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Música

«Joaquín Sabina solo hay uno»

Antonio García de Diego, Jaime Asúa y Mara Barros son los miembros más visibles del grupo Benditos Malditos. La Banda Sabinera y, también, de la formación que acompaña a Joaquín Sabina en su actual gira, «Contra todo pronóstico», una de las de mayor éxito de público en lo que va de año. En esta entrevista coinciden en su admiración por el «jefe» y dan su versión sobre la ruptura con Pancho Varona

Músicos de Sabina
Músicos de SabinaLa Razón

Son la Banda Sabinera, pero no son solo eso: son Antonio García de Diego, Jaime Asúa y Mara Barros. Y si entre gira y gira de Sabina son ellos los encargados de defender ante su público fiel el repertorio del Maestro, en el meollo de cada concierto junto a él son sus más fieles y leales escuderos. Y ahora, al referirse a esta gira, «Contra todo pronóstico», la palabra que más repiten es «emoción». «Está siendo una gira muy emocionante», dice García de Diego. «Llevamos muchos años con Joaquín y creo que nunca he vivido una tan emocionante como esta. Por cómo lo recibe la gente, por cómo estamos en el escenario, cómo está Joaquín. Creo que para él también lo está siendo. Después de todo lo que ha pasado, además, se trata de una gira atípica. Es un regalo». «Un regalo también por las circunstancias», interviene Mara Barros, la voz inmensa que acompaña a Sabina desde hace catorce años en algunas de sus más icónicas canciones. «La última vez que vimos a Joaquín sobre un escenario se cayó, se rompió la clavícula y tuvo un derrame cerebral. Y al pobre mío, cada vez que le pasa algo lo matan. Y tampoco es una gira al uso, porque no es una gira que acompañe a un disco sino que es una gira por puro placer». Destaca Jaime Asúa el cariño con el que lo recibe el público: «En cuanto aparece Joaquín en el escenario, todos los fantasmas se disipan, la gente lo recibe de una manera verdaderamente cariñosa. Estos días en Bilbao, pero también en Valencia y en Madrid, ha habido momentos de aplausos en pie larguísimos, en los que la gente le demuestra que de verdad le quiere. Y yo creo que él ahí es inmensamente feliz y nosotros lo somos de verle a él así». «Tenemos la suerte de trabajar con un artista que tiene un público que le adora», tercia García de Diego. «Tienen con él una complicidad que le permite, incluso, que cuando ha cortado un concierto a la mitad o no ha salido al escenario, no se lo tengan en cuenta. Ellos saben que van a ver a Sabina y saben lo que puede pasar. Y se lo consienten». Conscientes de lo afortunados que son de trabajar con él y orgullosos de ello, siguen ilusionados como el primer día. «Esta rutina», prosigue García de Diego, «todos los días con el mismo artista, todos los días el mismo repertorio, se convierte todos los días, con él, en un nuevo acto de ilusión. Ocurren las mismas cosas pero son distintas, nada es igual». «Nosotros vamos a pasárnoslo pipa», confiesa Mara, «la gente viene a verlo a él. Nos disfruta a nosotros, pero viene a verle a él. La responsabilidad es suya. A nosotros un mal día no se nos tiene tan en cuenta». «El partido está ganado desde el primer momento», asiente Asúa. «En cuanto aparece Joaquín, los aplausos ya lo llenan todo y a mí se me pasa todo».

Dicen que el público le adora, pero ni lo pueden negar ni lo pretenden: ellos también. «Tocar con Joaquín es tan emocionante que yo no quiero tocar con nadie más. Quiero morirme tocando con Joaquín», confiesa García de Diego. «Me emociono con cada nota. Voy a parecer un pelota», ríe, «pero es que todo lo que tiene que ver con Joaquín es un regalo. Tanto que yo es ahí donde quiero morir». Y Mara añade: «Yo ya admiraba a Joaquín desde mucho antes de empezar a trabajar con él. Muchas de sus canciones me han acompañado y han sido parte de la banda sonora de mi vida. Y me sigo emocionando cuando las interpreto con él en el escenario. Me obligo incluso a conectarme con la tierra y ser consciente de dónde estoy. Me digo: coño, que estás cantando “Contigo”, “Y sin embargo…” o “Peces de ciudad” y lo estás haciendo con don Joaquín Sabina y con estos musicazos que te rodean. Muchas veces todavía me cuesta creérmelo».

