La cuentista que se empeñó en hacer arte de lo cotidiano
Creada:
Última actualización:
Ya tocaba, Alice Munro sonaba desde hace tiempo para el Nobel y se lo ha llevado. Así, el galardón gana a una mujer -hasta ahora solo lo tenían doce-, a una cuentista, a la "Chejov canadiense", a la escritora empeñada en hacer arte de lo cotidiano, en poner la lupa en el alma humana de la gente común.
Alice Munro (Wingham, Ontario, 1931), una premio Nobel autora de doce colecciones de cuentos y de dos novelas, que comenzó a escribir siendo una ama de casa que cuidaba de sus hijas y que a finales de 2012, cuando salió su último libro de relatos, "Mi vida querida"(Lumen), dijo que posiblemente ésta fuera su última obra.
Unas declaraciones que realizó al "New Yorker"durante una de las pocas entrevistas que la autora ha concedido a lo largo de su vida, porque siempre ha sido reacia y esquiva con la prensa y con cualquier llamada que la hiciera dejar su tranquilo anonimato.
Pues, como ella misma reconocía en la entrevista, la educaron para pensar que lo peor que podía hacer en su vida era llamar la atención.
Autora de "Demasiada felicidad", "Las lunas de Júpiter", "El amor de una mujer generosa"o "Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio", Munro, una elegante mujer de pelo blanco con un bello y armonioso rostro, vivió en el principio de su vida en una granja al oeste de Ontario, en un momento de crisis económica pero en medio de unos paisajes naturales y de zonas rurales bellísimas que delata en sus cuentos.
Gran lectora, consiguió una beca para la universidad, algo raro entre las mujeres de su entorno, se licenció, y allí ya empezó a escribir cuentos. Luego lo abandonó por el cuidado de la familia. Se casó en 1951 y se fue a Vancouver.
Después, y ya con tres hijas, se trasladó a Victoria con su marido, que llevaba una librería, pero la mujer que había nacido para romper el destino al que estaba en principio abocada (pertenecía a una rígida familia presbiteriana) se divorció y eligió seguir su vocación literaria.
"Era la sociedad la que consideraba a las mujeres negligentes por hacer algo tan extravagante como escribir, aunque encontré a muchas amigas que leían en secreto y nos lo pasábamos muy bien", explicaba Munro en la entrevista a "New Yorker".
En 1972 vuelve a su lugar de origen, comienza a escribir prolíficamente y se vuelve a casar en 1976, con Gerald Fremlin.
A partir de ahí, la infancia, lo imprevisible, la vida cotidiana, las mujeres, las dudas, las equivocaciones, las relaciones familiares o las personas aparentemente sin brillo que pueblan la vida de cualquier lugar día a día, se hacen protagonistas de los relatos de esta escritora, que sugiere y dice mucho más de lo que aparece escrito en las páginas de sus libros.
Y es que Munro cumple al milímetro los requisitos que el gran Rilke exigía para ser un buen poeta: "Si su vida cotidiana le parece pobre, no la culpe a ella; cúlpese a usted mismo, dígase que no es lo bastante poeta para invocar las riquezas del día a día, para el creador no existe la pobreza ni lugar pobre o anodino...".
No en vano, Antonio Muñoz Molina, uno de los escritores que más admiran a Munro, dice de su último libro, "Mi vida querida", que la lectura que piden esos cuentos "no es la de la prosa, sino la de la poesía...una revelación de algo que no se agota porque está en las palabras y un poco más allá de ellas".
Y es en "Mi vida querida"donde la autora se descubre más, porque incluye cuatro piezas autobiográficas. "Las cuatro últimas piezas son exactamente cuentos -dice la escritora-. Creo que es lo primero y último -y lo más íntimo- de cuanto tengo que decir sobre mi propia vida".
Precisa, observadora, poética, capaz de captar todas las facetas de la naturaleza humana, Alice Munro a veces resulta hasta cruel.