Historia

Toda la verdad sobre las Vestales, las guardianas de Roma

Las seis vestales de Roma, sacerdotisas de la diosa Vesta, vivían y morían entre el privilegio social y la represión sexual. El poder y la política se entrelazaban de forma extraordinaria en la vida cotidiana de estas mujeres.

Una representación escultórica de las Vestales
elieves de vestales en mármol. Obras de época de Adriano (117-132 d.C.) procedentes del Monte Palatino en Roma. La Razón

En Roma, por mucho que se escandalizaran por un besito en la calle, la sexualidad lo abarcaba todo. La fina línea entre puritanismo y placer se desdibujaba a menudo. Las castas matronas pedían a los dioses y, sobre todo, a las diosas por la fertilidad y la felicidad conyugal, los jóvenes visitaban los burdeles de forma cotidiana, los senadores tenían concubinas y los poemas de amor poblaban las paredes de las ciudades. Los sacerdotes actuaban, normalmente, en parejas hasta el punto de que, en algunos casos, si uno de los dos moría, el otro renunciaba al cargo.

Lo abarcaba todo salvo a seis mujeres de Roma. Las vestales, sacerdotisas de Vesta, símbolo de la pureza y garantes del favor divino que protegía al estado y sus ciudadanos. Elegidas entre los seis y diez años, y con un servicio de treinta, su misión era guardar el fuego sagrado, que no podía apagarse, el corazón de Roma como cada hogar era el corazón de cada casa. También participaban en las fiestas de Bona Dea, en que ningún hombre era admitido, como tampoco ningún animal macho y ni siquiera las estatuas o frescos que representaran elementos masculinos. Preparaban también la harina para los sacrificios.

La muerte y la inocencia de una vestal

Si fallaban en alguno de sus cometidos eran azotadas. Salvo en un caso. Uno considerado monstruoso, un prodigio, de hecho, que había que expiar. Si rompían su voto de castidad la única condena posible era la muerte. Se construía una habitación bajo las murallas y se las emparedaba allí, con algo de pan, leche y una lucerna con aceite. Y se cerraba para siempre, sin la más mínima señal de que algo hubiera pasado. No había funerales por ella, ni un recuerdo que interpelara a los caminantes.

Si la muerte era insólita (aunque dejaba a la diosa la capacidad de salvar a la vestal inocente), la misma virginidad exigida era también insólita hasta para los romanos, que tenían que preguntarse a sí mismos el porqué de la norma. Algunos opinaban que tenían que serlo a imitación de la diosa, Vesta, que, pese a ser la guardiana del hogar y la fertilidad de la tierra, era eternamente virgen… aunque nadie pedía dicha virginidad para las devotas de Diana, por ejemplo. Otros opinaban que, como elemento que garantizaba la pureza en algunos rituales o que participaba en las ceremonias de purificación de la ciudad, tenían que ser puras ellas mismas. Incluso algunos opinaban que su virginidad en el sacerdocio era un ejemplo y una advertencia a las matronas, el signo de que la castidad más absoluta era posible.

Además, aunque parezca terrible el precio, el premio también era importante. Las vestales solo respondían ante el Pontifex Maximus, podían testar, ganaban sus buenos dineros y su mera presencia podía salvar a condenados a muerte. Tenían asientos reservados y se situaban en un limbo legal entre las mujeres y los hombres, igual que su atuendo las situaba entre las muchachas y las esposas, siempre vestidas de boda.

Todo podría quedar aquí. Un sacerdocio extraño para una sociedad que, a veces, olvidaba de dónde venían sus propios ritos, pero que repetía las tradiciones con el tesón de quien quiera agotar hasta la última carta contra el destino. Pero quizás siempre conviene mirar un poco más allá. ¿Cuándo encontramos estas terribles ejecuciones? ¿Cuándo los juicios acabaron bien? ¿Por qué sabemos de ellas? La verdad es que, con sus prerrogativas y dinero por delante, actuaban mucho en la política, y por la misma morían. De hecho, quienes consiguieron que César volviera de su exilio fueron las vestales. No eran precisamente seres aislados de los conflictos de su época.

Las ejecuciones de las vestales históricas coincidieron con momentos de tensión política, ya fuera externa o interna. En las guerras púnicas hay varios casos, complementadas con el sacrificio de gálatas y griegos (sí, los romanos también tenían sacrificios humanos). También en el periodo de los Graco. La hermana de la mujer de Cicerón, que era vestal, estuvo a punto de engrosar la lista. También cuando Domiciano intentaba justificar su poder ejecutó a varias vestales. Mientras que, en otros periodos, vestales como Postumia o Licinia, acusadas de ser demasiado descocadas o de pasar demasiado tiempo en las habitaciones de un hombre, salieron absueltas sin demasiados problemas.

El lodo de la historia

Un caso resulta especialmente significativo, el de Mesalina. Quizás haya sido uno de los personajes femeninos de la historia más vilipendiados, junto con Cleopatra, el símbolo del adulterio, el engaño y la lujuria desmedidas. Las fuentes nos hablan de supuestos concursos con prostitutas o de servicios en burdeles de mala muerte, de bodas bígamas. El cine y las series de nuestra época han contribuido a mantener ese estereotipo, grabándolo a fuego en el imaginario colectivo.

Sin embargo, cuando Mesalina se vio acosada por las acusaciones de adulterio a quien acudió fue a la Vestal Máxima, y esta accedió a defenderla, aunque fue obstaculizada por los libertos imperiales y de poco sirvieron sus ruegos. Aunque Vibidia, la vestal, intentó recordar a Claudio que no debía condenar a una esposa sin defensa y sin permitirle hablar, Narciso, el liberto imperial, tuvo que engañarla con la promesa de un juicio justo que jamás se produciría. Tácito, en sus Anales, comenta que la mujer, ya anciana, fue especialmente firme en sus reclamaciones. Al igual que Plinio comentaba que Julia, la hija de Augusto, fue relegada por adúltera pero que había participado en intrigas contra su padre, quizás hemos obviado que las intrigas palaciegas se tapaban con toneladas de acusaciones de depravación sexual en Roma. Quizás Mesalina fuera la más casta de las esposas, pero la propaganda fue más fuerte.

El final de las vestales

Tras siglos de custodiar el fuego sagrado de Roma e intervenir, sibilina o abiertamente en su política, casi como las Bene Gesserit en la saga de Dune, el auge del cristianismo supuso un golpe mortal al sacerdocio. En el 391 se apagó definitivamente su llama y se cerró su templo. La última vestal acabó, resignada, convirtiéndose al cristianismo para continuar un sacerdocio que, en el fondo, no se diferenciaba tanto.

Sin embargo, y a veces la historia es irónica, en ese mismo año Alarico se rebeló y ataco Roma. Poco después saqueó la Ciudad Eterna, algo que se había considerado impensable. Al mismo tiempo, se grabó el último jeroglífico en Egipto. Quizás las vestales, realmente, sí habían sido las garantes del Imperio y los dioses, indignados, volvieron la espalda a Roma.

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