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Historia

La lucha de las madres en la Antigua Roma

En el Día de la Madre descubrimos las dificultades y luchas de las madres en la Antigua Roma. Patricia González en su libro “Soror” devuelve el protagonismo a las mujeres romanas

Madre amamantando a un bebé en presencia del padre. Detalle del sarcófago de Marco Cornelio Estacio
Madre amamantando a un bebé en presencia del padre. Detalle del sarcófago de Marco Cornelio Estacio Museo del Louvre

Las madres romanas fueron, legalmente, solo parientes indirectos de sus hijos. Su relación era como la que tendría el padre con uno de sus sobrinos. Asimismo, el padre tenía potestad de vida y muerte sobre sus hijos. Las madres en Roma veían, muchas veces, cómo se les abandonaba sin que nadie las tuviera en cuenta. Por otro lado, Platón, en el Teeteto, nos habla de madres primerizas llorosas y desesperadas cuando les arrancan de los brazos a sus pequeños recién nacidos, y un papiro de Oxyrrinco cuenta las órdenes de un padre de abandonar al recién nacido si resultaba ser niña, pero conservarlo si era niño.

Las madres romanas, como hemos dicho, no parecían tenerlo fácil. La maternidad contribuía a asegurar el estatus de una matrona dentro de la familia, pero, en caso de divorcio, el padre podía llevarse a esos hijos sin el más mínimo problema. Livia tuvo que enviar al pequeño Tiberio y al recién nacido Druso a casa de Tiberio padre, tras ser obligada a divorciarse del mismo y a casarse con Augusto.

La curiosa figura del custos ventris, encargado de vigilar a la esposa divorciada por si estaba embarazada o, de ser así, durante la duración del embarazo, podía hacer referencia a la posibilidad de que esta abortara, pero también a que intentase quedarse un hijo que legalmente correspondía al antiguo marido. Sin embargo, eso no quiere decir que las madres se resignaran. De hecho, la legislación romana nos deja entrever una continua lucha de las mujeres por la supervivencia de sus hijos y por conservar los lazos e, incluso, la tutela. Por pedir el reconocimiento de los mismos o su crianza responsable. También la legislación tuvo que reconocer el vínculo familiar entre las madres y sus criaturas.

Dos senadoconsultos, el Tertuliano y el Orficiano, tuvieron que parchear la legislación romana, reconociendo la relación maternofilial en el caso de que la mujer muriera sin haber hecho testamento, incluso si los hijos eran ilegítimos o los que nacieran en un parto en el que la madre había muerto. Una norma de época de Antonino Pío, por ejemplo, permitía a la madre retener a los hijos en un divorcio si lograba probar que el antiguo marido era malvado o depravado. Igualmente, las leyes romanas establecieron la necesidad de analizar cada caso y escuchar a las madres cuando retuviesen a sus hijos, algo que no había que hacer cuando un hombre decía que alguien estaba bajo su potestad sin estarlo. De hecho, hasta que se resolviese cada caso, la madre podía quedarse a su hijo. También vemos cómo se van creando normas para que el padre pudiera renunciar a la custodia del hijo tras el divorcio, pero que tendría que reconocerlo si su ex mujer estaba embarazada y el hijo era suyo. Esto implicaba que el padre tendría la obligación de contribuir al mantenimiento del bebé, aunque no quisiese la custodia, así como nombrarlo en su testamento.

En algunos casos, las restricciones legales de la mujer podían alterarse por su vínculo con sus hijos o padres. Por ejemplo, una mujer no podía acusar públicamente… salvo que persiguiese a los asesinos de sus hijos, padres o patronos. Además, podía saltarse las normas sobre la obligación de volver a casarse en edad fértil si tenía hijos impúberes para mantener la tutela (o algo parecido, ya que la tutela era algo masculino) y custodia de los mismos.

Un caso es especialmente significativo. Por lo excepcional, por la lucha, por el reconocimiento del vínculo. Un caso que reconocía la maternidad incluso más allá de la sangre. Porque la maternidad no es solo haber llevado un niño en el vientre. Syra había perdido tanto a su familia como a su marido. Pero ejerció de madre de su hijastro media vida y se veía en la tesitura de perderle también. Syra no se rindió y acudió al emperador Diocleciano. Este, sorprendentemente, no solo la dejó quedarse su custodia, sino que creó una ficción de adrogación para consolidar el vínculo. El emperador sabía que la adopción y la tutela eran privilegios masculinos, y que la mujer no tenía la capacidad legal, pero también sabía que, a veces, los vínculos entre una madre y su hijo van más allá de las normas, las convenciones y la genética. Así, Syra y su hijo pudieron permanecer juntos.

PARA SABER MÁS:

“Soror. Mujeres en Roma”

Desperta Ferro Ediciones

288 páginas + 8 a color

23,95 euros

Portada de "Soror. Muejres en Roma"
Portada de "Soror. Muejres en Roma"Desperta Ferro