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cultura

El Imperio Español y Japón: conflicto religioso y un pueblo de japoneses en Sevilla

La serie «Shogun» alude a la desconocida expansión española por América y Asia. España tuvo una curiosa relación con el imperio del Sol Naciente que se saldó con algunos Samuráis instalándose en nuestro país

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España, en su época imperial, alcanzó una envidiable proyección internacional que se extendió más allá de sus virreinatos en América. Su presencia en el Pacífico fue notable, impulsada en gran medida por las órdenes religiosas que se colocaron a la cabeza de un proceso de evangelización en las aguas del oeste.

El contacto entre Europa y Japón se inicia en 1543, cuando jesuitas portugueses y españoles provenientes de Macao desembarcaron a las costas japonesas. Aunque no fueron atacados, su recibimiento fue frío y los japoneses los apodaron “bárbaros del Sur” o “nanban-jin”, limitando sus la interacciones con los extranjeros a aspectos comerciales. El llamado comercio Nanban, fue clave en el siglo XVI y XVII, como muestran tantas representaciones gráficas y obras de arte en las que se observan intercambios comerciales entre europeos y nipones.

No obstante, los jesuitas que llegaron en 1543 no tenían sólo intereses comerciales: su objetivo final era evangelizar la región. El proceso comenzó rápidamente y ya para 1570 habían logrado convertir a bastantes pobladores y e incluso a algunos nobles de alto rango. Estos nobles, movidos en parte pro la oportunidad de acceder a mercancías y especialmente a armas de fuego, vieron en el cristianismo un puente para estrechar sus lazos con Europa. Como destaca la historiadora Ainhoa Reyes Manzano, ciertos daimios—señores feudales japoneses—cuyos territorios se encontraban en la costa pronto advirtieron que “admitiendo la predicación del cristianismo en sus tierras, en las naves portuguesas no solo llegaban predicadores, sino también comerciantes.”

La embajada Tensho

En 1579 el Visitador general jesuita de las misiones de las Indias orientales, Alessandro Valignano, decidió enviar una embajada de japoneses a Europa con el propósito de consolidar la orden ante el Papa y el Rey de España, Felipe II. Esta decisión respondía a los avances misioneros que habían logrado la conversión de 15.000 japoneses y varios daimios. Sin embargo, la embajada tenía un matiz de artificio, ya que los jesuitas presentaron a estos nobles japoneses como representantes oficiales de su país, pese a que Japón estaba dividido en múltiples señoríos independientes. Este periodo de fragmentación y conflicto es conocido en Japón como el Sengoku Jidai, o “Período de los Estados en Guerra”, caracterizado por constantes guerras civiles entre clanes.

La embajada llegó a Roma en 1585, donde los enviados se reunieron con el Papa Gregorio XIII, causando una profunda impresión en la corte papal. Algunos de los miembros fueron incluso nombrados nobles a los ojos europeos; Mancio Itō, uno de más destacados, fue nombrado caballero del Espolón de Oro, ingresando así formalmente en la nobleza europea de pleno derecho. Este evento, organizado por los jesuitas españoles y portugueses, causó un gran efecto en la sociedad de la época y generó una percepción de Japón como posible aliado y nuevo miembro de la comunidad de cristianos.

No obstante, este acercamiento fue efímero. Para cuando la embajada regresó a Japón en 1590, la situación política había cambiado drásticamente. En 1587, el régimen imperial había prohibido la expansión del cristianismo, iniciando una severa persecución de los conversos. En 1597, el regente imperial (Taiko) Toyotomi Hideyoshi, consideró el cristianismo una amenaza para el orden establecido y comenzó una persecución activa, organizando ejecuciones públicas de misioneros y cristianos japoneses. Este episodio es recordado como el martirio de los 26 de Nagasaki, donde 26 cristianos, incluidos dos niños, fueron crucificados hasta morir, marcando el inicio de una hostilidad que culminaría en 1614 con la prohibición formal del cristianismo en Japón. Esta prohibición obligó a los cristianos japoneses a practicar su fe en secreto durante los siglos siguientes.

La embajada Keicho: japoneses viviendo en Sevilla

A pesar del fracaso del proceso evangelizador en la isla, las relaciones comerciales entre Japón y el Imperio Español continuaron, y ambos gobiernos realizaron diversos intentos para acercar posturas. Uno de los episodios más destacados fue el de llamada embajada Keicho (1613-1620), que dejó una huella imborrable en España, aunque sus objetivos no se cumplieron debido a la prohibición del cristianismo en Japón.

Esta embajada zarpó en 1613 bajo las órdenes del poderoso daimio Date Masamune, quien, pese a la política oficial de Japón y su Shogun —la autoridad militar y política suprema después del emperador—, mostraba cierta simpatía hacia el cristianismo y veía en Portugal y España una opción de comercio efectiva y viable, especialmente debido a las posesiones españolas en el Pacífico.

