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Franz Murer, el carnicero nazi

Se calcula que el austriaco fue responsable de la ejecución de 80.000 judíos de Lituania dentro del plan del Reich por germanizar el país Báltico, que se llevó a cabo con extrema crueldad por parte de los escuadrones hitlerianos
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  • David Solar

    David Solar

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Se calcula que el austriaco fue responsable de la ejecución de 80.000 judíos de Lituania dentro del plan del Reich por germanizar el país Báltico, que se llevó a cabo con extrema crueldad por parte de los escuadrones hitlerianos.
Al socaire del estreno en España de «Caso Murer. El carnicero de Vilnius», vuelve a la escena del Holocausto Franz Murer, un nazi que participó en el exterminio de los judíos del Vilnia (o Vilnius, Lituania) y fue condenado por un tribunal soviético a 25 años de trabajos forzados en 1949. La URSS lo puso en libertad seis después, repatriándolo tras el acuerdo de la Independencia de Austria de 1955. La Justicia austriaca hizo con él lo que con centenares de sus nazis acusados: ocultar la basura bajo la alfombra.
Con todo, Murer no pudo respirar tranquilo, pues los agentes del «cazador de nazis» Simon Wiesenthal lograron su detención en 1963. Fue procesado en Graz y, pese a las pruebas de su criminal actuación en Vilnia y a los testimonios de las víctimas, el tribunal lo absolvió, suscitando un notable escándalo; «Aquí –se dijo– los verdugos pasan por víctimas y a las víctimas supervivientes se las escarnece como si fueran los verdugos». La sentencia fue apelada y el caso Murer quedó a expensas de revisión.
El antisemitismo en Lituania
¿Cómo era la Lituania en la que actuó Franz Murer en 1941? Tras el tratado germano-soviético de Brest-Litovsk (marzo, 1918) Lituania pasó a formar parte del imperio alemán, pero tras la derrota germana, se declaró independiente, adoptó una Constitución provisional y formó un Gobierno. Derrotada Polonia por la Alemania hitleriana en 1939, Lituania quedó, por el Tratado Ribbentrop-Molotov, bajo control soviético. Las cosas cambiaron en junio de 1941, cuando Hitler invadió la URSS y las repúblicas bálticas, empezando por Lituania, fueron ocupadas por el III Reich.
La población lituana no llegaba a tres millones de personas, de las cuales unas 210.000 eran de origen judío (8%). La situación interna de los lituanos era tan confusa como enconada a causa de sus conflictos con Polonia, de la reciente ocupación soviética, de la invasión alemana y de las esperanzas nacionalistas de que Berlín autorizase una autonomía similar a la de Eslovaquia bajo Monseñor Tiso. De inmediato, grupos nacionalistas o filonazis ofrecieron a Berlín su apoyo tanto para el control interno como en la guerra contra la URSS a cambio de su autogobierno.
Todo se volvió contra los judíos, ya que entre ellos había varios millares de origen polaco, porque habían apoyado la ocupación soviética e, incluso, participado en labores administrativas, políticas y policiales y porque las bandas nacionalistas, en general antisemitas, exacerbaron su celo para apoyar la misión exterminadora del Einsatzgruppen A, que llegó a los países Bálticos siguiendo al Grupo de Ejércitos Norte de Von Leeb. Parece que los asesinatos de judíos por parte de algunas bandas nacionalistas comenzaron al día siguiente de la Operación Barbarroja (22 de junio de 1941), distinguiéndose entre los genocidas un tal Algirdas Klimaitis. Pero ese no era el sistema alemán: las órdenes de los Einsatzgruppen eran la eliminación metódica de los judíos que tuvieran cargos políticos o militares y, a continuación, la del resto de los judíos.
