El «twin set» que se convirtió en rebeca
Jane de Beauvoir de Havilland fallecía ayer a los noventa y seis años de edad. Su belleza aristocrática tenía muchas razones para ocupar un lugar destacado en la historia del cine del siglo XX, pero probablemente una sola película, a las órdenes del siempre genial Alfred Hitchcock, fue suficiente para hacerla inmortal. Jane Fontaine, un exquisito pseudónimo cinematográfico heredado de su madre, es la rubia tímida, discreta, insegura y frágil que protagoniza «Rebecca». Una discreta señorita de compañía tiene la suerte de que el aristócrata por antonomasia del cine inglés, Laurence Olivier, se enamore de ella en Montecarlo.
La espectacular llegada a Manderley, con todo el servicio formado para darle la bienvenida, sólo es el preludio de un terrible final. Esa perfecta Rebecca de Winter, a la que necesita sustituir para tranquilidad de su marido, termina provocando una tragedia en la que parecen arder todos los protagonistas. Pero esa encantadora chica de clase media, deslumbrada por la grandeza de la más rancia aristocracia inglesa, termina convirtiéndose en la heroína de millones de mujeres de todo el mundo, que establecieron una complicidad inmediata con ella conforme la veían sufrir injustamente en la película.
Ese cárdigan –chaqueta de punto amplia y abierta, de origen militar, popularizada por Lord Cardigan entre los hombres británicos en el siglo XIX y que a partir de los años veinte, gracias a la influencia de Chanel, se hizo casi definitivamente femenina– con el que siempre la recordaremos vestida, se convirtió además, para todas las mujeres españolas, en una «rebeca»...
No es la primera vez que el cine dicta una moda, ni será la última, pero esa rebeca, como la camiseta de Marlon Brando en «Un tranvía llamado deseo» o los jeans de James Dean en «Rebelde sin causa», encabezan el ranking de una sinergia creativa entre el cine y la moda, y lo hicieron por supuesto, muchos años antes de que ambos «star system» se encontrasen felizmente en la alfombra roja de Hollywood.
El nombre de aquel jersey de lana, abierto por delante, sin cuello y con pequeños botones que Jane Fontaine llevaba sobre otro jersey cerrado y del mismo color –lo que hoy conocemos como «twin set»– se aplicó desde entonces de manera demasiado generalizada a cualquier chaqueta hecha de punto. Si las mujeres españolas hubieran sido más justas, a esa prenda no le habrían puesto por nombre «rebeca» sino «fontaine», en honor a quien la puso de moda.
El cuello Perkins de «Psicosis»
El todo por una parte. Si la rebeca se popularizó en España a raíz de que la luciera la aterradda heroína que ilustra esta página, el cuello Perkins se llamó así por otra película. Era el jersey que lucía el actor del mismo apellido, Anthony de nombre (marcado también a fuego lento por su personaje de trastornado en el filme), en la cinta de Hitchcock (de nuevo el director sale a colación) «Psicosis». Una prenda que estaba a mitad de camino, que no llegaba al cuello alto, que tampoco era lo que se conoce como «cuello a la caja» ni «de pico», ni «barco», ni «vuelto» y que permitía al actor, en plenitud de su carrera por aquel entonces (hablamos de los sesenta), lucir el cuello, que asomaba, y los puños.
Audrey Hepburn, por ejemplo, popularizó en los años cincuenta las «manoletinas» (completamente planas y que hacían aún más estilizada su figura), zapatillas que lucía Manolete con el hueco de empeine redondeado y que no eran sino una variante de las bailarinas.