Hallazgos arqueológicos

Una princesa europea en la prehistoria de Alicante

Una investigación apunta al hallazgo de una mujer aristocrática procedente de los Cárpatos en la distante civilización de El Argar hace más de tres milenios

Una princesa europea en la prehistoria de Alicante
Una princesa europea en la prehistoria de AlicanteCambridge University Press

No hay nada más alejado a la realidad que cierta creencia contemporánea que presupone que las sociedades de la prehistoria europea eran cerradas y las conexiones interculturales, escasas. Abundan las evidencias de contactos, préstamos y apropiaciones culturales a través del comercio o de otras vías y más conforme avanzaba el tiempo. Aunque no tendría sentido hablar de una globalización temprana sí se constata el establecimiento de unas relaciones observables en el registro material y, en especial, en lo que concierne a las élites.

Esto es lo que plantea el reciente y muy sugestivo «An Argaric Tomb for a Carpathian ‘Princess’?» publicado en el «Cambridge Archaeological Journal» por Juan A. López Padilla, Francisco Javier Jover Maestre, Ricardo E. Basso Rial y María Pastor Quiles, investigadores ligados al MARQ y a la Universidad de Alicante. Este artículo discurre sobre la cultura de la edad del bronce de El Argar vigente entre los años 2200 y 1550 a.C. por los territorios de las actuales Almería, donde se sitúa el homónimo yacimiento de El Argar, y Murcia, además de Granada, parte de Jaén y Alicante hasta el Bajo Vinalopó. Resulta una de las culturas más fascinantes de la prehistoria ibérica desde que fuera descubierto por los hermanos Siret, unos ingenieros de minas belgas fundamentales para el progreso arqueológico español del siglo XIX. No en vano, aunque éste sea un debate académico apasionante, se le ha llegado a considerar la primera formación plenamente estatal de la península conforme su evidente complejidad social constatada arqueológicamente. De este modo, se ha querido ver una relación de dependencia entre los importantes centros urbanos y fortificados en altura, desde los que eran controlados fértiles valles, y otros asentamientos más pequeños, estableciéndose una relación jerárquica amparada en el uso de la violencia coercitiva.

Más allá de esta apasionante disputa académica, resulta evidente que esta cultura es única por su registro material, tanto cerámico como fundamentalmente metalúrgico, destacando la forja de armamento y la joyería, y es precisamente en los ajuares funerarios donde mejor se distingue tanto su legado cultural como su estratificación social. En esta cultura convivían los muertos y los vivos, pues eran inhumados los primeros bajo el suelo de las viviendas en urnas, cistas, fosas o covachas, es decir fisuras sobre la roca, habitualmente de forma individual aunque no escaseaban los enterramientos de dos o tres personas. Se les sepultaba con ajuares, distinguiéndose de forma preclara el estatus social y género de los finados. De tal manera, se encuentran joyas de todo tipo, armamento, cerámicas, herramientas y otros objetos de índole personal de madera o de origen animal.

Territorios lejanos

El artículo que nos ocupa versa sobre una fascinante tumba encontrada en el yacimiento argárico de San Antón (Orihuela, Alicante) que, por su mayor tamaño, debía ser cabecera de su entorno más inmediato. Se trata de una tumba de cista excavada a comienzos del siglo XX por el jesuita Julio Furgús que albergaba los restos hoy perdidos de una mujer que yacía y que, por su ajuar y el estado de sus restos, indudablemente pertenecía a la élite local. Los huesos de sus brazos y antebrazos están recubiertos con pintura roja y negra mientras que su cráneo lo estaba de negro, un dato que ha sido interpretado como un embadurnamiento post mortem con ocre y cinabrio que, una vez descompuesto, quedó fijado a su esqueleto. Su rico ajuar estaba compuesto por un cuchillo de bronce, un punzón con mango de hueso, pendientes en espiral de plata, tres conchas marinas, dos discos de marfil, una vasija y unos fascinantes 73 conos de oro perforados, de los cuales únicamente han sobrevivido 44.

Estos últimos, hallados sobre el pecho de la mujer, son únicos en la península Ibérica aunque no en otros territorios lejanos. Así, se encontró un paralelo exacto en el contemporáneo tesorillo húngaro de Kápolnahalom, donde otros conos prácticamente iguales fueron interpretados como adornos de un vestido. Ésta es una tradición observada en diversos yacimientos coetáneos de centro y este de Europa y, en especial, en la cultura húngara de Otomani-Füzesabony y el horizonte de Koszider. Aún más, en conjunción con otra evidencia arqueológica y un influjo genético constatado en la cultura argárica, avalarían la llegada de gentes centroeuropeas. De este modo, sospechan que estos restos se corresponden con una mujer de elevado rango social, una princesa carpática como la definen, que procedente desde la distante Europa central se integró en la élite argárica. Si la hipótesis de este artículo es correcta, quedaría avalado un contacto inédito entre dos mundos tan distantes que, además, cuestionaría la matrilocalidad atribuida a la cultura argárica.