¿Es Omar Jerez el artista más odiado del arte español?
Asuntos como el terrorismo etarra, el antisemitismo o el fanatismo islámico han hecho de él una figura señalada, vilipendiada, apartada de los circuitos oficiales
Asuntos como el terrorismo etarra, el antisemitismo o el fanatismo islámico han hecho de él una figura señalada, vilipendiada, apartada de los circuitos oficiales.
Dentro de la programación del festival «Intramuros» de Valencia, el artista Omar Jerez ha ejecutado, junto con Julia Martínez, la última de sus controvertidas performances: «¿Es Omar Jerez el artista más odiado del arte español?». Realizada en la Iglesia del Carmen, la idea de esta acción surgió tras la información facilitada por un periodista de que iba a ser incluido en una lista de los artistas más odiados de España. Polémico como pocos su obra se ha distinguido, desde el principio, por descarrilar de las vías de lo políticamente correcto, circunstancia ésta que le ha llevado a ser cuestionado por su no adecuación a los principios básicos de la «modernidad correcta» o institucionalizada. Asuntos como el terrorismo etarra, el antisemitismo o el fanatismo islámico –completamente vetados en el «mainstream» artístico– han hecho de él una figura señalada, vilipendiada, apartada de los circuitos oficiales. Con éste su nuevo proyecto, Omar Jerez y Julia Martínez han vuelto a desafiar la hipocresía de la sociedad contemporánea: delante de una proyección gigante que reproducía imágenes con las decapitaciones del ISIS, Jerez comía con absoluta naturalidad, mientras dos voluntarios repartían entre el público viandas para que se pudiera sumar a la ceremonia gastronómica.
De los ochenta asistentes, treinta de ellos se salieron ofendidos por las imágenes y la actitud del artista, y uno vomitó durante su transcurso. Jerez había dado con la tecla que amplifica la capacidad del arte para remover conciencias: la descontextualización. Sentados a la mesa en nuestras casas, anestesiados por la estetización voraz de cualquier región de la realidad reaccionamos con indiferencia a las masacres que suceden lejos de nosotros. En cambio, cuando un artista reproduce esos mismos automatismos en un «espacio cultural», nuestra propia inmoralidad nos resulta repugnante, insostenible. Los hermanos Champman ya constataron cómo la permisividad ética que existe en nuestras dinámicas cotidianas se torna en intolerancia cada vez que el arte la descontextualiza y la replica en su territorio.
Con esta nueva performance, Omar Jerez y Julia Martínez se suman a esa selecta historia de artistas que han trabajado con la comida como elemento de concienciación. Mítica es ya la pieza de Paul McCarthy «Hot Dog» (1974), en la que, tras engullir decenas de perritos calientes, y con las boca y fosas nasales obstruidas, estuvo a punto de producirse un vómito que hubiera sido letal para él. O la acción que en una galería colombiana llevó a cabo Fernando Pertuz en 1997 cuando, ante un público atónito, se comió con cuchillo y tenedor sus propios excrementos. Jerez se integra en esta inquietante genealogía proponiendo una situación en la que el espectador debe enfrentarse a la gula visual que, diariamente, embrida su compromiso y lo convierte en una experiencia dócil al servicio del poder.