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La defensa de Cádiz y Tenerife frente a Horatio Nelson

Tras la fácil victoria británica en la batalla del cabo de San Vicente en 1797, la Royal Navy atacó Cádiz y Tenerife en la creencia de una amplia superioridad sobre las fuerzas españolas. Se equivocaban
"Nelson se enfrenta a una lancha española el 3 de julio de 1797" (1806), óleo sobre lienzo de Richard Westall (1765-1836)
"Nelson se enfrenta a una lancha española el 3 de julio de 1797" (1806), óleo sobre lienzo de Richard Westall (1765-1836) National Maritime Museum, Londres
La Razón
  • Álex Clarmunt Soto - Desperta Ferro Ediciones

    Álex Clarmunt Soto - Desperta Ferro Ediciones

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Una de las maniobras más difíciles de la navegación a vela consiste en trasluchar o trabuchar, es decir, cambiar de amura el velamen para virar en redondo. Esto hizo, metafóricamente, la monarquía española entre abril de 1795 y agosto de 1796 –del Tratado de Basilea al de San Ildefonso– cuando pasó de combatir a la atea y regicida república francesa en el marco de la Primera Coalición a aliarse con ella contra el Reino Unido, que constituía, en cualquier caso, el tradicional rival de España en tanto que potencia naval que le había disputado el dominio del Atlántico durante todo el siglo XVIII y ambicionaba beneficiarse del comercio con los ricos virreinatos americanos. Si bien la paz con Francia era apremiante, pues los ejércitos de la república habían atravesado los Pirineos y se combatía a la defensiva en Cataluña y el País Vasco, la guerra contra Gran Bretaña llegó en un momento en el que la Armada española, con las finanzas de la Corona en crisis debido a los elevados costes de la contienda con Francia, afrontaba una difícil situación por los recortes presupuestarios, que mermaron su capacidad de combate y de construcción para reponer las pérdidas. Así quedó demostrado en la primera gran batalla en que se enfrentó a la Royal Navy, la del cabo de San Vicente, en febrero de 1797, que reveló carencias que urgía remediar. Aun en superioridad numérica, debido a la desobediencia y la falta de pericia de varios altos oficiales, la Escuadra del Océano de José de Córdova y Ramos perdió cuatro navíos de línea frente a la Flota del Mediterráneo de John Jervis, con la destacada actuación del joven comodoro Horatio Nelson.
Pese a lo que pudiera parecer, la Real Armada seguía siendo un formidable rival y, dirigida con habilidad por José de Mazarredo, que sustituyó al anciano Córdova ante las peticiones de varios oficiales que se dirigieron directamente a la corte, demostró su capacidad para enfrentarse con éxito a los británicos en Cádiz en los meses siguientes. Crecido por su éxito en San Vicente, el almirante Jervis inició el bloqueo de la bahía gaditana en aras de interrumpir las conexiones entre la península y sus colonias americanas. Al mismo tiempo, las noches del 3 y el 5 de julio destacó bombardas para atacar la ciudad y obligar con ello a Mazarredo a salir a mar abierto con sus buques en lo que el británico esperaba que fuese una batalla decisiva. Prudente, Mazarredo, que sabía que las tripulaciones de la escuadra no estaban listas para enfrentarse al enemigo, organizó varios destacamentos de fuerzas sutiles –cañoneras, lanchas y otras embarcaciones ligeras– con las que segundo, Federico Gravina, salió al paso de las naves enviadas por Jervis y las obligó a desistir en su empeño. Frustrado, el inglés se dedicó en adelante a bloquear Cádiz desde una distancia prudencial, lo que no impidió la salida de diversos convoyes con destino a América merced a las distracciones efectuadas con habilidad por Mazarredo.
"La escuadra de bloqueo costero de Nelson en Cádiz, julio de 1797" (siglo XIX), óleo sobre lienzo de Thomas Buttersworth (1768-1842)
"La escuadra de bloqueo costero de Nelson en Cádiz, julio de 1797" (siglo XIX), óleo sobre lienzo de Thomas Buttersworth (1768-1842)National Maritime Museum, Londres
El tedio del bloqueo llevó a Nelson, un hombre de acción en el cual Jervis había depositado ya su confianza en varias ocasiones al encargarle misiones que requerían tanto de pericia como de iniciativa, propuso entonces a su jefe que lo enviase con varios buques a las islas Canarias, en concreto a la de Tenerife, en el puerto de cuya capital, Santa Cruz, naves de la marina británica habían cosechado en los meses previos éxitos que hacían prever a Nelson la fácil conquista de la ciudad y sus riquezas. Jervis accedió y despachó a Nelson rumbo al sur con cuatro navíos, cuatro fragatas, una balandra y una goleta. La expectativa de una rápida victoria y un reconocimiento deficiente jugaron en contra de los atacantes: fracasado un intento de tomar el fuerte de Paso Alto, que domina Santa Cruz desde las alturas vecinas, el 22 de julio, Nelson ordenó un desembarco directo en el muelle y las playas de la ciudad, donde sus hombres y él toparon con una firme resistencia. El ya contraalmirante ni siquiera pudo bajar a tierra, herido por una andanada de metralla; en cuanto a sus marineros e infantes de marina, fueron rodeados por los defensores tinerfeños y no les quedó más remedio que capitular.
Si en febrero de 1797 las perspectivas de la corte española no eran halagüeñas, solo medio año después el panorama se revelaba mucho más optimista: los asaltos británicos a Cádiz y Tenerife, junto con la exitosa defensa de San Juan de Puerto Rico en las Antillas, habían demostrado la solidez del sistema defensivo español, así como que la Real Armada conservaba su capacidad de combate.
Portada del número 62 de Desperta Ferro Historia Moderna, “1797. La Guerra Anglo-Española en el mar”
Portada del número 62 de Desperta Ferro Historia Moderna, “1797. La Guerra Anglo-Española en el mar” .
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