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José Luis Gómez: "He sacrificado toda mi carrera por La Abadía"

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El director teatral vuelve a los escenarios con una revisión de la memoria histórica como reivindicación del pensamiento
Después de haber agotado las localidades la temporada pasada ean Madrid, José Luis Gómez regresa estos días a La Abadía con su personal aproximación, en forma de díptico teatral, a la memoria histórica. «Azaña, una pasión española y Unamuno: venceréis pero no convenceréis» conforman el sustancioso programa doble con el que el director y actor onubense reivindica el pensamiento y el papel histórico de estos dos hombres –quizá contradictorios, pero relevantes por la feracidad y altura de sus ideas– que, para el propio Gómez, son «insustituibles para entender nuestro pasado, reconstruyendo el presente». Como colofón a una exitosa gira que le ha permitido mostrar su trabajo a más de 12.000 espectadores, el artista se sube por primera vez al escenario de La Abadía sin estar ya al frente de este teatro, que ha dirigido desde su creación, en 1995, hasta hace apenas un mes, cuando le tomó el relevo su antiguo colaborador Carlos Aladro. No hay nada en esta circunstancia, sin embargo, que pueda hacer pensar en una retirada, según el propio Gómez: «Esto no es una despedida; voy a seguir dirigiendo y actuando en La Abadía. Y en otros teatros también, porque no hay que olvidar que yo he dedicado 25 años de mi vida a La Abadía, dejando de lado el cine, la televisión y cualquier otro gran papel que pudiera haber hecho en teatro. Quizá esta sea la razón por la que este teatro ha sobrevivido: porque alguien se amarró al palo mayor y no se soltó». E insiste en la importancia de esto último: «Me gustaría que reflexionases sobre una cosa: por qué cuatro o cinco teatros autonómicos en España, que tenían presupuestos muy superiores al nuestro, han desaparecido y La Abadía no. Aquí, para dar un nombre a lo que es un teatro nacional, se copió de Francia el término Centro Dramático Nacional; pero solo se copió eso, el nombre; no se copió la red de centros dramáticos que existe por todo el país galo, la cual es pigmea, a su vez, si se compara con la que hay en Alemania». Cree que alguien debería dar una respuesta a esto, pero él no me quiere dar la suya; me insiste en que debo ser yo el que saque mis propias conclusiones. En su modo de interpelarme en el transcurso de la conversación, uno intuye que puede estar molesto con este entrevistador, probablemente por unas reflexiones que expuse en LA RAZÓN sobre la ambigua naturaleza pública–privada de La Abadía.
Al usar de nuevo la palabra «limbo» para referirme a la particular situación del teatro con respecto a otras salas, Gómez ataja el planteamiento: «¿Qué limbo? ¿Cuál es el limbo?». Le recuerdo que es un teatro de titularidad privada que recibe dinero público. «¿Y cuántos teatros hay gestionados por fundaciones? El Teatro Real es una fundación y el Lliure, también», me recuerda él a mí. Y me explica cuál es la situación en Europa cuando le digo que no se trata de estar solo o en compañía en ese supuesto limbo, sino que hay gente que considera que el dinero público debe ir a teatros de titularidad pública: «Mira, en Alemania existen montones de teatros públicos gestionados por fundaciones. Porque, si los gestiona el Estado, ocurre lo que pasa ahora aquí con el Centro Dramático Nacional, que tiene que ser reformado porque no tiene flexibilidad y no puede siquiera hacer giras. Yo no me postulé para La Abadía –me ruega que refleje este dato–. A mí me llamaron cuando estaba dirigiendo la Ópera de París. Había dirigido el Centro Dramático Nacional, del que había dimitido; como también dimití del Teatro Español. Así que, cuando me llaman para hacerme cargo de La Abadía, yo pongo una condición, porque he vivido ya eso. Y la condición es que la gestión sea independiente, como existe en media Europa. Yo he sacrificado mi carrera profesional por La Abadía, ¿o duda alguien que yo, que había ganado el premio de Cannes con 35 años, no podía ganarme la vida fuera de aquí?».
Responsabilidad ética
Dejando de lado la polémica –aunque no exista para él ninguna– acerca del modelo de gestión del teatro, y tratando de llevar la entrevista por derroteros puramente artísticos, hablamos de su legado al frente de la institución: «Es importante el trabajo en el centro de estudios, al que yo he dedicado muchísimo tiempo. Me preocupé por poner en valor el cuerpo del actor, que hasta entonces, en España, era solo una persona que hablaba». Un trabajo con el cuerpo que ha de ir acompañado de ese cuidado con la palabra que tanto ha defendido y por el que pudo ingresar en la Real Academia Española. «La elocución escénica ha sido central en mi formación», asegura el director. Afirma Gómez, alarmado por «el momento de patriotismos exacerbados en el que estamos», que la decisión de hacer hoy dos obras de teatro de ideas, como son las de Azaña y Unamuno, tiene que ver con un ejercicio de responsabilidad: «Podría haber hecho “Ricardo III”, o una comedia estupenda y divertida que estuviese meses en cartel, pero he hecho estas porque... es mi deber».

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