John Carpenter: «Soy feliz si oigo gritos en el cine»
El maestro del terror recibe en Cannes La Carroza de Oro, un galardón que se otorga a quienes han marcado la historia del cine por su trayectoria, independencia y audacia.
El maestro del terror recibe en Cannes La Carroza de Oro, un galardón que se otorga a quienes han marcado la historia del cine por su trayectoria, independencia y audacia.
Ayer Jim Jarmusch citaba a Mario Bava y Dario Argento como maestros del terror. Nos quitamos el sombrero ante sus modelos, aunque el director de la fallida «The Dead Don’t Die» no dijo que, a unos doscientos metros del Palais du Festival donde se celebraba su rueda de prensa, se estaba proyectando «La cosa», y, poco después, John Carpenter recibiría la Carroza de Oro de la Quincena de Realizadores en honor a toda una impecable trayectoria dedicada al cine fantástico. Cierto es que los zombis no son su especialidad, aunque hacían de las suyas en «El príncipe de las tinieblas», «En la boca del miedo» y «Fantasmas de Marte». Pero, ¿qué sería del cine de terror contemporáneo sin «La noche de Halloween», obra capital del «slasher», cuya puesta en escena neoclásica trabajaba los espacios de un pueblo cualquiera de la América pre-Reagan como límites de una geografía del Mal infinita, inabarcable? Él fue, junto a Tobe Hooper, quien inventó el concepto de «final girl». Ahora que tanto se habla, Jordan Peele mediante, del significado político del cine de terror, habría que revisar urgentemente «Están vivos», una de las sátiras más virulentas contra la América de Reagan jamás filmadas, y quizá así comprender por qué Carpenter lleva nueve años sin estrenar un largometraje, dedicado a vivir de los conciertos de sus míticas bandas sonoras, que compuso, según confesó ayer ante un público rendido a sus pies, con Dimitri Tiomkin, los Tangerine Dream, Jerry Goldsmith y James Bernard, el músico de las películas de la Hammer, sonando en su cabeza.
De todas las películas de su fecunda filmografía, ¿por qué recuperó «La cosa» para este tardío homenaje «cannoise»? «Se estrenó en 1982. Fue un desastre. Fracasó estrepitosamente. Todo el mundo la odió. Fue incomprendida incluso por mis fans. Nunca lo entendí. Esta ha sido mi venganza: casi medio siglo después, pasarla en Cannes». Carpenter apareció en el escenario vestido de negro de la cabeza a los pies, con su tradicional coleta de pelo gris y sorprendido de que los entrevistadores allí presentes, los cineastas Yann Gonzalez y Katell Killévéré, le preguntaran cosas que solo la crítica francesa se atrevería a preguntar. Él sonreía y respondía lacónico, sobre todo cuando alguno de los comentarios de sus interlocutores le hacía parecer una versión psicotrónica de Ozu o Bresson.
La misma pelea de siempre
Es célebre por quitarse importancia, por considerarse un artesano, lo que no significa que, de joven, no deseara jugar en la primera división de las «majors»: «Me enamoré del cine de pequeño, y ha sido un amor para toda la vida. Cuando estudiaba, soñaba con trabajar en un estudio, con ganarme la vida con este oficio, pero luego me di cuenta de que no encajaba con su manera de trabajar. En la escuela de cine me enseñaron a defender mi propia visión, y en un estudio la pelea siempre es la misma. Hay que decirles: ''Esta es mi película, no la tuya. Saca las manos de ella''». Después de «La cosa», que solo le dio dolores de cabeza, Carpenter sintió la necesidad de reafirmarse como «outsider». «Fue viendo ''Inferno'', de Dario Argento. Admiré la libertad con que estaba hecha. ¡Guau! Y pensé: ''Si Dario puede, yo también''. Y de ahí nació ''El príncipe de las tinieblas''».
