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Héctor Abad Faciolince: «El exceso de memoria se parece mucho al rencor»

El escritor colombiano habla de la reedición de su libro «El olvido que seremos», el retrato de su padre asesinado por paramilitares hace treinta años en la ciudad de Medellín.

Héctor Abad Faciolince: «El exceso de memoria se parece mucho al rencor»
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Hace diez años, Héctor Abad Faciolince publicó uno de los libros más deliciosos de la literatura latinoamericana reciente titulado «El olvido que seremos». En él contaba la historia de su padre, un hombre bueno, médico de profesión, que dedicó su vida al cuidado de los desfavorecidos en la ciudad de Medellín. Por ello fue asesinado en 1987 a manos de los paramilitares. Se cumplen treinta años de aquella muerte y dos lustros de la publicación de este relato conmovedor que aborda la violencia y la muerte en la Colombia de los años ochenta, pero también, y sobre todo, la devoción de un hijo por un padre ejemplar. Alfaguara reedita ahora el libro, que incluye un documental titulado «Carta a una sombra», dirigido por Daniela Abad (hija de Héctor) y Miguel Salazar.

–¿Qué hizo que este libro se convirtiera en una obra tan alabada por escritores y lectores?

–Este libro fue escrito para mis hijos, para que conocieran al abuelo que no habían conocido. Lo hice con la voz familiar con la que él hablaba. Encontré también una historia bonita en él, alguien que vivió la vida muy estéticamente, casi como un héroe romántico.

–También habla mucho de la Colombia de su infancia, la de los años sesenta. ¿Cómo ha cambiado su país desde entonces?

–La Colombia de mi infancia era relativamente tranquila, con índices de homicidios muy bajos. La de finales de los ochenta y principios de los noventa se parece a la que acabamos de vivir. En 1984, un presidente conservador, Belisario Bentancur, hace el intento más serio que ha habido en el pasado de alcanzar un acuerdo de paz. Tiene éxito, las FARC fundan un partido político legal, la Unión Patriótica. Pero ese proceso de paz se frustra porque paramilitares y militares asesinan a más de 3.000 personas. Y en la denuncia de esos asesinatos matan a mi padre y a muchas personas más en la peor carnicería de Colombia, que llega a su cima en 1991, cuando se mezcla la mafia. Si ese proceso de paz hubiera tenido éxito, nos habríamos evitado 30 años terribles.

–¿Funcionará el intento de paz emprendido por el presidente Juan Manuel Santos?

–Lo nuevo de este intento de paz es que el Ejército y la élite que está en el poder han apoyado el proceso de paz. Las FARC se pueden incorporar a la vida civil, probablemente con muy pocos votos y apoyo popular. Ellos hacían un gran daño en la selva, en el monte; ahora no harán un gran daño sino propuestas, todo lo descabelladas que sean, pero dentro de la lógica democrática. El sueño de mi padre, que tanto apoyó aquel proceso de paz y que por ello sucumbió, ahora se está cumpliendo. Es una victoria de la sensatez. La sensatez nadie la quería oír en aquel momento.

–En su libro aparece un joven Álvaro Uribe, que fue por un breve tiempo novio de una sus hermanas. ¿Por qué cree que se opone al proceso de paz?

–Él podría ser uno de los dueños del proceso de paz. Hay que reconocerlo, con su mano fuerte convirtió a la guerrilla en un poder mucho menos poderoso. Hizo el trabajo de arrinconarlos con la tecnología que le dio EE UU, exagerando también con cosas horribles como los falsos positivos. Y luego, por algo muy humano, que son los celos, se opuso al proceso de paz. Yo creo que él también habría firmado esta paz, él también buscó acercamientos con la guerrilla. Pero como no lo hizo él, por celos, que se disfrazan de motivos de impunidad, está en contra y es una lástima.

–¿Hasta dónde debe prevalecer la memoria cuando hablamos de crímenes del pasado?

–Tiene que haber una caducidad de la culpa. El exceso de memoria a veces se parece mucho al rencor. Los asesinos son despreciables, yo no pido ni justicia ni cárcel para los asesinos de mi padre. En mi vida no tengo el veneno del rencor ni resentimiento, no soy una víctima ni un ofendido profesional, ya se pasó. Borges lo decía para el amor, pero para la política también es verdad: el olvido es la única venganza y el único perdón.

–Usted admiraba profundamente a su padre. ¿Le reprocharía algo?

–Pocas semanas antes de su muerte, él probablemente pensó que lo podían matar por su activismo. De hecho, cuando lo mataron llevaba en el bolsillo una lista con los nombres de los que iban a matar los paramilitares. Y él estaba en ella. Con todo el amor y la admiración que tengo por él, una de las cosas que le criticaría es la vocación de martirio. Su muerte destrozó a mi familia momentáneamente, hizo que una de mis hermanas perdiera por completo la razón durante años. Él actuó bien, hizo lo que tenía que hacer, pero tenía una herida que era la muerte de una hermana mía, que no soportaba. Si uno piensa que la muerte también puede ser en algunos momentos una solución, entonces morir por una causa justa tiene mucha belleza, pero no deja de ser un acto extremo.

–¿Qué es lo mejor que un padre puede hacer por sus hijos?

–Tengo dos hijos y es lo que más le da más sentido a mi vida. Un padre tiene un gran poder para hacer un gran daño a sus hijos, pero no para hacerles un gran bien, en todo caso podemos abrirles puertas. Cada vez estoy más convencido de que pasa igual con los políticos. Los mejores políticos son los que no son dañinos para su sociedad.

–¿Puede dar algún ejemplo?

–Chávez, que empezó con las mejores intenciones del mundo, con su religión izquierdista por delante, le hizo un gran daño a Venezuela, que no va a recuperarse en muchos años porque es una sociedad destrozada económica y moralmente. En cambio, Santos, que es alguien anodino y sin carisma, no ha hecho un gran daño a Colombia. Ha firmado lo más importante que es la paz con la guerrilla. Este personaje por el que yo no voté y que no me caía bien es uno de los mejores presidentes que hemos tenido.