De la situación se hizo cargo el general de las SS Franz Walter Stahlecker, que estableció su cuartel general en Kaunas el 25 de junio. Conforme avanzaban los alemanes, Stahlecker fue delegando funciones; al frente de la «desjudificación» de Lituania quedó un oficial suizo de las SS, Karl Häger, que en la vida civil había sido un delicado fabricante de instrumentos musicales. El 1 de diciembre de 1941 presumía ante Berlín de un éxito espectacular: «Hoy puedo confirmar que nuestro objetivo, resolver el problema judío en Lituania, ha sido cumplido». En sus estadillos figuraba la aterradora cifra de 137.346 asesinatos: el 65% de la población judía, lamentándose de no poder hacer lo mismo con los restantes, aunque sugería su esterilización (Nicholas Stargardt, «La guerra alemana, una nación en armas 1939-1945», Galaxia Gutenberg, 2016). Al final, las víctimas judías se elevarían a unas 195.000.
Según el historiador Peter Hayes, tal rapidez criminal fue posible por el colaboracionismo lituano, su conocimientos del terreno y de las comunidades judías y porque los escuadrones nazis de la muerte trataban de satisfacer el deseo hitleriano de que Lituania –vecina de Prusia y germanizable– quedara completamente limpia de judíos («Las razones del mal», Critica, 2018). Con los verdugos nazis colaboraron organizaciones fascistas como Lobo de Hierro, la Guardia del Trabajo y, sobre todo, los pistoleros de la organización Ypatingasis Burys.
Hubo, sin embargo, millares de lituanos que, junto a civiles polacos y sacerdotes, se jugaron la vida por salvar a sus convecinos y por ello el Estado de Israel reconoce a 723 lituanos como «Justos entre las Naciones». Vilnia, que por la monumentalidad de su casco antiguo era conocida como «la Jerusalén del Norte», contaba con unos 200.000 habitantes, entre los que existían unos 50.000 judíos, incluso 65.000 sumando los de origen polaco refugiados allí, además de unos 50.000 polacos. No es difícil imaginar el recelo y la inquina lituana, cuya población apenas alcanzaba la mitad del total. Por eso, la mayoría de ellos vieron complacidos la llegada de los alemanes el 24 de junio de 1941 y cómo, a los pocos días, los judíos eran obligados a coser en su ropa una estrella de David amarilla.
Aquel verano comenzaron los asesinatos masivos: unos 8.500 fueron conducidos a los bosques de Ponary, cerca de la ciudad, liquidados a tiros y enterrados en fosas comunes. Gran parte de la matanza la hicieron voluntarios lituanos dirigidos por los nazis. Y aún no había terminado el verano cuando los ocupantes ordenaron crear dos guetos: en el número 1 se recluyó a las personas capaces de trabajar, fundamentalmente hombres con conocimientos mecánicos o artesanales, mientras en el número 2 se internó a mujeres, niños y ancianos, considerados inútiles para el trabajo.
¡Ladrad como perros!
Además, los dirigentes del Einsatzgruppen ordenaron que se formaran grupos destinados a su inmediata ejecución; los concentraban en la cárcel de Lukiszki, desde donde eran conducidos a los bosques. A finales de año, unos 40.000 judíos de Vilna habían sido eliminados e inhumados en las fosas de Ponary. Ya solo existía un gueto, el de los trabajadores. Según Peter Hayes, el oficial Karl Plage, jefe de un centro de reparación de vehículos militares, sostenía que, «por el momento, es necesario para la Wehrmacht conservar las vidas de los trabajadores judíos y sus familias, pero ayudar directamente a los judíos constituye un sabotaje castigado con la muerte». Pero todo se acaba y en 1943/44 ya no fueron necesarios. En agosto de 1941 llegó a Vilna Franz Murer, un nazi austriaco representante para asuntos judíos del comisario regional de Vilna, Hans Hingst. Era un tipo engreído que se distinguió por el desprecio con que trataba a los judíos: nada más llegar visitó un taller en el que trabajaban y les ordenó que se echasen cuerpo a tierra y ladrasen como perros. Sadismo aparte, Murer cumplía estrictamente las órdenes de Berlín: por ejemplo, la prohibición de que las mujeres judías dieran a luz; si estaban embarazadas debían abortar; en su proceso fue acusado de estrellar a un recién nacido contra el suelo. Otra directiva que cumplía sin pestañear era ordenar la ejecución de toda persona que ocultara a un judío.