El monstruo que llevamos dentro
Los escritores Marta Sanz y José Ovejero reflexionan sobre estas criaturas, fictias y reales, actuales y pretéritas, un tema que ha sido objeto de debate en las Conversaciones de Formentor.
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Los escritores Marta Sanz y José Ovejero reflexionan sobre estas criaturas, fictias y reales, actuales y pretéritas, un tema que ha sido objeto de debate en las Conversaciones de Formentor.
Los monstruos son una indagación primera de nosotros mismos; un aproximación a nuestros abismos interiores mucho ante del descubrimiento de la psicología y el diván. Para entender el mundo, el hombre creó dioses; y para explicarse a sí mismo, los monstruos. El espíritu humano así tiene más de quimera inexplicable o bestia del inframundo que de criatura divinizada o de Dios. Por eso asustan y, quizá, también, por eso atraen tanto, porque se construyen como una metáfora de los miedos, impulsos, tabúes y tentaciones que nos habitan.
Los escritores Marta Sanz, autora de «Clavícula», o «Amor fou», y José Ovejero, que acaba de publicar «Insurrección», reflexionan sobre vampiros, ogros y otros monstruos, del pasado y del presente, ficticios y también reales en las Conversaciones de Formentor, que ha dedicado esta edición a estos personajes de la literatura y el cine.
–¿Qué monstruo temen más?
–José Ovejero: El que más miedo me daba era Drácula. Por la relación con los ataúdes y escenarios sombríos. Él no moría. Representa el miedo a no morir y convertirte en algo que está ahí, pero tampoco está del todo.
–Marta Sanz: Drácula me aterraba. De pequeña, incluso, cogía ristras de ajos. Temía todas las modalidades de los vampiros y llegué a rescatar un crucifijo de la comunión de mi padre. No entendía por qué me daba miedo, y ésa es la raíz de cualquier miedo. Es un monstruo que me espeluznaba. Encarna el miedo al contagio de la sífilis, y hay que tener en cuenta que las enfermedades están presentes en mi obra, pero también posee un componente erótico: el miedo al primer mordisco. Al leer, descubres que Bram Stoker lo escribió en un periodo de hambruna y que en su personaje están presente la gula, y la sífilis que maltrataba a escritores y bohemios.
–J. O.: Él también llevaba la peste. Eso lo hace bien Coppola, que en su película toma uno de los miedos nuevos, que es el sida. Se ve en la escena en que ella le lame la sangre y sabe que se va a contagiar para siempre.
–¿Por qué se ha infantilizado el vampiro?
–M.S.: Es algo comercial, una mitificación del amor eterno más allá de la muerte. Ese romanticismo ha llevado a una infantilización.
–J. O.: Cada época tiene sus monstruos. En la Edad Media eran las brujas y demonios, pero en la edad de la razón desaparecen. La edad atómica trajo consigo a Godzilla, por ejemplo. Ahora, en la época digital, lo que se da es una «desencarnación» de los monstruos . Los vampiros no dan miedo, lo que nos preocupa es el apocalipsis, lo tecnológico, las plataformas digitales. No tememos a una persona, sino a la ciencia y la hipertecnología.
–M. S.: Eso explica el renacimiento de los zombis, que pueden representar el proletariado.
–¿Y Frankenstein?
–M. S.: La criatura siempre ha provocado ternura, en el libro y las películas. Pero ahí el gran personajes es el profesor Frankenstein, que se atreve a robar fuego a los dioses, usurpando esa capacidad creativa.
–J.O.: Los monstruos somos nosotros. El ogro se siente separado de los humanos y eso es lo que nos hace humanos: nuestra parte solitaria, insociable, lo que tenemos de distinto, lo que ocultamos. Pienso en «La metamorfosis», de Kafka. Todos nos sentimos el escarabajo, porque tenemos esa fiera que ocultamos, que no queremos que sepa nadie.
–¿Y los hombres lobo?
–M.S.: Pertenece a los monstruos que viven sus transformaciones de manera violenta. Habla del crecimiento, del paso de la niñez a la adolescencia, que se ha asociado en la sociedad a la perdida de la inocencia. En el licántropo la transformación resulta dolorosa. El cuerpo es un animal que se revela contra ti.
–J.O.: El hombre lobo, como otros monstruos, ahora han dejado de dar miedo. Antes, en los pueblos se hablaba de ellos. Incluso los adultos los temían. Y esto tiene una explicación: ¿para que sirven los monstruos o el demonio? Para externalizar la culpa dentro de la sociedad. Ese otro, el sacamantecas, el ogro, se lleva los niños y se los come. El niño desaparece, pero no lo mata el padre o un amigo algo que podría dividir una sociedad. Cuando las jóvenes se quedaban embarazadas, no era el vecino, había sido el demonio. Tiene esa función. El demonio ha entrado ahí, no es algo que sale, sino que llega desde fuera. Y eso parece que nos tranquiliza.
