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Pérez del Hierro, la farsa por antonomasia

En la Enciclopedia Espasa, su foto aparece junto a la palabra «traidor», ya que traficó con los secretos de Estado y alentó a la rebelión en contra de Felipe II
Antonio Pérez del Hierro llevó los asuntos de Italia durante el reinado de Felipe II
Antonio Pérez del Hierro llevó los asuntos de Italia durante el reinado de Felipe IIArchivo

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Es el traidor por antonomasia. Su fotografía está al lado de la palabra «traidor» en la Enciclopedia Espasa. Estamos hablando de Antonio Pérez del Hierro. Hoy pasaría por ser uno de esos pijos de familia bien, con Erasmus por universidades europeas viviendo la vida loca, un «ni-ni» con don de gentes, que entra en la vida política por apellido y sin más principios que su disfrute personal. Sí, uno de los que miraba por encima del hombro a quienes todo lo tenían por su esfuerzo y servicio a España, como Juan de Austria.
Antonio Pérez nació en 1540. Su padre, Gonzalo, era secretario de Estado de y clérigo. Su madre, Juana Escobar, era una mujer casada. Aquello resultaba un sindiós, por lo que Antonio fue presentado siempre como sobrino de Gonzalo. Pasó por las universidades de Alcalá de Henares, Salamanca, Lovaina, Venecia y Padua. Demasiada academia para tan poco rendimiento. Al morir su «padre-tío» en 1566 pidió heredar la secretaría de Estado, pero Felipe II desconfiaba de sus saberes y de las costumbres de Antonio Pérez. En la corte le tenían por un «mozo derramado», es decir, un vivales que pasaba de una «rave» en Aranjuez a un «after» en El Escorial. De hecho, y siguiendo la tradición familiar, tenía un hijo ilegítimo con Juana de Coello, una noble portuguesa. Por supuesto, para mejorar su imagen se casó con ella.
Nuestro galán generaba demasiada desconfianza como para darle toda la secretaría de Estado, así que Felipe II, que no estuvo muy inspirado, le dio solamente los asuntos de Italia. Quizá por esa duda recibió una instrucción que le recordaba que debía alejar de sí cualquier tipo de corrupción. No la debió leer.
La princesa de Éboli entró en relaciones con Antonio Pérez en 1573. Se juntaron el hambre y las ganas de comer. Comenzó entonces la venta de los secretos de Estado. A la pareja, en su ansia de enriquecimiento personal, le sobraba el duque de Alba, los Álvarez de Toledo y Juan de Austria. Antonio Pérez se dedicó a enemistar a Felipe II con su círculo en la típica maniobra de aislamiento de la víctima. Llegó a decirle al rey que Juan de Austria quería liberar de carga a los Tercios de Flandes para invadir Inglaterra, proclamarse allí soberano y hacer la guerra a España. El acusado descubrió el pastel y envió a Juan de Escobedo a Madrid para mostrarle a Felipe II las pruebas de la traición de Antonio Pérez. La ansiedad se apoderó del traidor y encargó el asesinato de Escobedo, que murió de una estocada que le atravesó el pecho. Era el día 31 de marzo de 1578. Felipe II ya no las tenía todas consigo, y los papeles de Juan de Austria que llegaron a sus manos despejaron las dudas: Antonio Pérez le había engañado. Ahí comenzó su calvario.
El traidor fue detenido en el mes de julio de 1579 por tráfico de secretos de Estado y corrupción. Tuvo que ser un espectáculo: el alcalde de Madrid y veinte alguaciles ocuparon su despacho para invitarle a que les acompañara. A esto se añadió la acusación de asesinato de Escobedo. La causa duró once años, hasta que en 1590 reconoció que había ordenado la muerte del secretario de Juan de Austria. Sin embargo, su esposa –sí, tenía una– urdió un plan para que escapara de la cárcel. Huyó ese mismo año de 1590 y se refugió en Aragón. El motivo era jurisdiccional. En ese reino no actuaban los tribunales castellanos. Antonio Pérez, en otra farsa, apeló a los fueros aragoneses y alentó a la rebelión contra Felipe II. Otra traición. Sin embargo, el pueblo no hizo ningún caso. Solamente algunos nobles, como el conde de Aranda.
Felipe II pidió entonces a la Justicia de Aragón la entrega de Antonio Pérez por asesinato, tráfico de secretos de Estado y huida de prisión. Como no respondieron, entonces decidió recurrir al Tribunal de la Inquisición, único que actuaba en toda España. Consiguió así el traslado a una prisión que controlaba, lo que provocó un desafuero y una rebelión encabezada por Juan de Lanuza, Justicia Mayor de Aragón. Felipe II, expeditivo, mandó un ejército, puso orden y ejecutó a Lanuza.
¿Y qué sucedió con Antonio Pérez? Después de provocar este desastre huyó a Francia, donde consiguió apoyo de Enrique de Navarra, y luego a Inglaterra. Allí vendió información que sirvió para que los ingleses atacaran y saquearan Cádiz en el año 1596. Pero, no contento con todas estas tropelías, Antonio Pérez publicó «Relaciones» en 1591, ampliada en 1593, que contribuyó al origen de la Leyenda Negra. Murió en 1611 en París.

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