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El disparo más barroco de Pío Cabanillas

Expone una serie fotográfica en la galería Materna y Herencia realizada en el verano de 2016 en el Cañón Antilope en Arizona, un conjunto de imágenes en blanco y negro en las que predomina lo onírico y la ensoñación.
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Expone una serie fotográfica en la galería Materna y Herencia realizada en el verano de 2016 en el Cañón Antilope en Arizona, un conjunto de imágenes en blanco y negro en las que predomina lo onírico y la ensoñación.
La naturaleza que retrata Pío Cabanillas (Madrid, 1958) no lo es en sentido estricto. Él prefiere decir que sus imágenes son más artísticas y conceptuales. Las que ahora muestra en la madrileña galería Materna y Herencia (dentro de Photoespaña, segunda vez que acude a este inmenso festival de fotografía) están tomadas en el Cañón Antelope, en Arizona, en Estados Unidos, un lugar que define como mágico y al que llegó con su cámara colgada buscando un ángulo que seguro que ni usted ni yo habríamos sido capaces de ver aunque hubiésemos hecho el mismo viaje.
La muestra lleva el nombre de «Baroque» (Barroco) por un simple capricho de su autor, no rebusquen más motivos. «Lo que realmente me importa es buscar la belleza del detalle y descontextualizar las fotografías. No me importa que no se sepa dónde está hecha cada una, sino que veas lo que yo he visto», comenta. Y es cierto, pues si te detienes ante una de estas obras no sabes si se trata de un trozo de montaña, un conjunto de cabellos, tierra quemada... ¿Qué pretende Pío Cabanillas? Disfrutar alrededor de la idea de capricho, libertad de formas. Buscar una geografía de lo imposible, de sombras y luces que resulte ante todo visual y atractiva. «Estoy encantado con el resultado», confiesa.
Más abstracto
Le preguntamos por «Gea», su primer fotolibro editado por La Fábrica que presentó el pasado mes de abril, con imágenes en color. En aquella ocasión también hablamos de naturaleza, de una naturaleza de libro. Las tierras de ahora, en cambio, alternan el blanco y el negro, «son bastante más abstractas», secas. Si pretenden saber dónde y en qué lugar exactamente fueron tomadas o si tiene un nombre lo llevan claro. No hay cartelas que identifiquen, sencillamente porque el fotógrafo desea que el espectador disfrute sin preocuparse de nada más. Se trata, sencillamente, de sacarle partido a esa efecto onírico, «que se pregunte quién las ve qué es lo que tiene delante. Siempre queremos saber lo que son las cosas y lo que yo deseo es generar sentimientos y emociones». En total ha reunido 23 fotografías y tres metracrilatos, que él simula como una escultura, fotografiados durante el verano pasado.
Cabanillas no para de viajar; unas veces por trabajo («si estoy dos o tres días y me puedo subir a un monte cercano, pues lo hago con la cámara colgada», explica); otras lo hace por placer. «Moverme es lo que realmente me da vida. Cuando llegas a un lugar vas con una idea, pensando que sabes lo que vas a ver y después es la propia naturaleza la que te sorprende con sus formas, con sus luces», asegura. El color de esa roca de Arizona, tan salvaje, es rosa arenisca, «tan especial que parece increíble. Por eso todas son en blanco y negro porque quería jugar con la idea de magia».
Dice que viaja con la cámara a cuestas porque puede saltar la liebre en cualquier momento, aunque en su casa no lleven del todo bien que él se detenga a buscar la mejor perspectiva para una fotografía. No le faltan proyectos a este ex político que asegura que nunca más volvería a ella, capítulo totalmente cerrado. A fin de año volará a México para presentar las imágenes de «Gea» y también pronto vera la luz un libro, que se publicará en Londres, con más de 200 fotografías de Siria antes de la guerra, «pero solo dos o tres meses antes, porque estaba haciendo una especie de biblioteca de los grandes monumentos antes de ser destruidos por el Isis; me lo han pedido y ya se está preparando», adelanta.