–M.S.: Es cierto que ya no los tememos. Se da una serialización del disfraz del monstruo entre los niños, que es como un simulacro, parodia. Henry James, en «Otra vuelta tuerca», tuvo la brillante idea de preguntarse si lo más terrorífico es que existiera un fantasma, una entidad metafísico, o que ese fantasma fuera un monstruo de carne y hueso, una institutriz capas de matar un niño abrazándolo. Una manera de matar.
–Han mencionado el demonio.
–M.S.: A través de él se puede ver cómo se instrumentaliza el miedo. Forma parte de nuestra lengua común: la demonización. Todavía existe una búsqueda demonios, como la que vimos con Sadam Hussein. Se buscó uno concreto para justificar una acción bélica. Hoy todo el imaginario del terror se traslada a la realidad política para transmitir o tratar de inocular el miedo a las personas. Lo podemos ver en nuestros días con los bulos que se extienden. Por ejemplo, la llegada de las pateras. Se dice que estas personas se meterán en tu casa, que te van a robar y violar, que son gente desesperada. Hoy creamos monstruos para que la gente sea menos compasiva y vaya más a lo suyo, aunque el verdadero demonio es un señor que ofrece dinero para comprar Groenlandia.
–J.O.: Siempre ha existido la mentira interesada, que se extiende políticamente para demonizar al otro. Hay que tener en cuenta que todos los progromos se han basado en esos bulos que se difunden, que inoculan el miedo a un colectivo que te impulsa a huir, atacar o agredir a los demás. Pero soy positivo, porque creo que hay cosas que han mejorado. Hoy en día, tenemos más fuentes de información y nos podemos alejar de esa contaminación de las conciencias que tenemos en la actualidad. Tenemos esas tecnologías que llevan a meterse en las conciencias, que puedes llegara a interiorizar. Existe en eso un claro uso político.
–¿Cuáles son los monstruos presentes?
–M.S.: (risas). ¡Trump! Me parece monstruoso, porque lo que está haciendo es colocar en primer plano esa visceralidad al hacer las cosas de manera tan directa y espontánea. No habla con la mano en el corazón, sino con la corazón en la mano, sangrando. El problema es que empatiza con mucha gente. Su peligro es que demoniza la racionalidad, el pensamiento reposado. Considera la cultura de pijos, algo que lleva a la ruina, como si fuera un aspecto que explota los privilegios. Este tipo de discursos que lees en las redes o la televisión hace un daño espantoso, porque lleva a una forma de barbarie. Lo único que nos puede salvar es la posibilidad de diálogo, ponerse en el lugar del otro. Es un tipo que me da miedo. Estos aspectos se agigantan con las posibilidades de las nuevas tecnologías, que emborronan, que son inmediatas. No me extraña que los padres de Facebook y las grandes plataformas no dejen estudiar a sus hijos con los procedimientos de las redes.
–J.O.: No tengo monstruos, pero sí miedos. Y es a lo que no se ve. Recuerdo una película: «La invasión de los ultracuerpos». Se empleó por razones políticas. El comunismo se mete en el cuerpo de los vecinos. Ahora tenemos una nueva invasión de los cuerpos. Tu vecino, tu amigo, de repente dice cosas que antes no podías creer que pudiera decir. En ese momento piensas: «Se parece a mi amigo, pero no es él». Esta es una sociedad que valida cosas que hace unos quince años no más no se hubieran atrevido a validar por la amenaza del terrorismos, la inmigración. Las personas hacen afirmaciones como si ese pensamiento fuera normal. Por eso piensas que algo ha ocupado su lugar. Y eso puede ser una ideología que creíamos que pertenecía al pasado. Es como los huevos de esos alienígenas que se abren y vuelven a invadirnos. Yo lo veo como que es la invasión de nuestras consciencias.
–Están hablando de las ideologías.
–En Europa y en el mundo en general, después de la Segunda Guerra Mundial se llegó a una conclusión, eso que aseveraba Adorno de que no se podía hacer filosofía después de Auschwitz. Se creó la impresión de que por los juicios de la razón ilustrada habíamos llegado esa hecatombe. Pero esta concepción nos ha llevado a un callejón sin salida. Lo que permanentemente se cuestiona en nuestros días es el poder de la razón, el diálogo, la capacidad de intentar descubrir verdad. Ya no se trata de buscar la verdad. Actualmente prevalece un enorme escepticismo sobre todo lo ideológico. Pero esta concepción ha promovido prácticas políticas viscerales y, con una ciudadanía vulnerable, se diluye la conciencia crítica. Los demonios no son la ideología. Es cuestión de tiempo el que reivindiquemos otra vez que somos unos animales racionales.
–J.O.: Siempre existen condiciones para que se extienda algo monstruoso. Ahora puede ser cierta aberración ideológica. Estamos hablando, en cierta manera, de una invasión de cuerpos. El asunto es averiguar qué se ha deteriorado para que ahora se dejen invadir, en este momento concreto. El asunto aquí es que existen algunos peligros para la subsistencia que hacen que las personas resulten bastante más receptivas a los monstruoso. Nos equivocaríamos si nos olvidamos de cómo se han deteriorado las condiciones materiales de la vida. Hay que intentar ver de dónde provienen esas sombras amenazantes, con qué nos están despistando, engañando y camuflando, lo que está sucediendo.