En 1614 la embajada llegó al Virreinato de la Nueva España, donde fue recibida con elogios y celebraciones, aunque este entusiasmo se desvaneció rápidamente. Cuando en España tuvieron constancia de la prohibición del cristianismo en Japón, el ambiente de enfrió de forma radical y las autoridades españolas comenzaron a tomar distancia de la embajada. A pesar de las promesas de Date Masamune de proteger a los cristianos en sus dominios, las autoridades decidieron enviar la Embajada a España para que el conflicto se resolviera en instancias superiores.

Viaje a roma

Al llegar a España, los enviados se establecieron en la localidad sevillana de Coria del Río, mientras aguardaban una audiencia con el monarca Felipe III. La misión, sin embargo, no obtuvo el respaldo esperado, y la corte española rechazó las declaraciones de Masamune, despachando rápidamente a la delegación y sugiriendo que continuaran su viaje hacia Roma. Tras una gira europea, la mayoría de los enviados regresó a Japón, pero algunos, cristianos conversos, se quedaron en Coria del Río, donde formaron una comunidad y dejaron un legado cultural y genealógico.

Así surgió en Coria del Río una población con raíces japonesas, resultado de matrimonios mixtos. Según cuenta la leyenda, un sacerdote local, al bautizar a un niño de padre samurái y madre española, no logró pronunciar el apellido japonés y optó por inscribirle con apellido “Japón”. A partir de 1646, en Coria comenzó a consolidarse este peculiar microcosmos en el que la herencia japonesa y española se entrelazaban, y hoy, según el censo, aproximadamente 700 personas en la localidad llevan el apellido Japón, descendientes de aquellos enviados de Masamune.

Esta conexión histórica se refleja en Coria del Río de diversas maneras. Se erigió una estatua en honor a Hasekura Tsunenaga, líder de la expedición Keichō, y cada primavera se celebra el Hanami, una festividad japonesa que honra la llegada de la primavera y el florecimiento de los cerezos. Estos eventos conmemoran una historia única que une a España y Japón, manteniendo vivo un legado que ha perdurado durante siglos.

Relaciones complicadas

Pese a lo singular del fenómeno de los Japón, lo cierto es que las relaciones entre España y el país nipón fueron escasas y distantes en los siglos posteriores. Bajo el gobierno de los Tokugawa, que rigió el destino del país desde principios del siglo XVII, Japón adoptó una política de estricto proteccionismo y resistencia a la injerencia extranjera. El comercio y las interacciones quedaron restringidos a en zonas específicas, y a un pequeño grupo de comerciantes, principalmente holandeses.

No fue hasta el siglo XIX cuando Japón inició un proceso de apertura y occidentalización, que se reanudaron las relaciones diplomáticas efectivas entre ambos países. En 1868 se firmaría el tratado de Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, que renovaría aquellas buenas interacciones entre España y Japón iniciadas en el siglo XVI.

Pese a todo, y aunque España tuvo una presencia poco relevante en el mejor de los casos desde el siglo XVII, los intentos de interacción subrayan la relevancia del Imperio Español incluso en lugares tan alejados como el Pacífico. A pesar del enfriamiento de las relaciones a causa del proteccionismo y la prohibición del cristianismo, el esfuerzo de navegantes y sacerdotes portugueses y españoles facilitó la entrada de Japón al contexto global. España, como actor global de aquella época, conectó Asia con Europa, el cerezo japonés con el clavel ibérico, dejando un legado que anticipó el conocimiento de Japón en las cortes europeas mucho antes de lo que se suele imaginar.

Despiece

Los combates de Cagayán

Aunque las relaciones institucionales entre España y Japón siguieron su propio curso, hubo episodios de choque directo entre españoles y samuráis renegados conocidos como rōnin —samuráis sin señor— durante el siglo XVI. Un ejemplo destacado de estos enfrentamientos fueron los combates de Cagayán en 1582, donde los Tercios Españoles se enfrentaron a piratas samuráis en la región de Cagayán, en la isla filipina de Luzón.

La batalla enfrentó a un millar de japoneses contra unas decenas de soldados y marineros españoles, y, aunque breve, se resolvió con una victoria para las fuerzas españolas. Ambos bandos quedaron profundamente impresionados por la habilidad militar de sus oponentes. Por el lado español, el gobernador de Filipinas destacó que los japoneses eran “la gente más belicosa que hay por aquí”. Los japoneses, por su parte, regresaron a su tierra tan impactados por la destreza combativa de los Tercios que, en su derrota, afirmaron haber enfrentado a los wo-cou, una criatura demoníaca del folclore japonés con cuerpo mitad pez y mitad lagarto. Aunque esta afirmación no era literal, reflejaba la huella que dejó la destreza de los Tercios en el imaginario japonés, dejando constancia de la admiración mutua entre estos dos grupos de guerreros.