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Jesse Owens, el hombre que humilló a la raza aria

Los Juegos Olímpicos de 1936 dieron un disgusto histórico a Hitler, quien se negó a saludar al atleta negro, que pulverizó cuatro récords. Un filme, que se estrena en abril, llevará a la pantalla la vida del corredor de cuya gesta se cumplen 80 años
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Un estadio olímpico lleno de brazos con la mano extendida, ondeando la bandera nazi, y con Adolf Hitler en la tribuna, mientras un hombre negro ganaba cuatro medallas de oro, una tras otra, en 100 y 200 metros, salto de longitud, y relevo 4 por 100. La escena es tan chocante como cuando ese norteamericano de color, el primer atleta en conseguir tal logro, no fue recibido por el presidente Roosevelt, o como cuando tuvo que entrar por la puerta de servicio en su propio homenaje en Nueva York por ser negro. Se llamaba James Cleveland Owens, más conocido como Jesse Owens desde que contestó a su maestra que su nombre era «J.C.». Nació en Oakville (Alabama), el 12 de septiembre de 1913, en una familia de labradores que luego se instaló en Cleveland (Ohio). A los cinco años desarrolló un tumor en el pecho del tamaño de una pelota de golf que, ante la falta de recursos, sus padres decidieron quitárselo por su cuenta con un cuchillo. Enclenque y enfermizo, estuvo a punto de morir de neumonía a los siete años.
Su físico no le convirtió en el más popular del colegio, por lo que solía dedicarse a correr por el campo cuando le dejaban fuera de los juegos. Ahí, con trece años, le encontró su profesor de gimnasia, Charles Ripley, quien dirigió sus primeros pasos en el atletismo, y, según confesó Owens años después, le enseñó que «nada se consigue sin trabajo». Así, Jesse ganó 74 de las 79 carreras que disputó como atleta juvenil. Esto le abrió las puertas de la Universidad de Ohio State, que le ofreció trabajo mientras seguía entrenando. En 1935 dio el gran campanazo: en 45 minutos estableció cuatro récords mundiales en la Big Ten Conference, en Ann Harbor (Michigan) en las pruebas de 100 metros lisos, salto de longitud, 220 yardas y 220 yardas vallas. La prensa le llamó entonces «el antílope de ébano».
Y así acudió a los Juegos Olímpicos de agosto de 1936, disputados en el Berlín nazi. Ya era famoso cuando llegó a Alemania. Muchos aficionados le recibieron a su llegada, y le acosaban cuando salía de la villa de los atletas hasta el punto de que debía hacerlo acompañado por la policía. Adolf «Adi» Dassler, quien fundó Adidas en 1946, le convenció para que disputara los juegos con unas zapatillas hechas a mano por él mismo. No obstante, el gobierno de Hitler había dispuesto el evento como una demostración de la supuesta superioridad aria, y tenían puestas sus esperanzas en Luz Long, quien, sin embargo, se hizo amigo de Owens. Los nazis llamaban a los atletas negros «auxiliares africanos de los estadounidenses», lo que fue «una motivación» más para el atleta negro, según contó en su autobiografía.
La leyenda dice que Hitler se negó a estrechar su mano, pero lo cierto, según escribió el propio atleta, fue que «jamás tuve la ocasión de acercarme a él, ni tampoco lo deseaba» y sólo «me saludo con la mano» cuando pasó bajo su tribuna. La verdad es que Hitler había felicitado públicamente a los ganadores de las dos primeras pruebas, un finlandés y un alemán, para hacerse propaganda. El Comité Olímpico Internacional pidió a Hitler que no lo hiciera más, y cumplió, cosa sorprendente. A pesar de todo, Owens fue aclamado por la gente en el Estadio Olímpico de Berlín, e incluso le pedían autógrafos por la calle. El gobierno nazi le envió la enhorabuena oficial por escrito. El éxito fue tal que hizo una pequeña gira por Alemania. No se le restringió la entrada, el viaje o el hospedaje en ningún lugar, lo que sorprendía a aquel negro norteamericano acostumbrado a la segregación racial.

