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Gormaz: el castillo de Al-Andalus más temido de la cristiandad

Uno de los principales baluartes del Al-Andalus. Durante años fue admirada y anhelada por los cristianos. Hoy es uno de nuestros grandes monumentos históricos. Si estuviera en Francia, todo el mundo la visitaría, pero está en Soria y pocos la conocen.
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Uno de los principales baluartes del Al-Andalus. Durante años fue admirada y anhelada por los cristianos. Hoy es uno de nuestros grandes monumentos históricos. Si estuviera en Francia, todo el mundo la visitaría, pero está en Soria y pocos la conocen.
A un lado, el Duero; al otro, los campos de Castilla. Y en la cima de ese paisaje machadiano, Gormaz, la fortaleza califal más grande de toda Europa. Un perímetro amurallado de 450 metros de largo y 63 de anchura resguardado por 27 torres. Un gigante imponente bien asentado en lo alto de un cerro, provisto de saeteras, entradas en codo, buhederas y zarpas en la base de los lienzos para resistir los asedios y defenderse de los asaltos. La punta de lanza del Al-Andalus califal y punto de partida de las tropas que asolaban las tierras de los cristianos. «Es la fortaleza más grande de su tiempo. Pocas veces se han acometido arquitecturas tan impresionantes. Igual que en Oriente admiraban el Crac de los Caballeros, el castillo más famoso de la época de las cruzadas, en España, todos deseaban tomar Gormaz. Es nuestro Crac de los Caballeros. Un castillo que parecía inexpugnable. Lo deseaban todos los reinos del norte. Si este monumento estuviera en Francia sería conocido a nivel internacional», comenta Marisa Bueno, historiadora de la UCM.
2.000 combatientes
Hoy en día, la fortaleza de Gormaz resiste en pie a pesar de los siglos y los avatares de la historia: guerras, abandonos, conquistas y rivalidades. Las restauraciones, dudosas y criticadas por muchos, no han restado un ápice de su grandeza original. Su silueta, visible desde kilómetros de distancia, continúa dominando su entorno igual que el primer día. Sus almenas controlan un radio de 45 kilómetros cuadrados. Solo en su interior podía alberga a 2.000 combatientes y todavía le quedaban las llanadas que tenía enfrente y detrás, donde podían asentarse muchas más.
Bajo su vigilancia estaban, en su época, las villas cristianas de Burgo de Osma o San Esteban de Gormaz, que hoy en día todavía pueden visitarse con su abundante patrimonio de colegiatas y románico. Un juego de atalayas, distribuidas alrededor de Gormaz con un inteligente sentido de la estrategia, permitía controlar un territorio todavía amplio, más de lo que muchos pueden suponer de antemano, porque llegaría hasta Medinaceli. «Desde las torres colocadas a lo largo de la marca media (la frontera que separaba la parte árabe de la cristiana), los vigías musulmanes daban la alerta. Algunas de ellas se pueden distinguir a lo lejos –comenta Marisa Bueno señalando un par de ellas desde lo alto de uno de los lienzos de Gormaz–. Lo hacían con humo o con espejos. No se sabe bien. Pero desde la más lejana y apartada de esta red hasta aquí, las señales apenas tardaban siete minutos. Un instante para esa época».
Gormaz era una máquina letal: asentada en lo alto de una colina, con muros altos y reforzados, y con el río detrás. Era el único castillo al otro lado del Duero y estaba justo delante del único puente que existe en la zona para atravesarlo. Una verdadera punta de lanza. Desde aquí, Almanzor, que venía desde Medinaceli, la capital de donde partían sus ejércitos, lanzaba las campañas de castigo que tanto terror infundieron en sus enemigos. Aunque para buscar el origen de este fortín hay que remontarse al siglo VIII y principios del IX. En sus cimientos quedan restos de una construcción previa de adobe. Pero sería a partir del X cuando su nombre comienza aparecer sistemáticamente en los documentos, tanto en la parte árabe, a través de Ibn Hayyan, como en los anales castellanos y compostelanos. «El punto más importante se produce con su refortificación durante el periodo de Abderramán III (con quien se impulsaría el enorme arco califal que todavía se ve y que es la imagen del castillo). Es un momento esencial, porque se pasa del periodo emiral al califal. En 965, bajo Al-Hakam II, esta fortaleza también se reconstruye», explica Marisa Bueno.
