Cultura

Asesinos en serie (II)

José Antonio Rodríguez Vega, el “violador de la moto” o “mataviejas”

Es el mayor asesino en serie español y a lo largo de su vida mató a dieciséis ancianas

José Antonio Rodríguez Vega, uno de los peores criminales de nuestra historia
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Fue conocido por la mayoría por sus apodos: «El violador de la moto» y «El mataviejas». Nació en Santander el 3 de diciembre de 1957. Lo podemos definir como el mayor asesino en serie español. Su faceta delictiva se divide en dos etapas claramente diferenciadas. De joven su madre lo echó de casa porque pegaba a su padre que estaba en fase terminal. Aquella acción materna provocó en él un odio a las mujeres. Ahí empezó su carrera como violador. El 17 de octubre de 1978 fue detenido y lo apodaron «el violador de la moto».

Durante el juicio obtuvo el perdón de todas sus víctimas menos de una de ellas. Si, en un primer momento, fue sentenciado a 27 años de cárcel, gracias al perdón sólo cumplió ocho. Su primera esposa, Socorro Marcial, lo abandonó al conocer la verdad llevándose consigo a su hijo. Al salir de la cárcel conoció a una mujer, deficiente mental, con la que empezó a convivir. Aquí empezó la segunda etapa de su vida. Si en casa todos los consideraban un buen marido y trabajador, fuera de ella continuaba su personal venganza contra su madre. Era un seductor nato. Su cara de buena persona le ayudó a satisfacer sus instintos más bajos. De abril de 1987 a abril de 1988 asesinó a 16 ancianas.

Su primera víctima fue Margarita González Sánchez, de 82 años. La policía la encontró vestida y sin bragas. La autopsia dictaminó que falleció asfixiada y que durante el forcejeo se tragó la dentadura postiza. La puerta de entrada a la casa no había sido forzada y sólo había desaparecido una televisión de 14 pulgadas.

Otra fue Natividad Robledo Espinosa, de 66 años. El forense dictaminó que la causa de la muerte fue un paro cardiaco por asfixia. El cadáver presentaba erosiones en la nariz y en los muslos y desgarro en la vagina. El asesino se llevó los pendientes, la alianza matrimonial, un televisor de 20 pulgadas, unas jarritas de adorno y una bola de cristal.

El 18 de abril de 1988 la policía encontró muerta a Julia Paz Fernández, de 66 años. El cadáver no tenía ni la faja ni las bragas. Junto a ella aparecieron los pendientes. El forense dictaminó que murió asfixiada y que presentaba desgarros en la vagina.

El listado resulta todavía escalofriante: Victoria Rodríguez, 61 años, 15 de abril de 1987; Simona Salas, 84 años, 13 de julio de 1987; Margarita González, 82 años, 6 de agosto de 1987; Josefina López, 86 años, 17 de septiembre de 1987; Manuela González, 80 años, 30 de septiembre de 1987; Josefina Martínez, 84 años, 7 de octubre de 1987; Natividad Robledo, 66 años, 31 de octubre de 1987; Catalina Fernández, 93 años, 17 de diciembre de 1987; María Isabel Fernández, 82 años, 29 de diciembre de 1987; María Landazábal, 72 años, 6 de enero de 1988; Carmen Martínez, 65 años, 20 de enero de 1988; Engracia González, 65 años, 11 de febrero de 1988; Josefina Quirós, 82 años, 23 de febrero de 1988; Serena Ángeles Soto, 85 años, 2 de abril de 1988; Julia Paz, 71 años, 18 de abril de 1988.

Julio Paz Fernández, de Muriedas, fue su última víctima. Había comprado una puerta blindada y el instalador fue Rodríguez Vega. El jefe de la comisaria de Santander, Agustín Ariznavarreta, pidió a sus hombres que lo vigilaran. A finales de mayo de 1988 lo detuvieron en la calle Cabo de la torre, donde compartía habitación con derecho a cocina con una joven de 23 años. En el momento de ser detenido confesó a la policía todos sus crímenes. Cuando la policía registró la habitación encontró un auténtico museo de los horrores. Tenía expuesta una colección de fetiches de sus víctimas que implicaba joyas, televisiones, alianzas, porcelanas, imágenes de santos… Durante el juicio lo negó todo. Ante los medios de comunicación se presentaba como un hombre ególatra, sonriente y muy cínico. Alardeaba del perdón que le concedieron las mujeres que había violado. Presumía de no tener problemas sexuales, pues lo hacía todos los días. El juez lo condenó a 440 años de cárcel.

El 24 de octubre de 2002 lo trasladaron a la penitenciaria de Tropas, en Salamanca. Era un preso peligroso y cambiaba constantemente de penal. Poco después de llegar se peleó con Enrique Valles González y Daniel Rodríguez Obelleiro. Estos le dieron entre 60 y 70 puñaladas con dos pinchos de fabricación casera. Rodríguez Vega falleció al instante. Al Mataviejas lo enterraron en un nicho común en el cementerio de Salamanca.