Historia

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El exorcista más célebre del siglo XX

Se cumple el primer año del fallecimiento de una institución dentro de la «lucha contra el maligno», el padre Gabriele Amorth.

Gabriele Amorth fue el exorcista oficial del Vaticano e hijo espiritual del Padre Pío
Gabriele Amorth fue el exorcista oficial del Vaticano e hijo espiritual del Padre Píolarazon

Se cumple el primer año del fallecimiento de una institución dentro de la «lucha contra el maligno», el padre Gabriele Amorth.

El 16 de septiembre de 2016, hace ahora justo un año, falleció el exorcista más célebre del siglo XXI de los más bravos adversarios del maligno en toda la historia de la Iglesia. Aludimos, cómo no, a Gabriele Amorth, exorcista oficial del Vaticano e hijo espiritual del Padre Pío, canonizado por Juan Pablo II. Jamás olvidaré la entrevista que mantuve en su día con el padre Amorth en su sala de exorcismos de Roma para componer mi libro «Así se vence al demonio». Me llamó la atención, desde el principio, la naturalidad con que se refería al diablo, a quien aseguraba que no debíamos tenerle miedo si estábamos con Dios, infinitamente poderoso. «Una sola confesión de vida bien hecha –aseguraba Amorth en este sentido– equivale a centenares de exorcismos». Acto seguido, el sacerdote me explicó cómo se las gastaba el perverso diablo. Empezó hablándome del hechizo, consistente en elaborar un objeto con los materiales más extraños que uno pueda imaginar, ofrecido a Satanás para que imprima en él toda su fuerza maléfica.

Amorth evocó entonces al también exorcista Matteo La Grua, el cual distinguía dos formas de hechizar: el «modo directo», haciendo comer o beber a la víctima un preparado en el que se había mezclado el embrujo; y el «modo indirecto», que recurre a objetos personales de la víctima, como fotografías y ropa, o a figuras que la representan, caso de muñecos y animales.

Sangre y huesos

En el primer método, los ingredientes empleados son nauseabundos: desde sangre de menstruación y huesos de muertos, hasta órganos de animales (el corazón, sobre todo) y diversos polvos chamuscados. Pero la eficacia del hechizo no depende tanto de los ingredientes, como de la intencionalidad maléfica con que se emplea la fórmula para elaborar los mejunjes. Los trastornos en la víctima son dolores de cabeza y estómago, miedos nocturnos, insomnio, alucinaciones...

El caso típico del «modo indirecto» es el del muñeco al que se le clavan alfileres alrededor de la cabeza, provocando a la víctima insufribles jaquecas. Otras veces se introducen clavos, agujas e incluso cuchillos en distintas partes del cuerpo del monigote para desencadenar dolores agudos en esos mismos puntos de la persona.

Amorth me refería algunos ejemplos en los que la víctima expulsa por la boca largos y extraños agujones de un material similar al plástico o a la madera flexible. A veces incluso, la liberación se produce expeliendo hilos de algodón coloreados, cintas, clavos y hasta alambres retorcidos.

En muchas ocasiones, los objetos se encuentran en el interior de almohadas y colchones, caso de mechones de pelo trenzados, cuerdas fuertemente anudadas, ratones confeccionados con lana muy apretada también, trozos de madera o de hierro oxidado, muñecas salpicadas de señales a modo de heridas... Algunas veces, esos objetos no aparecen al destripar los colchones y las almohadas, sino después de haber rociado éstas con agua exorcizada o introducido en ellas un crucifijo o una imagen de la Virgen bendecidos.

Incidía él también en la importancia de quemar los objetos hechizados, lamentando la imprudencia cometida por su propio maestro, el sacerdote pasionista Cándido Amantini, en sus primeros años como exorcista.

Mientras bendecía a una joven, Amantini supo por el demonio que aquélla era víctima de un hechizo. Averiguó luego que el objeto maléfico se hallaba en el interior de una cajita de madera sepultada en el campo, a un metro de profundidad y a escasa distancia de un gran árbol. El lugar fue descrito con todo detalle por el mismo demonio. Con ayuda de pala y azada, el sacerdote excavó justo allí y encontró la cajita de madera de un palmo de longitud. Por extraño que parezca, el padre de la mentira dice a veces la verdad.

Amantini roció el objeto con agua bendita y examinó su contenido: una figura obscena en medio de otras baratijas. Se dispuso a quemar todo enseguida. Pero en esa misma precipitación estribó su gran error. Acuciado por las prisas, el sacerdote olvidó hacer la bendición antes de quemar los objetos. Tampoco rezó mientras los incineraba. Y por si fuera poco, los tocó sin lavarse de inmediato las manos con agua bendita. ¿Qué diablos, nunca mejor dicho, sucedió entonces? Durante tres interminables meses, Amantini se retorció en la cama víctima de fuertes dolores de estómago que, al cabo de diez años, persistían con mayor o menor intensidad.

Si algo aprendió el exorcista de aquella tortuosa experiencia fue que incinerar el hechizo como Dios manda, además de protegerle, liberaba a la víctima del maligno.