Justicia divina (y de los tercios) a las puertas de Praga
El 8 de noviembre de 1620 se libró en una colina a las afueras de esta ciudad, la Montaña Blanca, una de las batallas más decisivas de la historia de Europa central
El ejército de los Estados protestantes de Bohemia y Moravia se enfrentó a las fuerzas del emperador Fernando II, apoyado por Felipe III de España y la Liga católica alemana.
El ejército de los Estados protestantes de Bohemia y Moravia, con el apoyo de tropas alemanas, transilvanas y de mercenarios oriundos de toda la Europa protestante, nominalmente al servicio de Federico V, que había aceptado la corona de Bohemia, se enfrentó a las fuerzas del emperador Fernando II, apoyado por Felipe III de España y la Liga católica alemana, liderada por el duque Maximiliano I de Baviera.
La posición del ejército de Federico V y los Estados de Bohemia y Moravia en la colina de Montaña Blanca parecía inexpugnable, no solo por sus ventajas naturales, sino porque los protestantes fortificaron sus baterías de artillería y su frente con trincheras y bastiones de tierra con gaviones. Sin embargo, tales defensas no eran tan sólidas como parecía. Lo admitió el príncipe de Anhalt, comandante del ejército protestante, en su relación de la batalla: «Las palas que había traído al campamento a mis expensas habían quedado muy dañadas en Rakovník y solo quedaban unas cuatrocientas utilizables. Esto significó que tuvimos que ir a buscar algunas a Praga, lo que nos llevó tanto tiempo que nuestro atrincheramiento se vio obstaculizado y estaba lejos de ser perfecto». También se dio cuenta La Motte, el oficial imperial que llevó a cabo el reconocimiento del terreno. Franz Christoph von Khevenhüller, embajador imperial en España, expone, en los Annales Ferdinandei, que «de su informe se supo que dichos atrincheramientos estaban lejos de tener una fuerza tal que fuese forzoso renunciar a la ocasión de atacar al enemigo, y en particular que, en caso de atacar de inmediato, la artillería enemiga no podría infligir a los imperiales tanto daño como si avanzaran, por la derecha, hacia Praga».
Imprudencia en la batalla
Las tropas imperiales atacaron el flanco izquierdo protestante, donde había emplazada una batería de artillería contra la que se dirigió una manga de mosqueteros del tercio valón del español Guillermo Verdugo. Estos hombres desordenaron la infantería bohemia con una sola descarga y tomaron los cañones al asalto. Los protestantes parecían al borde del colapso en los compases iniciales de la batalla. Al poco, sin embargo, cargó la caballería del joven príncipe de Anhalt. Aquella carga rechazó a la caballería católica y puso en aprietos a toda el ala derecha, que estuvo cerca de verse desbordada. Sin embargo, los valones salvaron la situación. Según el cronista Louis de Haynin: «Los coroneles Meggaus y La Croix se entremezclaron también con los escuadrones bohemios con sus jinetes, y la desgracia quiso que cayeran muertos allí y que por tal razón sus soldados fueran puestos en desorden. Al apercibirse el coronel Verdugo, dejó su infantería para remediarlo antes de que se produjera otro inconveniente». El joven Anhalt cometió la imprudencia de adentrarse demasiado en las líneas enemigas y perdió el control de sus hombres, que se vieron acometidos por refuerzos de caballería imperial. Mientras, Anhalt combatió contra el capitán español Areyzaga, que lo hirió en el brazo derecho. Si bien logró zafarse, su intento de volver junto a sus hombres lo llevó frente a los valones de Verdugo. Fue reducido por Gaspar de Drieul, caballero de Malta, que lo entregó a Verdugo. El destino del príncipe fue mejor que el de otros líderes protestantes. Durante su cautiverio trabó amistad con Verdugo, con quien mantendría una prolija correspondencia. Tanto el joven Anhalt como su progenitor fueron perdonados por el emperador y cumplieron su promesa de no tomar las armas de nuevo, pero el terremoto para la causa protestante fue devastador en toda Europa. Federico V, apodado burlonamente como «rey de invierno» por lo breve de su mandato, hubo de marchar al exilio hasta el fin de sus días, perdiendo el Palatinado la dignidad de elector imperial en favor de Maximiliano de Baviera.
Para saber más
Historia Moderna nº 40
68 páginas, 7 €