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El padre pío, el sordomudo y el jorobado

Entre sus muchos milagros, el famoso fraile curó a un niño que no podía hablar
larazon

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Entre sus muchos milagros, el famoso fraile curó a un niño que no podía hablar
Coincidiendo con el estreno del documental «El misterio del Padre Pío» en México e Italia, y tras el gran éxito cosechado en España, donde ha figurado en el TOP 10 de películas más vistas, viene a mi memoria ahora el impactante testimonio que recabé en su día de Giovanna Vinci, en Roma. Giovanna Vinci es una hija espiritual del capuchino que estuvo allí y lo vio todo con sus propios ojos en 1965. Mientras pasaba las cuentas del Rosario en la Iglesia de San Giovanni Rotondo, acompañada de otras devotas mujeres, observó a un niño de diez años entrar solo en el templo; sus padres debían de aguardarle fuera. La madre, enferma de cáncer, había implorado al marido, agnóstico, que la condujese hasta allí: «¡Llévame a ver a ese fraile!», le rogó, aferrándose a su última esperanza. El hombre, reacio al principio, accedió finalmente con una condición: «Está bien, iremos, pero yo me quedaré en la puerta». Recién llegado de Ferrara, la ciudad amurallada a orillas del Po, el matrimonio se encaminó con el pequeño hasta la iglesia donde un grupo de mujeres entonaban Avemarías sin desfallecer. Giovanna Vinci era una de ellas: «Rezábamos el Rosario horas enteras que nunca se me hacían pesadas», evocaba, al cabo de más de cuarenta años, durante nuestra entrevista en Roma. Pese al tiempo transcurrido, Gianna Vinci revivió conmigo la escena tanto o más conmovida que entonces: «Vimos entrar al niño y dirigirse al confesonario del Padre Pío, que le había llamado para decirle: ¡Sal fuera y avisa a tu padre! El crío obedeció. Instantes después observamos al padre irrumpir llorando y postrarse en el suelo de la iglesia. Enseguida comprendimos que algo extraordinario acababa de suceder. El niño le había dicho a la puerta de la Iglesia: “¡Papá, te llama el Padre Pío!” Pero resulta que el chiquillo, hasta ese mismo instante... ¡era sordomudo!». Gianna Vinci guardó silencio con una sonrisa casi celestial antes de añadir, maravillada: «El padre se deslizó de rodillas por el suelo, exclamando que su hijo oía y hablaba... y que su mujer se había curado del cáncer al instante».
Un espectro en el cielo
Aquel inocente rapaz había sido el instrumento elegido para la conversión del padre, que desde entonces bendijo al Señor con toda su alma. Igual que Antonio D’Onofrio, natural de Foggia, en la región costera de Apulia, que con solo cuatro años quedó corcovado como consecuencia del tifus. Años después, tras confesarse con el Padre Pío, éste le acarició sus jorobas y el muchacho caminó ya siempre erguido. No era extraño así que en 1948, recién ordenado sacerdote, Karol Wojtyla visitase al Padre Pío en su convento de San Giovanni Rotondo, asistiese a su Misa y confesase con él. El mismo fraile que vaticinó el futuro papado de Juan Pablo II fue elevado por éste a los altares el 16 de junio de 2002. Como tampoco puede sorprender que, tratándose del Padre Pío, los aviadores de la región del Gargano diesen fe también de que durante la Segunda Guerra Mundial, cada vez que sobrevolaban aquel monte para bombardearlo, se les apareciese en el cielo un fraile con las manos extendidas, rojas de sangre, prohibiéndoles que arrojasen sus proyectiles sobre los pueblos y ciudades de la zona. Curiosamente, Foggia y otros municipios de Puglia sufrieron horribles bombardeos; en cambio, sobre la comarca del Gargano no cayó un solo proyectil. Los pilotos americanos, ingleses o polacos comentaban maravillados tan inexplicable fenómeno. Concluida la guerra, algunos de ellos acudieron al convento de San Giovanni Rotondo, donde comprobaron estupefactos que el Padre Pío era el mismo fraile que se les había aparecido como un espectro en el cielo. El Padre Pío pagaba las conversiones y curaciones al precio de un gran sufrimiento moral y físico. Aludía su médico personal, Giuseppe Sala, al insólito fenómeno de la hipertermia que los doctores eran incapaces de explicar. La temperatura corporal del Padre Pío superaba incluso los 48 grados, reventando los termómetros de mercurio y teniéndose que recurrir a los de baño y a los de caballo, sin que existiese el menor atisbo de enfermedad. El doctor Festa comprobó también en persona su sobrehumana capacidad de sufrimiento. Al examinarle, en septiembre de 1925, se convenció de que debía operarle con urgencia. Observó, en la región inguinal derecha, una gran hernia. Pese a que la cirugía duró una hora y tres cuartos, no salió de sus labios ni un solo lamento. Únicamente mientras el doctor extirpaba el saco herniario, dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas.

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