Indígenas: basta de marginación histórica
Les cuesta hablar español y las deficiencias educativas son notables. Parte de los pueblos indígenas de México viven en precariedad y exclusión secular. Ahora piden que el presidente López Obrador «no se lave las manos» con la petición de disculpas a España por la Conquista.
Les cuesta hablar español y las deficiencias educativas son notables. Parte de los pueblos indígenas de México viven en precariedad y exclusión secular. Ahora piden que el presidente López Obrador «no se lave las manos» con la petición de disculpas a España por la Conquista.
María Lourdes Luna Pérez, Marilú, tiene 46 años, un marido y cuatro hijos y pertenece a la etnia otomí, un pueblo originario del centro de México. Es una de las indígenas con las que España y el Vaticano deben disculparse por los agravios cometidos durante la conquista, según el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador. Un perdón histórico que ha generado innumerables reacciones encontradas en ambos países y ha llegado a enturbiar la relación bilateral entre España y México. Ella, sin embargo, vive ajena a todo ese ruido. El movimiento indígena mexicano ha pedido al presidente, que «respete los derechos» de los pueblos originarios y «no se lave las manos» porque «siguen sufreindo abusos por parte del Estado mexicano».
Aunque todas las televisiones y periódicos de México han tratado ampliamente el tema, Marilú no ha oído hablar nada acerca de la polémica carta de Obrador al Rey Felipe VI. Prefiere pensar en otras cosas que le preocupan más como el rechazo de sus vecinos, lo difícil que es llevar dinero a casa... una marginación que los pueblos originarios arrastran desde la conquista y que es perfectamente visible en el México actual.
La familia vive de alquiler en una casita situada en el extremo sur de la Ciudad de México. Solo hay dos cuartos, uno para los chicos y otro para ella y su marido que, a su vez, sirve de cocina, comedor y sala de estar. Ella se dedica a la venta callejera de tejidos, dulces y diversas artesanías mientras que su esposo trabaja en una tienda de alimentos. Entre los dos sacan 250 pesos al día (10 euros).
En casa de Marilú se hacen dos comidas diarias y se trabaja los siete días de la semana, «no nos podemos dar el lujo de descansar», reconoce a LA RAZÓN. Una situación precaria que se repite entre los siete millones de indígenas del país, de los cuales el 70% es pobre, según reflejan los datos oficiales. Un índice superior al del resto de la población, situado entre el 40 y el 50%.
¿Cómo se explica esta marginación secular? Para el historiador y experto en indigenismo Mario Arriagada, hay que remontarse a finales del siglo XVII, cuando apareció un nuevo modelo de ciudad en la colonia. «Muchos pueblos originarios no quisieron esta estructura urbana y otros no fueron aceptados», relata a este diario. Los rechazados se retiraron a las sierras de los estados de Oaxaca y Chiapas y a los montes azules de Guatemala. Insiste en que antes de la llegada de los españoles éstas no eran las zonas más pobladas, pero «ahora viven ahí porque fueron desplazados».
Les cuesta hablar español
Ya en el siglo XX la gran migración del campo a la ciudad consecuencia del boom industrial trasladó esta marginación a las grandes urbes como Guadalajara, Monterrey o Ciudad de México. Es el caso de Marilú y una decena de familias otomíes que viven en su barrio, llegados a la capital a principios de los años noventa procedentes de un pueblo del Estado de México, Edomex. «A muchos de aquel éxodo rural les cuesta hablar español, presentan deficiencias educativas y eso dificulta el acceso al mercado laboral», explica Arriagada. El problema persiste y, a día de hoy, casi un millón de mexicanos no habla castellano, según el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE).
Después de 25 años residiendo en el mismo lugar Marilú no comprende por qué muchos de sus vecinos les siguen considerando forasteros. «Aún nos llaman “Marías” (término despectivo hacia las indígenas que venden en la calle) e “indios”, son gente cerrada que no entiende que tenemos la misma sangre». Ha tenido varios incidentes, le han agredido y robado su mercancía; por eso ya no sale con su carro y se limita a vender a la puerta de casa.
Después del terremoto del año 2017 este racismo se volvió institucional. Muchas viviendas de la zona quedaron afectadas y el gobierno local repartió ayudas para reparaciones, pero la comunidad otomí salió perjudicada. «No querían darles materiales ni créditos a la reconstrucción como al resto», denuncia Laura Villasana, una activista que ha ayudado a estas familias a formar una asociación con el objetivo de apoyarse y poder reclamar sus derechos.
«Letra muerta»
La relación del poder con los pueblos nativos ha sido complicada desde la fundación de México como país independiente. «Se ha construido un modelo de cultura única, a la francesa», un esquema, dice Arriagada, que no ha ayudado al desarrollo de las 68 lenguas indígenas reconocidas en el país. «Aunque hubo reformas para aceptar que México es un país multilingüístico y multicultural (como la del ex presidente Vicente Fox en el año 2001) es solo letra muerta en la constitución, hay muy pocos y malos programas que lo hagan realidad».
López Obrador, que asumió el poder el pasado 1 de diciembre, ha querido situar a los pueblos originarios en el centro de su discurso, pero se ha topado con el rechazo de amplios sectores al interior. Como la líder indígena María de Jesús Patricio (conocida como Marichuy) quien calificó de «simulación» el gesto de AMLO hacia España. La ex candidata presidencial, cercana a los zapatistas, afirmó que «lo que tiene que hacer es dejar de despojar de la tierra a las comunidades». Se refería principalmente al Tren Maya, el gran proyecto turístico del sexenio que cruzará la península de Yucatán.
Para sortear todas estas resistencias, AMLO ha creado el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) mediante el cual canaliza su política. Una trabajadora del organismo cuenta a LA RAZÓN bajo condición de anonimato los problemas que están encontrando. «No es representativo de la realidad indígena de México, hay mucha gente que debería ser escuchada y no lo es», señala consciente de que ni los zapatistas ni tampoco el Consejo Nacional Indígena de Marichuy apoyan a AMLO. «Se va a enfrentar a posturas muy diversas», advierte.
Marilú sí ha escuchado que con el nuevo gobierno va a haber muchos apoyos para los indígenas, pero sin embargo se mantiene escéptica. «No me voy a esperar a que me den nada» así que seguirá con sus dulces y sus tejidos, trabajando todos los días de la semana para poner un plato a la mesa, aunque únicamente sea dos veces al día.