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José Ovejero: "Es bueno que no haya utopías: son dictatoriales"

Publica «Insurrección», una obra donde reflexiona sobre la sociedad en la que nos encontramos, los idealismos y la resignación.
larazonLa Razón

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Publica «Insurrección», una obra donde reflexiona sobre la sociedad en la que nos encontramos, los idealismos y la resignación.
Un mundo y dos personajes. Un padre, Aitor, y una hija, Ana. Frente a ellos, una sociedad marcada por las desigualdades sociales y el deterioro del mercado del trabajo. Él apuesta por el conformismo y aguantar el tirón; ella, más joven, más idealista, se rebela ante un futuro que no desea ni tampoco ha creado, y se refugia en una casa okupa. Es el argumento de «Insurrección» (Galaxia Gutenberg), de José Ovejero.
–¿Estamos a punto de la insurrección?
–Los personajes de la novela dirían que sí, pero no estoy seguro. Nos hemos adaptado. Para una amplia capa de la población las cosas están mal, pero no son insoportables. La insurrección llega cuando las cosas son insoportables. Pero la insurrección da miedo porque es el desorden y no sabes qué va a pasar, mientras que lo que vivimos estará bien o mal, pero es conocido y preferimos quedarnos con ello.
–Son vidas sin salida.
–La diferencia entre Aitor, el padre, y Ana, su hija, es que él no busca una salida al progresivo deterioro de la vida laboral o a que se le respete menos en el trabajo. Pero Ana, que tiene 17 años, no quiere entrar en ese mundo de competencia feroz sino en uno de afectos.
–Y se va a una casa okupa.
–Que es un espacio en el que pretende encontrar lo que busca, los afectos, y, también, imaginar una vida distinta, salirse de la rueda.
–Ahí está la utopía okupa.
–En el mundo okupa hay un intento de recuperar una ideología, que es algo que se ha desacreditado. Ahora decimos que las ideologías están hechas jirones, pero vivimos en un mundo de ideologías. Parece que el capitalismo y el liberalismo no son ideologías, pero sí lo son. El movimiento okupa recupera la ideología, aunque tiene contradicciones. Y es que la utopía no existe. Y es bueno que no exista, que no se concrete, porque si se consiguiera sería dictatorial. Es lo perfecto y en lo utópico cualquier disidencia es mala. Y yo creo que las sociedades maduran gracias a las disidencias.
–Las ideologías son más económicas que en el pasado.
–La economía influye en nuestra vida, en las relaciones afectivas. Cómo se forma una familia depende de la economía, por eso las familias han cambiado, porque nuestras formas de producción han evolucionado. El amor es distinto dependiendo, por ejemplo, de que una mujer tenga una cuenta en el banco o no; porque su dependencia del otro es distinta. No digo que la emoción sea diferente, pero sí incide en cómo se construyen los afectos. Lo que sucede es que hoy la ideología se ha vuelto invisible.
– Y tenemos una sociedad materialista.
–En el siglo XV y con la Edad Media el valor de una persona dependía de su título nobiliario. Con la revolución capitalista, ya no influye el apellido, sino lo que tienes. Eso sigue hoy en día. Vivimos en una sociedad en la que eres lo que tienes, pero el trabajo está desapareciendo y el paro no es puntual, sino una tendencia: cada vez vamos a trabajar menos. ¿Qué haremos? Con el trabajo consigues bienes. Cuando la mitad de la población no trabaje, como señalan una serie de estudios, ¿cómo conseguiremos bienes? Vamos a tener que redefinirnos, no por las posesiones, sino por otras cosas.
–Dice que somos una sociedad parapetada.
–Somos una sociedad con miedo al terrorismo, a los inmigrantes... Una sociedad en la cual, para mucha gente, lo mejor que puede pasar es que no pase nada, eso la define. Que las personas no tengan expectativas o que no aspiren a un gran cambio es porque estamos en un proceso de deterioro: sueldos bajos, más horas de trabajo... por eso nos parapetamos y nos volvemos insolidarios. Una de las palabras que deberíamos recuperar es «solidaridad». Hay que salir del parapeto y ponernos en el papel del otro. Intentar comprenderlo. Es una labor de empatía.
–La educación se ha orientado al trabajo.
–La vida intelectual se encamina hacia la aplicación laboral. Se dice que no se pueden dar conocimientos inútiles porque el mundo es duro y hay que competir. Lo que aprendes tiene que servirte para la vida laboral, una vida laboral que está desapareciendo: el paro aumenta por la tecnificación de la mayoría de las tareas. El trabajo que se mantendrá es el de una élite. Estamos montando una sociedad encima de una estafa.
–Y las ideologías.
–Hay que desconfiar de las que prometen un futuro maravilloso a cambio de precariedad. Hay que desconfiar de la dictadura del proletariado o del neoliberalismo del mercado perfecto. Las ideologías deben buscar objetivos a corto plazo, algo que no exija siglos de precariedad para alcanzar el paraíso. Deben ser más prácticas.