Mariano González, el hombre que lanzó la noticia
Mariano González fue el encargado de enviar el teletipo de Europa Press que anunciaba la muerte de Franco. Fue a las 4:58, tras una noche de infarto.
Alas 4:58 de la mañana del 20 de noviembre de 1975, la agencia de noticias Europa Press lanzaba un «flash» informativo que decía: «Franco ha muerto Franco ha muerto Franco ha muerto». Los rumores sobre el grave deterioro de la salud del dictador circulaban desde hacía semanas a pesar de la prudencia que habían guardado las fuentes oficiales y su premeditado silencio. Lo quecomenzó en octubre con los preocupantes síntomas de una gripe había desembocado en una «insuficiencia coronaria» y posteriormente en una operación de urgencia en el palacio de El Pardo. Los médicos, una vez estabilizado su paciente, decidieron trasladarlo a la Paz, que en los siguientes días albergó en el salón de actos a docenas de periodistas procedentes de todos los medios de comunicación. Mariano González, el primer redactor en percatarse de que el Jefe del Estado había fallecido, hacía guardia todas las noches en el hospital. «Sabíamos más de la salud de Franco en ese momento que muchos doctores de la Paz –comenta cuarenta años después–. Teníamos constancia de que había suspendido las audiencias civiles y militares por un resfriado. Eso nos alertó. Después conocimos que había padecido un infarto, que tuvo hemorragias estomacales y que lo intervinieron quirúrgicamente de urgencia».
Turnos interminables
Los distintos reporteros organizaron el seguimiento por turnos. A él le había tocado el más ingrato: el que comenzaba a las diez de la noche y terminaba alrededor de las siete de la mañana, cuando llegaba su relevo. «A esas horas, en principio, no hay demasiadas cosas que hacer. Pero yo me movía por ahí, intentaba rascar algo de información». Por ese motivo, descubrió, cuarenta y ocho horas antes del deceso de Franco, que había tenido una transfusión de sangre y que había estado cerca de morir. «Me di cuenta de que había un movimiento inusual en el vestíbulo. Por el coche estacionado en el parking supe que pertenecía a una de las farmacéuticas más importantes del país y que una persona con dos maletitas había tomado el ascensor que subía a la planta donde estaba ingresado Franco». Su olfato de reportero no se equivocaba y así nació aquella información.
Las jornadas transcurrieron entre el más claustrofóbico tedio y las interrupciones de alguna novedad, como el acostumbrado parte médico sobre la salud de Franco, que, en ocasiones, se retrasaba más de lo adecuado. En otros momentos, Mariano González conversaba con médicos, «que admitían las preguntas, pero que nunca respondían directamente: siempre echaban balones fuera», para intentar sonsacarles algo de información y con las diferentes autoridades que se acercaban al centro para visitar a Franco. Pero la mayoría de las veces reinaba el aburrimiento. «La mayor parte de nosotros, sobre todo los cámaras, no tenían demasiado que hacer y aprovechaban para dormir un rato. Aquella estancia se convirtió en nuestro cuartel general. Los periodistas dejábamos allí los equipos. Algunos jugaban a las cartas y había, incluso, quienes aprovechaban para hacer unas sesiones de espiritismo con un vaso y unos trozos de papel para saber cuál sería el próximo presidente de gobierno. Recuerdo que en una ocasión salió el nombre del cardenal Tarancón, aunque a mí no me gustaban demasiado esas cosas».
La noche del 20 de noviembre salió a dar una vuelta por el vestíbulo. La tarde del día 19 había sido inusual. Habían acudido un montón de visitas para interesarse por la salud de Franco. Los últimos se habían retirado muy tarde de allí. Cuando rondaban las cuatro de la mañana, unos potentes faros lo deslumbraron. Aquel vehículo le extrañó. Lo comentó con un compañero, que no le dio importancia. Cuando se quedó solo, Mariano descendió por una escalera hasta una entrada en el garaje que permitía, a través de un ascensor, acceder a la planta donde se atendía a Franco. «Ese coche me extrañaba. Descendía hasta ese lugar donde las ambulancias traían a los enfermos más graves. Allí descubrí qué coche era el que había allí estacionado. Tenía la matrícula del Jefe de la Casa Militar de Franco, Sánchez Galiano. Me pregunté qué hacía ahí a esas horas cuando se había retirado a las dos». Mariano González no dudó en comunicar el dato a los redactores de Europa Press y regresó al vestíbulo. Un rato después, otros faros volvieron a cegarle. Y él volvió a descender por una escalera para ver de quién se trataba. «Era otro coche similar, entró en los túneles. Habían pasado tan solo unos minutos. Era el coche del Jefe de la Casa Civil de Franco, Fuertes Villavicencio. No lo dudé. Ahí pasaba algo gordo. Le pregunté a uno de los guardias que impedían la entrada a la planta donde permanecía Franco. Le dije: “Acaban de llegar Sánchez Galiano y Fuertes Villavicencio”. Me respondió: “Eso pasa con frecuencia”. Pero yo sabía que no había sucedido nunca. A las cuatro y cuarto llamé a la redacción de nuevo. Ahí comenzó la segunda fase del dispositivo que habíamos establecido». Con esta fase, Mariano se refiere a las llamadas que desde Europa Press se hicieron para confirmar las sospechas: «Teníamos dos fuentes: un miembro del servicio de información de la presidencia de gobierno y Nicolás Franco Pascual, un sobrino de Franco que había salido liberal. El más importante era, por supuesto el primero, Juan Peñaranda, que se comprometió a no mentir nunca respecto a si había muerto o no Franco si se lo preguntábamos. El redactor jefe hizo esa llamada. Le hizo una pregunta y él contestó: “Váis bien encaminados”. Cuando le comentamos abiertamente nuestra intuición, respondió: “Váis bien encaminados”. Se hicieron más llamadas. Pero la fundamental se había hecho. Lanzamos el teletipo». Durante varias horas más reinó el desconcierto.
Un parte oficial falso
A pesar de la información de Ep, a las seis de la mañana, en Radio Nacional se pudo escuchar que la salud de Franco continuaba empeorando. Un cuarto de hora más tarde, reconocían su muerte. Después llegó el comunicado de Arias Navarro. «Nosotros lo dimos una hora antes que la información oficial, bastante más tarde que su fallecimiento. En el parte oficial pone las cinco de la mañana. Pero después se ha sabido que se produjo antes». Ese día Mariano González salió andando del hospital, fumando un cigarrillo. Pensó que se abría una nueva etapa en la historia de España y que «por mal que fuera todo, las cosas no podían ir a peor. Existía una clase media potente y gente capacitada para dirigir un país. Los que echarían de menos a Franco no podían imaginar que muy pronto habría unas elecciones libres». Pero eso ya es otra historia. Esa mañana tocaba dormir, porque «por la tarde tenía que acudir a la agencia. Aún quedaba bastante trabajo y mucha más información que conseguir».