La corta vida de la Guardia Nacional Republicana
Pérez Rubio y Prieto Barrio abordan cómo se transformó el cuerpo tras el 18 de julio de 1936.
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Pérez Rubio y Prieto Barrio abordan cómo se transformó el cuerpo tras el 18 de julio de 1936.
Alrededor de 2.000 guardias civiles pidieron en enero de 1937 dejar de depender de la Generalidad de Cataluña, y obedecer órdenes directamente del ministerio republicano de la Gobernación. La situación de desorden era tal en el Principado que la medida más sensata parecía centralizar todas las fuerzas de orden público en un solo cuerpo. El caos no procedía solo de la sublevación contra la República, sino de la entrega de armas a partidos y sindicatos ordenada por el gobierno Giral el 20 de julio de 1936. De esta manera, la fuerza armada en Cataluña quedó en manos básicamente de la CNT-FAI, el POUM, el PSUC y ERC. El coronel Escobar Huerta, comandante del 19 Tercio de la Guardia Civil, tras reducir al golpista Goded, había permitido el reparto de armamento y la formación de milicias. Lo cierto es que obedeció órdenes del Director General del Instituto armado, el general Pozas Perea.
Esto era el reflejo de que la mayor parte de la Guardia Civil se mantuvo del lado de la República el 18 de julio del 36. De los 34.391 hombres que la componían unos 5.000 se negaron a continuar al servicio del gobierno republicano, y alrededor de 1.500 se pasaron al bando sublevado. Manuel Pérez Rubio y Antonio Prieto Barrio, en su obra «Guardia Nacional Republicana. La Guardia Civil del Frente Popular» (Actas), alegan que el motivo de ese comportamiento fue el seguimiento de su promesa de cumplir y hacer cumplir la ley. Ése es el espíritu de la obra citada, minuciosa y muy bien ilustrada, incluso con fondos de los autores, compuesta como un auténtico dietario enciclopédico de la Benemérita durante los años de la Guerra Civil. En el libro se muestra que los guardias civiles fueron el reflejo de la sociedad de su tiempo, de sus divisiones y contradicciones, quienes, en la medida de lo posible, no olvidaron su promesa de servicio público ni su disciplina.
En esa línea, el 29 de agosto de 1936, la Guardia Civil pasó a denominarse Guardia Nacional Republicana (GNR). A su frente nombraron al general José Sanjurjo y Rodríguez. Los autores muestran que, a pesar de esa preferencia masiva hacia la República, y, por qué no decirlo, a la revolución que se había iniciado, los miembros del Instituto sufrieron las purgas, pero también apoyaron a los comunistas contra los anarquistas en 1937, o participaron en el golpe del general Casado en 1939 contra los prosoviéticos del gobierno Negrín para firmar la paz.
Por sus hombres
La actitud de la Guardia Civil dependió en mayor medida del lugar en que se encontraba cuando estalló la guerra, cuentan Pérez Rubio y Prieto Barrio, salvo en casos como Zaragoza, Sevilla, Oviedo o Pamplona, donde el comandante Rodríguez-Medel Briones fue asesinado por sus hombres al oponerse al golpe. Su conversión en GNR no libró a sus miembros de sufrir las checas. En Madrid, tal y como cuentan los autores, se constituyeron tres con el único objetivo de controlar a los guardias.
La más famosa fue la Checa Spartacus, sita en el convento de las Salesas Reales, en la calle Santa Engracia. Esa unidad, compuesta por anarquistas, apresaba a guardias «sospechosos», detenidos o delatados incluso por sus propios compañeros, y los interrogaba, torturaba y asesinaba. Por sus sótanos llegaron a pasar muchos guardias. La «saca», o liquidación, se hacía normalmente con el pretexto de conducirlos a la cárcel de Guadalajara. Con este procedimiento, el 19 de noviembre de 1936 fueron asesinados 56 guardias en las tapias del cementerio del Este (actual de la Almudena). Algunos casos, muy crueles a veces, respondían a rivalidades personales o profesionales.
El historiador César Alcalá ha contabilizado otros 46 centros del terror en Barcelona antes de mayo de 1937, conocidos y tolerados por la Generalidad de Companys y la GNR a su mando. Según el artículo 8º del Estatuto de Autonomía de 1932, la competencia de orden público recaía en el gobierno catalán, y así estaba cuando se inició la guerra.
Tras la entrega de armas en julio del 36, los guardias del general Escobar permanecieron acuartelados varios meses. No salieron hasta el 8 de septiembre para un desfile orquestado de apoyo a Companys, a la República y a los comunistas soviéticos. A mediados de octubre, la GNR, enfrentada a los anarquistas, dirigió un mensaje a los catalanes recordando la necesidad de su actuación para no «empañar y enlodar el crisol y buen nombre de la revolución triunfante».
La decantación de la GNR catalana por los comunistas era clara: el 8 de noviembre participaron en un homenaje a la URSS, país por el que se había decantado el gobierno de la España republicana. Esto hizo que la GNR fuera una pieza clave en la guerra entre comunistas y anarquistas en todo el territorio, señaladamente en Cataluña, y que acabó estallando en las calles de Barcelona entre el 5 y el 7 de mayo de 1937. La primera muestra había sido la respuesta anarquista al nombramiento del coronel Escobar Huerta como Delegado de Orden Público en Cataluña: fue asaltado y herido gravemente. Aquello resultó ser la antesala de unos enfrentamientos que se saldaron con 218 muertos.
La evidente necesidad de orden y la concentración de poder en el gobierno republicano, tal y como cuenta esta obra, hizo que la GNR quedara definitivamente integrada y desaparecida en el Cuerpo de Seguridad Interior el 19 de octubre de 1937, junto a los Guardias de Asalto.