Juan Goytisolo: «Ser persona non grata me reconforta en mi conducta»
El escritor recibe el Premio Cervantes «a la llana y sin rodeos» y lee un discurso comprometido con la justicia y la literatura
Felipe VI apela a la «nacionalidad cervantina» de Goytisolo y recuerda la misión de España como «puente cultural entre Iberoamérica, Europa y la orilla sur del Mediterráneo».
Llegó Juan Goytisolo, con su corbata de hace años y «emoción, ninguna», a la ceremonia de entrega del Premio Cervantes. Traía en una carpeta roja –a juego con el vestido de Doña Letizia– un discurso exigente consigo mismo, que es lo mismo que mencionar sus compromisos. Y, también, una filosofía asumida de «decir mucho con poco», que, en el fondo, es un reflejo a imagen y semejanza del lema «menos es más», que acuñó Mies van der Rohe. Con sus palabras medidas, el novelista de «Coto vedado» y «En los reinos de taifa», ordenó ideas, señaló muchas veras y aún le quedó tiempo para «cervantear» un poco. El protocolo no lo arredró ni restó un ápice a su valentía de escritor inconformista, de intelectual que comparte la causa de «deshacer tuertos y socorrer y acudir a los miserables», como defendía aquel hidalgo enjuto y loco que recorrió La Mancha. Criticó las hipocresías y pretensiones que señorean en nuestro mundo literario, denunció esa resma de injusticias que aún flagelan al hombre, evocó al «poetón viejo» que narró las aventuras del caballero de Triste Figura y, para el público con el oído fino –como el arquitecto alemán, también debe pensar que «Dios está en los detalles»–, soltó sus guiños políticos. «Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos evadimos de la realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia», proclamó, casi como una consigna guerrera, desde la tribuna del Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. A buen entendedor...
Para no traicionarse a sí mismo
Un Goytisolo sin chaqué, sin chilaba ni disfraz ninguno, con zapatos normales, de calle y americana corriente, pero con arrojo: «Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo. No se trata de poner la pluma al servicio de una causa por justa que sea sino de introducir el fermento contestatario de éste en el ámbito de la escritura». Predicó así algo elemental, pero en ocasiones olvidado, que jamás hay que conformarse, que la crítica y la duda deben mantenerse vivas, que la inteligencia debe mantenerse despierta. «El panorama a nuestro alcance es sombrío: crisis económica, crisis política, crisis social. Según las estadísticas que tengo a mano, más del 20 por ciento de los niños de nuestra marca España vive hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la del nivel del paro». Una realidad a la que respondió mencionando a un idealista de los lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor: «Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado del paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará siempre un refrán para defenderla». Aventuró a preconizar que de haber sido este el siglo en el cual Miguel de Cervantes hubiera escrito las penalidades de su protagonista, sin duda, habría acometido «contra los esbirros de la moderna Santa Hermandad que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla (...) socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad».
Llamo a su discurso «A la llana y sin rodeos», que es una frase prestada de «El Quijote», y lo dedicó a Francisco Vázquez, su maestro en Harvard, y a los habitantes de la medina de Marraquech, «que me han acogido en esta fase incómoda de la vida que es la vejez». Y definió una nueva palabra, «cervantear»: «Aventurarse en el territorio incierto de lo desconocido con la cabeza cubierta con un frágil yelmo». Recordó una lección vieja, eso de que «dudar de los dogmas y supuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema que nos acecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la tecnociencia en el mundo globalizado de hoy y la previsible reacción violenta de las identidades religiosas o ideológicas que sienten amenazados sus credos y esencias». Por eso mencionó que «el ameno jardín en el que transcurre la existencia de los menos no debe distraernos de las suerte de los más en un mundo en el que el portentoso progreso de las nuevas tecnologías corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas mortíferas, el radio infinito de la injusticia, la pobreza y el hambre». El rechazo a «los nacionalismos» y las «identidades totémicas, incapaces de abarcar la riqueza y diversidad de su propio contenido» le condujo, explicó, a abrazar la «nacionalidad cervantina». En su reivindicación de Cervantes, cuestionó ese «empecinarse en desenterrar los pobres huesos de Cervantes y comercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas probablemente en China» y abogó por sacar a la luz las incógnitas y episodios ensombrecidos de la biografía del escritor.
Juan Goytisolo se refirió a su condición de hombre al margen –«ser objeto de halagos por la institución literaria me lleva a dudar de mí mismo, ser persona non grata a ojos de ella, me reconforta en mi conducta y labor»–, a su «libertad conquistada a duras penas», que le «invita a la modestia», y le hace afirmar que «la mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a la inversa». Y, un hombre atento a las trampas del día a día, afirmó que «el dulce señuelo de la fama sería patético si no fuera absurdo. Ajena a toda manipulación y teatro de títeres, la verdadera obra de arte no tiene prisas: puede dormir durante décadas».
Desdoblado y con una corbata de 35 años
Juan Goytisolo es un escritor de andar lento y de palabras pensadas. Un hombre acostumbrado a destilar, condensar en pocas palabras, impresiones difíciles de asir. Cuando se le preguntó cómo se sentía en un día como el de ayer, se expresó con una imagen literaria: «Estoy como si fuera mi doble». Confesó que su corbata (que se ha hecho tan famosa como él estos días) tiene 35 años y que rodeado de tantas cámaras y micrófonos se sentía «como Luis Bárcenas al llegar al juzgado». Para aquellos que pensaban que Goytisolo carecía de humor, aquí tienen un ejemplo de que se equivocaban. Pero el autor no dudó, tampoco en llamar «parásitos de la literatura» a los escritores que reclaman la luz de los focos y distinguió entre los novelistas a los que «cumplir consigo mismo les basta» y los que aspiran a la «visibilidad mediática».