Germán Pose: «Hubo una época en que un bar era el paisaje de tu vida»
Publica «La mala fama», un impactante relato oral a través de los protagonistas de la Movida, que relatan sin tapujos los abismos y experiencias que vivieron.
Publica «La mala fama», un impactante relato oral a través de los protagonistas de la Movida, que relatan sin tapujos los abismos y experiencias que vivieron.
Germán Pose arrastra hombros de púgil y una elegancia «mod» que no le ha arrebatado el calendario. Es un tipo macerado en las calles, con los ojos deslumbrados por la penumbra de la vida y un corazón que conserva el aura enigmático de un cruce de carreteras. Gasta la talla moral de un caballero y habla con un entusiasmo melancólico del pasado. En las estanterías de las librerías acaba de colocar «La mala fama» (Berenice), un coro de voces que completan el puzle de los años 80, de la Movida madrileña. Un libro sin lenitivos, de prosa dura, donde no se disfraza la realidad ni se oculta la verdad. Un espejo en el que asoman, entre otros –y gracias a las fotografías que ha tomado Ricardo Rubio– Johnny Cifuentes, Carlos García Álix, Silvia Grijalba, Mariví Ibarrola o Tesa Arranz, corista de Los Zombies, cuya entrevista ha sido el punto de partida del cortometraje «Aliens», de Luis López Carrasco, que se ha exhibido en los festivales de Toronto y Locarno y ahora se ha estrenado en Madrid.
–¿Qué le ha removido este libro?
–La infancia marca, pero vivir la juventud de esa manera, con esa intensidad, con apenas veinte años, asomándote al mundo a través de ese Madrid, que era un verdadero paisaje fronterizo, deja huella. Y más en esa época, la del antiguo régimen, que era siniestra.
–¿Por qué estos personajes?
–Son secundarios, aunque su papel ha sido esencial en este viaje. Esto es bueno porque no estaban condicionados con la pose y la postura. Todos ellos han hablado mucho y según, avanzaban en su relato, palidecían por la sangre que me estaban dando al recrear todos esos días.
–Habla de las drogas.
–Y de todo lo que se ha quedado atrás. Éramos jóvenes y nos creíamos invencibles. Pero cuando se te iba un amigo no acababas de encajar la desaparición. Algunos reventaron por las drogas. La heroína hizo estragos indeseables. Cuando vuelven esos «flashback», empiezas a sentirte pequeño, desolado. Yo recuerdo llorar y no comprender nada. Con 45 años sigues acusando esas pérdidas pero tienes suficiente vida para afilar las sensaciones. Encajas de otra forma.
–Pero se rompieron inocencias...
–Lo de esa generación se ha contado como si fueran días llenos de vino y rosas, y no fue así. Se habla de explosión de imaginación y libertad, pero estaban mal concebidas y procesadas y arrastró a los espíritus más inocentes, que, en el fondo, éramos todos. Si hubiéramos sido más adultos y tenido más sosiego no habría habido esas consecuencias. Ahora hay una labor de desmitificación. Tesa Arranz habla sobre los ídolos.
–¿Alaska? ¿Almodóvar?
–A Alaska la conocí poniendo cables con los Pegamoides. Almodóvar pululaba por allí. Tesa habla de él como el tipo más aburrido de su vida y con poco interés personal, pero alaba su corriente creativa. Tuvo la inspiración de abrir nuevas vías cinematográficas. Pero, detrás de él, sí que había un tío con talento: Fabio McNamara. Él sí que tenía sensibilidad y arte.
–Menciona el Penta.
–En aquel Madrid había muchas junglas y este bar era una de ellas. Entonces tenía 19 años y trabajaba. Eso de meterte por la noche birras y anfetas y que tu padre te levante para la obra al amanecer es algo que no se olvida. Luego empecé a escribir en periódicos gratuitos, que ya existían entonces. Mi primera crónica fue de Los Ramones. Sus teloneros eran Nacha Pop y recuerdo que esa misma noche se abría la sala Carolina. También estaba el Rock-Ola..., después se concentró todo en Malasaña. Si tenías veinte años, era un desastre: no había manera de parar la noche. Aparte estaban las drogas... Me salvé de la heroína de milagro, no por falta de vicio (risas). Otro azote era el alcohol de garrafa, que te exterminaba. Después de un tiempo aparecieron las cirrosis. Hicieron estragos. Lo curioso es que no pocos de los que salen por aquí eran de clase bien, educados en El Pilar. Como dice un colega, el problema es que nos drogábamos muy mal.
–¿Por qué se salvó de la droga?
–Era deportista. Corrí la primera maratón de Madrid sin entrenar. Tenía una gran base física y era un toro bravo. Nunca me metí heroína. Asistí a los primeros picos de amigos, pero a las agujas las tenía aversión. Y luego veías todo ese trasiego, esa promiscuidad de pasarse las agujas unos a otros con sangre...
–A cambio había mucha libertad.
–En los bares nos juntábamos, gays, travestis, madridistas, punkies, roc-kers... compartíamos todo y nos respetábamos. Eso se rompe con los guetos, como Chueca, con bares solo para gays. Hubo una época en que un bar era el paisaje de tu vida, una especie de Aleph urbano en el que estábamos todos. Con la posmodernidad, que es un concepto repugnante, con eso de las buenas costumbres, lo políticamente correcto, el buenismo, hemos llegado a un periodo en que todo está prohibido y, encima, alentado por esos movimientos falsamente progresistas. Echo de menos la gracia, esa idea que existió entonces...
–Pero hubo una explosión creativa.
–Había grandes autores, como Rafael Azcona, Luis García Berlanga, Álvaro de la Iglesia, «La Codorniz», las películas de Almodóvar... ¡y era después de Franco! Ahora estamos en un ambiente más reaccionario. Debes tener cuidado con lo que vas a decir porque estás expuesto a las redes sociales. Escribes que te gustan las chuletas de cerdo y a saber lo que te dicen. Todo está medido por lo que dirán. Lo políticamente correcto conduce a la muerte emocional. Hoy sería imposible cantar y crear determinadas cosas. En ese momento éramos más libres. Ahora no te atreves porque te funden.
– ¿Qué diría a los jóvenes?
–La vida es una toma de decisiones. Eres comandante de tu vida. Cuantas más referencias y más tierra hayas pisoteado, más oportunidades tendrás de acertar. Hay chavales que están en el pensamiento único, en el confort, pero cuando te instalas ahí... hay que saber elegir cuál es el confort ideal y tiene que basarse en el espíritu de gracia, salvaje, en algo que te abra horizontes y que te enseñe.