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Franco Battiato sale del centro de gravedad

El cantautor se ha roto la cadera y el fémur y algunos le han diagnosticado alzheimer, que es una de las enfermedades del olvido. La familia ha desmentido el rumor

Algunos rumores han difundido que el músico podría padecer alzheimer larazon

El cantautor se ha roto la cadera y el fémur y algunos le han diagnosticado alzheimer, que es una de las enfermedades del olvido. La familia ha desmentido el rumor.

Un cantautor es un señor que piensa el mundo en canciones. Franco Battiato se ha roto la cadera y el fémur y algunos le han diagnosticado alzheimer, que es una de las enfermedades del olvido. La familia ha desmentido el rumor, pero, en la época de internet y las «Fake News», es como intentar apagar un incendio con la manguera de la piscina. Se ve que algunos han confundido el periodo de convalecencia del compositor con una cortina de humo para retrasar el anuncio de este trastorno, que afecta a la médula o sea del músico, al corazón de sus baladas, que es la palabra, la memoria, como colector de ideas, recuerdos, aprendizajes, impresiones y otras guarniciones sensitivas y espirituales.

Battiato traía un extenso bagaje de discos trabajados –que triunfaron después de que alcanzara el éxito, o sea, que antes no los escuchaba nadie– cuando irrumpió en los años ochenta, que fue la época dorada de las hombreras, el sintetizador, machos tipo Durán Durán y «heavylongos» con el pelo lacado como aquellos muchachos de Europe, que llevaron las guitarras al público femenino y de paso conquistó a algún despistado con cera en el oído. Con semejante tramoya a nadie le extraña que Battiato reventara la listas de ventas con unos «hits» muy pegadizos y radiofónicos que enseguida le dieron fama de intelectual, como de tipo culto y con mucha tirada encima.

En España se presentó con su perfil sin complejos, unas americanas, que podría haber robado del armario de su hermano mayor, unas gafas que parecían diseñadas para dar personalidad más que para ver –y que hoy siguen siendo las más reconocibles que han podido pasar por un escenario junto a las de Buddy Holly y Elvis Costello–, y unos pasos de baile del todo incomprensibles para alguien que presumía de cantar «Quiero verte danzar», uno de esos temazos que una vez escuchados se te quedaba atornillado en la cabeza durante un par de jornadas. Es verdad que lanzó una versión electrónica del «Cucurrucucú paloma» (¿quién no tiene pecadillos?), pero también que Battiato, al que uno escuchaba un poco de fondo, mientras destrozaba el tímpano con los cortes del «Apettite for Destruction», trenzó una estética peculiar con escasos mimbres y que imprimió su propio genoma creativo en una serie de álbumes que todavía hoy arrastran el sello de «míticos».

Un asunto que, en una sociedad como ésta, con tantos «Despacito» y tantos petardazos de estudio, uno comienza a valorar, aunque sea tarde, justo cuando corre el murmullo –si es un bulo o no se verá pronto– de que la lucidez de Battiato va extinguiéndose, quedándose sin palabras, que es el destino urdido por los dioses para castigar a los poetas y los trovadores que se atreven a robar el fuego de la creación. La voz de Battiato podrá enmudecer por esto o lo otro, pero de lo que nadie duda es que para muchos continuará siendo el «centro de gravedad». Es la venganza del músico.

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