El «no» de Roosevelt

La vuelta a su país no fue fácil. «Después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús», ni «podía vivir donde quería», declaró el atleta. Franklin Delano Roosevelt, el presidente demócrata del New Deal, no quiso recibir a Jesse Owens en la Casa Blanca porque creía que le perjudicaría en la carrera electoral. No acabó ahí su vía crucis: en un homenaje en Nueva York tuvo que usar el ascensor de cargas por ser negro. Es más; las autoridades del atletismo le retiraron su condición de amateur, y le nombraron «profesional», lo que desviaba todas sus ganancias a dicha asociación. Al principio no encontró trabajo más que como botones en el hotel Waldorf-Astoria, por lo que tuvo que ganar algún dinero en un music hall, o con pruebas extravagantes, como carreras contra caballos o coches. Quiso montar una lavandería, pero su socio le estafó. El equipo de béisbol Mets de New York contrató a Owens como running coach en 1965, lo que le procuró una estabilidad económica. No se involucró en la lucha por los derechos civiles, e incluso censuró a los dos atletas norteamericanos que levantaron el puño al recibir las medallas en México 1968; algo de lo que luego se arrepintió.
En la década de los setenta llegaron los reconocimientos políticos. El presidente Gerald Ford le entregó la Medalla de la Libertad en 1976, y tres años después, Jimmy Carter, a quien intentó convencer de que no boicoteara los Juegos Olímpicos de Moscú, le confirió el premio Living Legend. Trabajó entonces con los jóvenes atletas y sirvió como embajador no oficial de Estados Unidos. Un cáncer de pulmón acabó con su vida, en un hospital de Arizona, el 31 de marzo de 1980. El Senado del Gobierno federal de Berlín Occidental decidió dar su nombre a la avenida que desembocaba en el Estadio Olímpico.

«Olympia», un documental en globo

El Comité Olímpico Internacional, y no el gobierno nazi, encargó a la directora alemana Leni Riefensthal la filmación de un documental sobre los Juegos. Ya había dirigido «El triunfo de la voluntad» (1934) divinizando a Hitler, pero en este caso, unió la exaltación del atleta, especialmente Jesse Owens, con unas artes técnicas innovadoras que han perdurado. La primera parte del filme, titulada «Fiesta de los Pueblos», evoca los cuerpos y el deporte en la Grecia antigua; y en la segunda, «Fiesta de la Belleza», hace ejemplarizante seguimiento y locución de las pruebas deportivas. Llegó a subir una cámara a un globo aerostático para conseguir vistas panorámicas. Hizo que excavaran pozos para hacer tomas a pie de pista. Inventó el travelling para seguir las carreras. Usó cámaras subacuáticas, grúas y lentes telescópicas. Consiguió que los atletas llevaran mini cámaras.

Luz Long, el amigo alemán del «antílope»

Carl Ludwig, más conocido como Luz Long, había nacido el mismo año que el americano. El 4 de agosto del 36 se disputaba la clasificación para acceder a la final del salto de longitud. Jesse cometió dos nulos, y antes de su tercer intento, Long le indicó cómo debía saltar. Se clasificó, y al día siguiente, Owens ganó la medalla de oro con un salto que batió el récord olímpico. Ante la consternación de todos, fue Long el que se acercó al americano, le abrazó, levantó su brazo y se hicieron fotos. El régimen nazi no perdonó aquel gesto a Long, y cuando estalló la guerra, le incorporó a filas a pesar de que los atletas de élite estaban exentos. Murió el 13 de julio de 1943 durante la invasión aliada de Sicilia. Owens siempre dijo que el gran premio de su paso por aquellas olimpiadas había sido la amistad con Long, y a su muerte financió los estudios de sus hijos.
*Profesor de la Universidad Complutense de Madrid