Eternamente fascinados
El surrealismo nació hace 89 años, pero nos sigue fascinando como si fuera algo nuevo. Fundado en 1924 por el escritor André Breton, el movimiento surrealista se basa en las investigaciones de Sigmund Freud y en la libre asociación del pensamiento, más allá de toda construcción cultural. Breton alumbra, amplía y controla un movimiento de alcance mundial. Un movimiento antiburgués que ataca los pilares de la sociedad: patria, familia y religión. Pero su movimiento no alcanzará popularidad hasta que cineastas y pintores, en muchos casos disidentes del férreo control de Breton, creen imágenes inolvidables. En resumen, el surrealismo histórico pervive libre de ideologías cortoplacistas gracias a la genialidad de creadores de la talla de Miró, Magritte, Ernst, De Chirico o Buñuel, entre muchos. Pero el principal creador y propagador del surrealismo será Salvador Dalí. Dalí somatiza un surrealismo tan antiguo como la humanidad, persistente en oscuros recovecos de la cultura popular, en lo que no cuenta pero revela la poesía, en la risa que sucede al chiste, en los sueños y en tantos otros espacios donde desertó el pensamiento lógico y racional. El surrealismo elimina fronteras entre cultura elitista y cultura popular, convirtiéndose en el principal lenguaje creativo del siglo XX y, parece ser, también del XXI. Con o sin Breton, son hijos del espíritu surrealista los hermanos Marx, los dibujos animados de la Warner, Martes y Trece, la mayoría de los anuncios de televisión, e incluso las declaraciones de algunos políticos... El surrealismo explora un vasto, infinito espacio interior, el de la condición humana. Y si nos encandila el misterio de la sonrisa de la Gioconda, ¿por qué deberían fascinarnos menos los relojes blandos de Dalí, los impretérritos personajes de Magritte o los solitarios edificios de De Chirico?