Si Snake Plissken, el antihéroe de «1997: Rescate en Nueva York», hubiera envejecido cuarenta años, se parecería a Carpenter. «Snake estaba inspirado en uno de mis mejores amigos de la escuela. Es cierto, mis protagonistas suelen pertenecer a la clase obrera, no son los tipos más ''cool'' que puedas conocer, supongo que tiene que ver con el entorno en el que crecí». Cuando aparece la política en la conversación, cuenta una anécdota que nos deja ojipláticos: «Es curioso, nunca acabas de controlar el significado político de tus películas. Siempre hay lecturas que te sorprenden. Cuando Trump empezó a hacer campaña para presentarse a la presidencia, aparecieron comentarios en varias webs neonazis que aseguraban que ''Están vivos'' trataba sobre el poder de los judíos en los medios de comunicación. No tuve más remedio que responderles que estaban equivocados, que trataba sobre los yuppies y el capitalismo caníbal. Lo más sorprendente es que ellos insistían e insistían en qué tenían razón. Y entonces me di cuenta del mal momento que está atravesando América».
La palabra «fracaso» se repite más de una vez durante la sesión. «Nunca fui consciente de que ''La noche de Halloween'' fuera un éxito», comenta. «Se estrenó en Los Angeles y circularon las mismas copias por toda América. Las primeras críticas fueron nefastas: no sabía dirigir actores, era una basura de cineasta, era un inútil. Solo cuando un crítico de Nueva York publicó una buena reseña, la película empezó a despegar. Y supe que era un cineasta rentable cuando el productor me invitó a comer».
El Mal está entre nosotros
Carpenter pertenece a la generación de directores de cine de terror de los 70 que renovaron desde las entrañas las fórmulas magistrales del género, en consonancia con el aire fresco que el New Hollywood había aportado al cine de los grandes estudios. Un mayor realismo, traducido en toneladas de violencia gráfica, y la insistencia en que el Mal está entre nosotros, formaban parte del credo de Carpenter, Romero, Hooper, Wes Craven y, desde Canadá, David Cronenberg. «Nunca me consideré un pionero. George A. Romero lo fue, inventó el cine de zombis. Con ''La matanza de Texas'' Tobe Hooper y su perturbado sentido del humor estaban cambiando el género. Yo no innové en nada, aunque si eso me hace parecer más listo, digo que sí y punto», afirmó, ya con ganas de irse a tomar un Chardonnay.
Cuando dirigió «La cosa» decidió mostrar al monstruo, diseñado en su mutante voracidad por Rob Bottin, con pelos y señales. La extrema visibilidad de la criatura generaba tensión precisamente porque no sabíamos cuál iba a ser su forma, pero estábamos seguros de que íbamos a verla en todos sus hemoglobínicos matices. Al menos en este caso, en la vieja batalla entre lo visible y lo invisible como génesis del terror ganaba lo que no nos deja cerrar los ojos. «Hay una escena en ''Cautivos del mal'' en la que defienden que el monstruo debe permanecer en la oscuridad, solo así tendremos miedo. Pensé que, en ''La cosa'', era mejor filmarlo a plena luz, demostrando que vive y respira, que es una amenaza real». Carpenter, que se declaró fan de las «monster movies» de los cincuenta (especialmente de «La mosca», «pero no del remake, que es una basura»), y que confesó que no visita las salas de cine con asiduidad, sigue siendo fiel al género. «Sentir miedo es muy sano, y nos gusta que nos asusten en un lugar cerrado. Soy feliz si oigo gritos en la sala, es lo único que me importa».
«Los miserables» sin Hugo
No es una de tantas «banlieu» parisinas, es Montfermeil, donde Victor Hugo escribió «Los miserables», allá por 1860. «Las cosas no han cambiado tanto», dice el policía recién llegado al barrio. En su primer largo de ficción, que competía ayer por la Palma de Oro, Ladj Ly amplía el campo de batalla de su corto homónimo, galardonado con el César en 2017, para, a partir de experiencias recogidas en el suburbio donde nació y creció, pintar un ambicioso fresco de las tensiones entre la policía y la comunidad multicultural de la zona, inspiradas en las incendiarias revueltas del 2005. Rodada de un nervio contagioso, atento a cruzar y separar la gran cantidad de personajes que circulan alrededor de un incidente fatal –un león robado, un disparo accidental– sin que perdamos de vista su lugar en la trama, la película acaba por subrayar sus intenciones de un modo que recuerda a lo peor del cine de Iñárritu. ¿Un guiño de Frémaux al presidente del jurado?