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El círculo esotérico de Felipe II

Este y otros 69 enigmas componen la nueva obra de Plaza & Janés sobre las grandes leyendas de España.
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Este y otros 69 enigmas componen la nueva obra de Plaza & Janés sobre las grandes leyendas de España.
«En “Grandes Misterios y Leyendas de España” vibra de nuevo el historiador riguroso con alma de periodista», escribe Luis María Anson en el prólogo del libro que Plaza & Janés ha publicado esta misma semana. Tras escudriñar en archivos inexplorados, viajo en este nuevo ensayo por todas las épocas al rescate de setenta episodios increíbles, tratando de arrojar luz sobre la identidad del «hombre de las mil caras», que se hacía pasar por primo del rey Alfonso XIII, el enigma de las apariciones de Garabandal, la maldición del teatro Eslava, la autopsia del gran descubridor Cristóbal Colón o el nombre del Leonardo da Vinci cántabro. Prestando especial atención también al círculo esotérico de Felipe II, uno de los monarcas españoles con mayor formación humanística, cuyos conocimientos abarcaban saberes como filosofía, arquitectura, mitología o bellas artes.
Pero menos conocido es su interés por los estudios ocultistas, acentuado en la última etapa de su reinado. Se sabe que, hacia 1580, se reunía en su residencia palaciega con el llamado Círculo Esotérico de El Escorial, del que formaban parte prestigiosos alquimistas, astrólogos y hermetistas que desarrollaron una enigmática labor digna análisis.
A primera vista, puede parecer contradictorio que un rey declarado firme defensor de la fe católica protegiese unas prácticas condenadas por la propia doctrina de la Iglesia. De hecho, si uno recorre hoy los alrededores del monasterio seguirá encontrándose con centros de oración de nombres muy diversos: Virgen de Gracia, de la Herrería, de Abantos, San Antón, San Bernabé, San Sebastián... Y del mismo modo descubrirá imágenes religiosas o pequeños altares levantados por la devoción popular.
Pero el acercamiento del Rey Prudente a estos peliagudos asuntos revestía una perspectiva práctica y racional que le permitía alternarlos con su profunda religiosidad. A fin de cuentas, en el fondo existía un plan mucho más ambicioso que ahora vamos a relatar...
El fomento de oscuras artes en la Corte de Felipe II no obedecía, en efecto, al capricho de un soberano excéntrico y supersticioso. El hijo y sucesor del emperador Carlos I tenía la cabeza bien amueblada y sus devaneos con el ocultismo respondían al deseo de poner en marcha un proyecto que hoy podríamos considerar casi científico.
el templo de salomón
No es una paradoja. En la actualidad, la separación entre ciencia positiva y magia es bien nítida, pero no sucedía ni mucho menos lo mismo en el siglo XVI. Podría decirse que ambos campos formaban entonces una maraña difícil o casi imposible de separar. La alquimia, astrología o cábala no eran materias de un pasado remoto que la ciencia moderna hubiese logrado superar. Al contrario, existían aún entre ambos mundos bastantes puntos en común.
Para ilustrarnos sobre el gusto por el simbolismo esotérico de Felipe II podemos detenernos en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. El palacio, por ejemplo, adoptó como modelo de inspiración el bíblico Templo de Salomón, cuyos planos habrían sido entregados por el mismo Todopoderoso al rey David. De ahí que en los torreones y tejados del monasterio predominen como figuras geométricas los triángulos y círculos representativos, respectivamente, de Dios y la inmortalidad. El historiador por antonomasia del edificio, el célebre fray José de Sigüenza, así lo confirma. No en vano, Felipe II fue considerado en su época como «el segundo Salomón».
Otro punto de interés es la excepcional biblioteca del recinto, que entre sus millares de volúmenes atesora casi doscientos tratados sobre magia, alquimia, astrología, nigromancia y medicina árabe. La impar influencia del rey fue capaz de eludir la prohibición de la Inquisición.
secretos de la alquimia
La piedra angular del gran plan maestro ideado por el monarca más poderoso del mundo era sin duda la alquimia. Mediante esta antigua práctica protocientífica, auténtica disciplina filosófica que aunaba materias dispares con gran apogeo en la Edad Media, podía llegar a fabricarse oro o elixires de la vida para el rejuvenecimiento, según sus defensores.
Felipe II se sintió seducido ante la promesa de riqueza fácil y poder medicinal. Si había algo de cierto en todo aquello, ¿por qué no aprovechar las asombrosas posibilidades de aquella ciencia oculta para él y todo su imperio? Los experimentos alquímicos se protegerían como un alto secreto de Estado, a salvo de los enemigos de la Monarquía Hispánica. Se instaló así finalmente un laboratorio bajo una de las torres de El Escorial, contratándose a los más afamados alquimistas del Renacimiento en Europa y dotándoles de los mejores medios.
Aun así, los resultados no fueron los esperados. Se obtuvieron licores, tinturas, perfumes y quintaesencias, eso sí, elaborándose también nuevos medicamentos con drogas procedentes del Nuevo Mundo. Pero todo eso nada tenía que ver con las maravillas auguradas.