Gormaz es un enclave de choques bélicos, pactos, victorias y derrotas. Desde sus inicios, padeció los avatares de la guerra. Y después de caer en manos cristianas (por un pacto, y no por conquista), padeció la guerra de los dos Pedro y también los desastres que desencadenaron los conflictos carlistas. Luego, cayó en un progresivo olvido.
La fortaleza durante varias centurias ha sido testigo de las batallas protagonizadas entre musulmanes y cristianos, pero también presenció una de las confrontaciones que determinó el futuro del Al-Andalus. De uno de los personajes más fascinantes de su época y uno de los militares más carismáticos, llamado Galib, y el nuevo visir de Córdoba: Almanzor, quien, paradójicamente se había casado con su hija. Pero este hombre de origen bereber no debía ser hombre de muchas honestidades ni amigo de lealtades. Su ambición desmedida anhelaba quedarse con todo el poder y eso conducía, también, a enfrentarse con el gran general de la marca media, el padre de su mujer, el que había mantenido firme la frontera norte del Al-Andalus. Su desencuentro se resolvió en una batalla que hoy es una leyenda: Torrevicente, que sucedió en julio del año 981. Durante el choque, Galib, que reconstruyó y rearmó Gormaz, murió, y las manos de Almanzor quedaron libres para tomar todo el poder que deseara.
Cambiar de manos
Durante la Edad Media, las incursiones en territorio enemigo se sucedían de manera regular, cada cinco años, más o menos. Unos asaltos en los que se destruía todo a su paso. Durante el siglo X, Gormaz cambió de manos repetidamente. La documentación cristiana revela que los musulmanes la tomaron en el 925, 940 y 983, lo que implica que, con anterioridad, también fue tomada. En un artículo, el historiador Antonio Almagro dice: «Las crónicas cristianas como musulmanas indican que fue plaza muy disputada» y que fue de unos y otros «en diversas ocasiones a lo largo de los siglos IX al XI».
Pero en su construcción, la huella principal es musulmana, como puede observarse por su enorme arco califal: un emblema que domina las tierras sorianas y que mira hacia el sur, hacia el Al-Andalus, y que señala quién es el señor allí. Varios reyes pugnaron por ella, como Ramiro II y Sancho II. En algunas ocasiones, consiguieron acercarse a su objetivo. Pero en otras cargas, sin embargo, las tropas cristianas fueron derrotadas con enorme contundencia y no pasaron de la explanada, donde quedaron extendidos sus caballos y soldados.
El destino de Gormaz está vinculado a un hombre, a García Fernández, hijo de Fernán González, considerado, según la leyenda, el primer conde de Castilla. Él es quien negociará con los musulmanes, y en un pacto con el gobernador de Medinaceli, se decide que la fortaleza pase de manera definitiva a los cristianos, al igual que San Esteban de Gormaz y el Burgo de Osma. A partir de entonces, la línea del Duero comienza a flaquear. La división de Al-Andalus en los reinos taifas sellaría el sino de este balaurte que tantas vidas y desvelos costó. Y, como no podía ser de otra forma, y para redondear su leyenda, Rodrigo Díaz de Viva, El Cid, sería gobernador de Gormaz en el año 1065.
Desmitificar la guerra de la Edad Media
Se suele poseer una idea equivocada sobre la dimensión de las batallas durante la Edad Media. Marisa Bueno reduce las cifras que los mitos, y, sobre todo, el cine, han metido en la cabeza a muchas personas. «La guerra siempre ha sido un negocio y a los soldados hay que pagarles. También hay que tener en cuenta que tampoco había mucha población en la Península durante aquellos años. Había zonas muy vacías. Cuando me preguntan cuántas personas participaban, por ejemplo, en una razia, que eran bastante frecuentes, el número puede asombrar, pero oscilaría entre treinta y cincuenta individuos. Ellos arrasaban el lugar y esperaban sorprender al adversario y tomar atalayas, por ejemplo. En las batallas ya es distinto y podrían participar bastantes más guerreros, pero tampoco son las huestes que pueden verse en “El señor de los anillos” (risas). Para nada. A lo mejor podría haber entre trescientos o quinientos combatientes. Después, claró está, es cuando se reúnen varios reinos, como sucedió en las Navas de Tolosa. Ahí las cifras aumentan considerablemente por un lado y otro».