volver sobre él. Continuarán existiendo bibliotecas personasles que conserven los grandes libros de todas las épocas. No van ya a ser millares».
Miguel Ángel Garrido, que ha impulsado esta propuesta, ha sido prudente y ha cerrado su lista en la década de los sesenta. Existen dos motivos: la cantidad de libros que las editoriales comienzan a imprimir a partir de esos años y, también, porque hasta los especialistas necesitan la decantación del tiempo para acertar a elegir qué obras continuarán siendo vigentes para las generaciones venideras. Él mismo señala cuáles son las causas que le han impulsado a tomar esta iniciativa. «En la cultura nos enfrentamos a la sobreinformación. Tenemos más de la que podemos procesar», explica. Pero, luego apunta otra: «La radio, la tele, el cine han quitado tiempo de lectura. Ahora, la nueva civilización cibernética también restará horas de lectura a las personas». Su propuesta aspira a que llegue a todo el mundo para que así sea una iniciativa participativa. Pero ha incluido una pequeña condición: que cada libro que incluyan en la lista que él propone lleve la retirada de otro que ya está en ella. Para él, no obstante, existen algunos libros importantes. «Orwell porque es bastante significativo de las sociedades actuales. Si nos ceñimos al contexto hispánico, no retiraría a Machado. No digo que no se pudiera quitar. Yo digo que no lo haría. Tampoco con el Conde Lucanor, porque es importante tener cuentos de tradición medieval. Pero, si fuera inglés, escogería a Chaucer, y no al Conde Lucanor». Deja así abierta una ventana para que cada tradición literaria disponga de suficiente margen para que pueda ajustar su propio canon.
UNOS NOMBRES ESCOGIDOS
Miguel Ángel Garrido se ha aventurado a perfilar una lista internacional. Incluye los clásicos grecolatinos y se remonta hasta los años sesenta. De este siglo ha seleccionado algunos nombres, como «Vagabundos» de Knut Hamsun; «Belacqua en Dublín», de Samuel Beckett o «Retlatos de la Guerra Carlista», de Valle Inclán. También ha incluido «El castillo», de Kafka; «La montaña mágica», de Thomas Mann; «Romancero gitano», de Federico García Lorca»; «Al faro», de Virginia Woolf o el «Finnegan's Wake», de James Joyce. No se ha olvidado tampoco de escritores como Hemingway («El viejo y el mar»), Marguerite Yourcenar («Memorias de Adriano») o Borges («El Aleph»).