Pero en todo hay sombras y esta gira, y estos músicos, no iban a ser menos: la noticia de que Pancho Varona no tocaría con ellos hizo mucho ruido. Solo Varona ha dado su versión de los hechos. Sabina guarda silencio. García de Diego, prudente y elegante, explica que «no voy a meterme en lo de Joaquín con Pancho porque no me corresponde. Pero que Varona haya dicho que nosotros somos los responsables de que él no esté en esta gira… eso no se lo consiento». Habla sobre la ruptura con ellos: «La relación con Pancho se había convertido en una confrontación constante. Él estaba tomando un papel como si fuera el Sabina 2, que se lo puede vender a la gente en los medios pero a nosotros no. Había actitudes suyas en el escenario, un poco despectivas o prepotentes o suficientes, que nos hacían daño. Y luego, tenía una ansiedad por no parar de tocar y nosotros teníamos lo que teníamos. Era una batalla en la que él salía ganando: va solo con su guitarra y puede tocar en muchos más lugares. Es más barato, más cómodo y más fácil. Llegó un momento en el que la confrontación era total. Ya nos estábamos empezando a mirar mal. Él se iba a su rincón y nosotros estábamos en otro lugar. Una noche, en plena discusión, se lo dijimos: “Mira, Pancho, es mejor que no sigamos juntos”. Fue medio violento, pero había que hacerlo porque estábamos sufriendo demasiado. A él le viene muy bien alimentar un papel victimista a base de comunicados y entrevistas, y de no me siento querido y antes éramos dos». Tercia Jaime: «Nosotros no hemos querido entrar en discusiones porque no hemos querido convertir esto en un cotilleo de redes, no es nuestro mundo. Convirtió la convivencia en un imposible y eso empezaba a afectar a nuestra amistad, a nuestro trabajo y a nuestra salud. Hubo detalles feos sobre el escenario, incluso humillantes. Nosotros hicimos el grupo, del que formó parte Pancho, como un tributo a la música de Sabina y para tocarla para sus fans. Pero cuando en la mente de Pancho empezó a convertirse en un grupo que tocaba para los fans de Pancho, dejó de gustarnos. Esa construcción del Sabina 2 puede ser creíble para alguna gente, pero para nosotros era inaceptable». «Joaquín Sabina sólo hay uno», zanja Mara. «Se nos ha acusado por nuestro silencio, cuando creo que es lo más elegante que podíamos hacer. Creo que Joaquín hace bien manteniéndose donde se está manteniendo, porque lo único que ha hecho es dejar de trabajar con un músico, y sus razones tendrá».

Los sufridores

Por Javier Menéndez Flores

El jefe tiene la voz en remojo y el corazón al borde del llanto mientras siete músicos, dos mujeres y cinco hombres, le ponen velas a la Virgen de Guadalupe para que al bolo de esa noche, que está a punto de arrancar, no le visite la maldición del pánico escénico, de una afonía incapacitante, de un traspié que acabe en el negror de una UCI. Vivir así es morir de amor, o de canguelo. Pero, contra todo pronóstico, los conciertos están yendo, sin excepción, como un tiro de Clint Eastwood cuando era Clint Eastwood, y Sabina, que hace unos meses no daba un euro por sí mismo, está saliendo por la puerta grande en todas las plazas en las que torea. Eso y el paraíso terrenal son sinónimos exactos. Porque aunque cite al toro a banderillas sentado en una silla, con algo de chuleta venerable, el clamor que provoca su sola presencia es la mayor caricia que puede recibir un artista. Y no hay nadie más feliz en este mundo que Sabina cuando culmina una faena sin un solo rasguño. Esa sonrisa, su sonrisa de misión cumplida, está tasada en un millón de dólares.

Para ser músico de Sabina no sólo hay que conocer todos los secretos de un instrumento, también hay que tener la paciencia del Mahatma Gandhi, Teresa de Calcuta y el Dalái Lama juntos. Pero ese temor casi constante a que en cualquier momento se le funda un fusible es de igual modo un estímulo, un chute de endorfinas. Porque cuando la actuación concluye y el general sigue intacto e invicto, la sensación que les invade es la de haber coronado el Everest o atravesado el océano Atlántico a mariposa. Y es casi imposible no sentir entonces sobre uno el foco balsámico de la épica. Tocar en la Orquesta Nacional de España debe de ser mucho más plácido, pero hacerlo al borde de un precipicio y salir incólume es como ejecutar cada página del «Kamasutra» en una sola noche y vivir para cantarlo.

Entre princesas y magdalenas, qué alarma, Jaime, cuando notas que el gigante que está sentado a tu vera carraspea. Y el pentagrama no tiene misterio alguno para Antonio, que aunque sabe qué pasó en la mitad de las quinientas mil noches que atesora Joaquín, su boca está sellada con lacre de un bermellón desmesurado. Y baila Mara, serpentea Mara y, sobre todo, canta. Y lo hace con una voz anterior a su llegada al mundo y la cual nunca le perteneció ni le pertenecerá, puesto que es enteramente nuestra.

Eh, Sabina, tronco, ten cuidado con la nicotina, que esta noche te van a amar, en cualquiera de los templos laicos que tienes repartidos por España y Latinoamérica, unos cuantos miles de personas que ya te aman desde hace un siglo. Y has de saber que tienes a la banda acojonada.

Pero una noche más acaba de sonar la última nota y reza el parte de guerra que a Joaquín no habrá que escayolarle ni intubarle la voz. Aleluya. Entonces se desata la fiesta en la cocina y hay baile con orquesta mariachi y ramos de rosas sin espinas. Hasta la próxima cita, claro, cuando segundos antes del pistoletazo de salida siete músicos, más el adalid, serán carne trémula por más calor que haga.