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Qué nos dice el ADN del “Gigante de Segorbe” y por qué no tiene nada que ver con el de los valencianos modernos

El cuerpo de este individuo del siglo XI destaca sobre el resto de los esqueletos encontrados en la necrópolis de Segorbe, porque su altura está muy por encima de la media de la época

Reconstrucción del Gigante de Segorbe | Fuente: Huddersfield University
Reconstrucción del Gigante de Segorbe | Fuente: Huddersfield UniversityLa Razónfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@731b78c5

El descubrimiento del Gigante de Segorbe abrió la puertas a infinidad de teorías. Era una pieza que no encajaba en el puzle. El cuerpo de este individuo destacaba sobre el resto de los esqueletos encontrados en el año 1999 en la necrópolis islámica de la ciudad castellonense de Segorbe, porque su altura estaba muy por encima de la media de la época. Nada más y nada menos que 1,90 metros.

Pero, el pasado mes septiembre, por fin se acabaron las especulaciones. Un grupo interdisciplinar de investigadores españoles y británicos, compuesto por genetistas y arqueólogos, dirigidos por Martin Richards, del Centro de Investigación Genómica Evolutiva de la Universidad de Huddersfield; publicaron un artículo en la revista Science Reports, donde desvelaron el verdadero origen genético de este sujeto del siglo XI.

Reconstrucción del Gigante de Segorbe | Fuente: Huddersfield University
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Nada que ver los valencianos modernos

El análisis de ADN de los huesos del “Gigante”, realizado por los especialistas en genómica evolutiva, Marina Silva y Gonzalo Oteo-García, del Instituto Francis Crick y de la Universidad de Parma, respectivamente; nos dice que este sujeto portaba un linaje genético muy específico.

Que apunta, por un lado, a una descendencia directa de aquellas poblaciones norteafricanas bereberes que llegaron a la Península en la época medieval (con la invasión árabe del siglo VIII), y a un mestizaje importante con los pobladores locales. Más de la mitad de su genoma pertenece a los habitantes autóctonos de la Península Ibérica.

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Al comparar los cromosomas del Gigante de Segorbe con los de otros trece cuerpos encontrados en la necrópolis, se pudo establecer que este individuo pertenecía a una comunidad muy asentada en la región. Es decir, que su ascendencia bereber se debió a la migración de una generación anterior.

Los resultados son sorprendentes por muchos motivos. Pero si hay uno que destaca sobre el resto, es que el “Gigante de Segorbe”no comparte herencia genética con los actuales levantinos, que tienen poco o nada de bereber en su genoma.

La expulsión de los moriscos

Esta anomalía se explica por la expulsión de los moriscos del año 1609 decretado por Felipe III el 9 de abril de ese año. Esta expatriación de cientos de miles de antiguos musulmanes, ahora convertidos al cristianismo, supuso el mayor éxodo que ha sufrido España en toda su historia.

Este grupo englobaba a un 4,30% de la población. Es el equivalente a que en la España actual, que tiene 47 millones de habitantes, se expulsara a alrededor de dos millones de españoles. Además, esto afectó muy especialmente a los habitantes de la costa mediterránea, que era donde había un mayor porcentaje de moriscos.

Embarque de moriscos en el Grao de Valencia, pintado en 1616 por Pere Oromig.
Embarque de moriscos en el Grao de Valencia, pintado en 1616 por Pere Oromig.La Razónfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@731b78c5

El hispanista francés, Bernard Vincent, uno de los más reconocidos especialistas en este tema, explicó que “la expulsión de los moriscos fue una manera de mostrar que la monarquía española era la campeona del mundo cristiano”.

Fue una decisión política, que coincidió con la tregua que se firmó ese mismo día (9 de abril de 1609) con los protestantes holandeses y que puso fin a la Guerra de los Doce Años. Con este decreto, Felipe III despejaba cualquier atisbo de dudas que pudiese existir sobre el compromiso de la monarquía hispánica con el cristianismo.

Y es que, en aquella época era común acusar de herejía a los moriscos, que no habían perdido totalmente las costumbres de sus antepasados, sino que trataron de asimilarlas a su nueva fe. Aquello despertaba muchos recelos porque se abría la posibilidad de que esta enorme comunidad viese con buenos ojos a los otomanos de Estambul o a los berberiscos del Norte de África, o que -incluso- pudiesen aliarse con ellos en un eventual conflicto.